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'El Justiciero': ¿Es lo nuevo de Bruce Willis una fantasía alt-right?

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La polémica nueva película de Bruce Willis es provocativa, y lo es en el peor momento

víctor parkas

29 Marzo 2018 14:03

En El Justiciero de la Ciudad, un allanamiento de morada desemboca en agresión. La agresión, en una esposa muerta y una hija en coma. En rabia, pero no una rabia cualquiera: El Justiciero de la Ciudad fue un vehículo para la rabia de Charles Bronson, que interpretaba a un padre coraje reconvertido en vigilante nocturno. Bronson, que retomaría el papel hasta en cuatro secuelas, recorría la ciudad en busca de malechores a los que acribillar mortalmente.

El Justiciero es su remake, y es tan libre y, a la vez, tan fiel al original, que se ha convertido en uno de los estrenos más incendiarios y problemáticos de la temporada, llegando a ser calificado como un balón de oxígeno para la alt right y los defensores de la tenencia de armas de fuego.

La nueva versión de El Justiciero de la Ciudad respeta el qué y juguetea con el cómo: hay agresiones, tiros y testosterona, sí, pero también refuerza la subtrama de venganza familiar y arrebata la pasividad que Bronson imprimiera a su vigilante. En la película original, el protagonista Paul Kersey inicia su periplo al recibir un arma de regalo; en El Justiciero, Bruce Willis roba y compra armas de fuego para cumplir, él cree, su cometido.

El Justiciero de la Ciudad es una película sobre un hombre normal en circunstancias extraordinarias; El Justiciero, la historia de un hombre que empuja las circunstancias extraordinarias contra sí. ¿Fantasía alt-right, como han señalado muchos? La pregunta que cabe hacerse es si encontramos una película en la filmografía de su director, Eli Roth, que no funcione como tal.

Knock Knock (Eli Roth, 2015)

¿Antecedentes? Tras foguearse con Cabin Fever, Roth fue apadrinado por Quentin Tarantino para realizar Hostel, la película que lo encumbraría como director.

En ella, unos americanos de euro-trip son seducidos por dos eslovacas cuya intención última es torturar a los chicos hasta la muerte. Las femmes fatale serán una constante en su cine: en Knock Knock, dos jóvenes, la chilena Lorenza Izzo y la cubana Ana de Armas, se cuelan en casa Keanu Reeves para, encantos mediante, poner su vida patas arriba.

El mensaje del cine de Roth es claro: si una mujer de Europa del Este o Latinoamérica intenta follar contigo, gringo, corre. Hazlo lo más rápido que puedas.

La xenofobia de su cámara también recalaría en The Green Inferno, una película que presenta a una tribu azteca como temibles caníbales. La cinta supone, además, un caramelo para el elector republicano: los protagonistas son unos eco-activistas de buena cuna que terminan siendo víctimas de la misma selva que venían a proteger. Roth hará que les rebanen el cuello sus propios iPads; que se masturben unos frente a otros, en sus jaulas; que los nativos desguacen su anatomía.

¿Fantasía alt-right, El Justiciero de Eli Roth? Qué iba a ser El Justiciero de Eli Roth, si no una fantasía alt-right.

Malditos Bastardos (Quentin Tarantino, 2009)

En The Guardian, Graeme Virtue defendía que las producciones de Roth, como Hostel y The Green Inferno, debían entenderse antes como provocación que como propaganda; que cómo iba a ser cercano ideológicamente a la alt-right aquél que diera vida al Oso Judío de Malditos Bastardos, ese icono de la bro culture antifa. Graeme Virtue, para bien o para mal, tenía razón: El Justiciero es un ejercicio de provocación. Ahora bien, ¿a quién provoca? ¿Y en qué contexto social lo hace?

Si el cine de Roth había estado exento de este tipo de juicios es porque, pese a llegar a salas, sus películas eran tan modestas que acababan acomodándose en nichos; dirigiéndose, vía género, a un público muy específico y especializado. Con Knock Knock y –gracias a– Keanu Reeves se empezó a invertir esa tendencia. Con El Justiciero y Bruce Willis, la tendencia, la marginalidad, el nicho, vuelan por los aires.

Firmar “una de Bruce Willis” es, con todo lo que ello comporta, dirigirte al mundo entero, y poner tu trabajo a dialogar con él.

¿Qué hay al otro lado del teléfono? Un Estados Unidos que, en lo que va de año, ya ha presenciado más de una decena de episodios con armas de fuego en sus centros educativos. El ocurrido en Parkland, dejó la friolera de 17 muertes, abriendo una brecha en el país, y reavivando el debate en torno al uso y la venta de armas de fuego. Ése, y no otro, es el contexto en el que Eli Roth y El Justiciero vienen, a provocar a los espectadores.

El Justiciero (Eli Roth, 2018)

El Justiciero –quién tenga la oportunidad de ver ambas podrá comprobarlo– empieza dónde termina su contemporánea Tres anuncios en las afueras. Son, cada una en su tonalidad, fábulas de pérdida, venganza y actuaciones al margen de la ley. De las dos, hay una en la que solo se dispara una vez; el disparo es de un hombre, y va directo a su propia cabeza. Quizás ése sea la misión del varón en el nuevo cine de rape and revenge que se quiera, como Tres anuncios en las afueras, exitoso: quitarse del medio; dejar hacer.

El Justiciero, pese encontrar sus fundamentos en un exploit años setenta, no hace ni una cosa, ni la otra: la película no solo refuerza las ideas asociadas a la masculinidad malsana que enarbolaba su predecesora –el duelo como coartada de la violencia, la diplomacia del ojo por ojo–, sino que lo hace, además, a costa de ridiculizar cualquier alternativa del hombre al plomo. “Te veo mucho mejor, ¿sales? ¿Socializas?”, le pregunta a Bruce Willis su terapeuta. “No mucho”, le contesta éste.

“Bueno”, dice ella, “te va bien. Sigue así”.

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