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Monstruos en Vistalegre

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Monstruos en Vistalegre

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O porque tratar el crecimiento de la ultraderecha como una invasión alienígena sólo favorece su estrategia mediática

En They Live, John Carpenter imaginó unas gafas aparentemente normales mediante las que el protagonista de la película, John Nada, podía ver el verdadero aspecto del mundo, y descubrir así que la tierra estaba colonizada por una especie alienígena.

Con sólo ponerse las lentes, John podía ver que importantes políticos y empresarios eran en realidad extraterrestres; reconocía que estaban infiltrados en el cuerpo de policía, que trabajaban en la prensa o que estaban junto a nosotros, tomando algo en la barra del bar.

They Live era una sátira política, una comedia negra que atentaba contra los fundamentos de la sociedad de consumo y los mecanismos de la publicidad. La metáfora de las gafas era una critica evidente a la ideología, entendida como falsa conciencia que transfigura nuestra visión del mundo.

Pero la idea de unas lentes que nos permitan ver "la verdad" va mucho más allá de la película de Carpenter. Las gafas antiideológicas son una metáfora muy persuasiva, que se apoya en una concepción dualista del mundo —dividido entre apariencia y realidad, percepción y materia, sueño y vigilia—, que parece dar profundidad a cualquier argumento político.

Lo pudimos comprobar este domingo, después del mitin de VOX en Vistalegre. El partido ultraderechista organizó un sarao multitudinario con el único objetivo de impresionar a la opinión pública, y lo consiguió.

Incluso para reírse de ellos, la prensa ha interpretado su espectáculo bajo la metáfora de la "verdad revelada", como si el discurso de Santiago Abascal hubiera roto el hechizo que nos impedía ver el verdadero rostro de la extrema derecha.

Incluso para reírse de ellos, la prensa ha interpretado su espectáculo bajo la metáfora de la "verdad revelada", como si el discurso de Santiago Abascal hubiera roto el hechizo que nos impedía ver el verdadero rostro de la extrema derecha. Tras el aquelarre carca, que difícilmente puede ser comparado al juego de máscaras del eje Salvini-Le Pen, parece que ahora todos llevamos puestas las gafas antiideológicas y, ¡por fin!, podemos contemplar el espantoso auge del fascismo en España.

"Están vivos". "Están entre nosotros".

Este mismo esquema analítico también se aplicó tras la victoria electoral de los supremacistas blancos en Estados Unidos. Era fácil caricaturizar a Donald Trump como un extraterrestre, convertir su evidente monstruosidad en una excepción alienígena. Y permitía, además, trazar una frontera absoluta entre el nosotros y el ellos: se obviaba el contexto que había facilitado su emergencia, presentándolo como una anomalía histórica, una singularidad irrepetible.

Pero como señaló Pedro Vallín, periodista de La Vanguardia, en un hilo imprescindible, el contexto lo es todo, por lo menos para el periodismo.

La agenda de la ultraderecha se construye en noticias que aparentemente no tienen nada que ver con el racismo, pautando el debate público con un sesgo temático que nos devuelve una imagen falsa de nuestra sociedad.

En sus escritos sobre el totalitarismo, Hannah Ardent nos advirtió de que el fascismo tiene una lógica tremendamente "normal" que conecta con nuestras propias convicciones. No es la excrecencia discursiva de un mal radical, completamente ajeno al devenir cotidiano de la democracia. "El totalitarismo no es solo el infierno", decía Milan Kundera, sino también el sueño del paraíso: el antiquísimo sueño de un mundo en que todos vivimos en armonía".

Por supuesto, el debate sobre el tratamiento de la ultraderecha en los medios es un debate de ética periodística, puramente deontológico, pero de fondo plantea la cuestión filosófica de la singularidad del mal.

Es por esta razón que resulta tan peligroso tratar a Trump, a la ultraderecha europea o a VOX como seres de otra especie, alienigenas espantosos que si hasta ahora no nos repugnaban era simplemente porque no los veíamos. Trazar esta división entre apariencia y realidad no solo nos impide comprender las razones banales, cotidianas, en los que forjan su relato, sino que además nos invita a sobredimensionar su "aparición".

Por supuesto, el debate sobre el tratamiento de la ultraderecha en los medios es un debate de ética periodística, puramente deontológico, pero de fondo plantea la cuestión filosófica de la singularidad del mal. No son demonios, ni monstruos venidos de otro planeta. Si, como decía Mark Fisher, lo raro es aquello "nos hace sentir que no debería existir o que, al menos, no debería existir aquí", la extrema derecha española es algo profundamente normal.

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