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Opinion El hit de Ciara no es un alegato político, pero su mensaje importa Culture

El hit de Ciara no es un alegato político, pero su mensaje importa

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El hit de Ciara no es un alegato político, pero su mensaje importa

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/OPINIÓN/ “La idea de que vivimos en un mundo global, multicultural y poscolonial en el que las identidades nacionales, culturales o étnicas ya no importan parece haberse roto definitivamente”

Empecemos por la noticia. Hace poco más de una semana, la artista estadounidense Ciara publicaba una nueva canción, la primera después de su exitoso 'Level Up'. El tema se titula 'Freak Me' y su lanzamiento fue acompañado de un videoclip en el que la cantante aparecía interpretando el tema junto a un grupo de bailarinas.

Lo relevante del caso, más allá de lo estrictamente musical, es que a partir de esta canción se puede rastrear una tendencia que parece cada vez más evidente en la cultura mainstream: la recreación de una estética de inspiración africana —que puede tomar muchas formas—, pero que casi siempre es representada a través del relato clásico de la vuelta al origen, del viaje hacia la esencia.

En el caso de 'Freak Me', se trata de una canción que bebe del afrobeat y que cuenta con la colaboración del artista nigeriano Tekno. Para rodar el videoclip, Ciara viajó hasta Soweto, Sudáfrica, en una evidente declaración de intenciones: la localización es explícita incluso en el título de la canción en Youtube. La recuperación de la herencia cultural se produce en términos estéticos: desde los elementos simplemente visuales (como el atuendo o los bailes) hasta los instrumentos que acompañan su voz. La reacción, recogida en medios especializados en cultura negra como Essential, fue excelente.

Sin embargo, en Jenesaispop, Jordi Bardají ponía en contexto el gesto de Ciara y lo trataba como una tendencia general que lleva años creciendo: podemos verla en el 'Lemonade', de Beyoncé, o en el último trabajo —también a nivel estético y musical— de Janet Jackson. Sin embargo, él no analizaba el fenómeno como una característica prototípica de las obras creadas por personas afrodescendientes, sino como una constante de la escena estadounidense contemporánea: detrás latiría la misma pulsión de autenticidad étnica que ha acercado a Miley Cyrus a la música country y que ha llevado a Rihanna a grabar un disco de reggae.

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En su columna, además, Bardají sugería que este giro hacia las raíces podía ser una reacción al gobierno de Donald Trump, ya que su victoria obligó a muchos intelectuales y artistas a replantearse la cuestión de la identidad estadounidense. El libro Extraños en su propia tierra (Capitán Swing), de la socióloga Arlie Russell Hochschild, explora precisamente esta realidad, a través de un viaje "hasta las profundidades de Louisiana" y es un buen ejemplo de cómo esta preocupación se ha trasladado al mundo académico.

La aparición de canciones como la de Ciara no puede desligarse del éxito de otros productos que abordan explícitamente la cuestión de la identidad étnica en relación con el racismo y la historia colonial.

Pero para el caso de los artistas afrodescendientes, es difícil verlo solamente desde esta perspectiva. En todo caso, deberíamos preguntarnos qué ha cambiado para que ahora se den las condiciones sociales en las que un relato de este tipo puede llegar a tener tal aceptación.

Especialmente porque la aparición de canciones como la de Ciara no puede desligarse del éxito de otros productos que abordan explícitamente la cuestión de la identidad étnica en relación con el racismo y la historia colonial. Quizá los ejemplo más evidentes los encontremos en el cine —Black Panther, Get Out o la esperada Sorry to Bother You— y en la literatura —especialmente Chimamanda Ngozi Adichie, pero también Yaa Gyasi, quien dedicó su novela Volver a casa a este tema, o la poeta Safia Elhillo—.

La idea de que vivimos en un mundo global, multicultural y poscolonial en el que las identidades nacionales, culturales o étnicas ya no importan parece haberse roto definitivamente. ¿Estos nuevos relatos y estéticas mainstream son el reflejo de una rotura definitiva? Es una posibilidad. Muchos teóricos y activistas llevaban años advirtiendo que la división internacional del trabajo entre centros y periferias sigue siendo un hecho: existe todavía una jerarquía entre poblaciones que no se vio significativamente alterada con el fin del colonialismo.

De hecho, la cuestión de la identidad y el origen sigue siendo un tema crucial incluso para aquellas personas racializadas que han nacido en Europa o Estados Unidos. Lo ha explicado la actriz vasca Silvia Albert Sopale en su obra No es país para negras. Durante toda la vida la han martilleado con la pregunta: "¿De dónde eres? ¿De dónde vienes". Una pregunta que no se detenía cuando ella contaba que era de San Sebastián. "No, ¿de dónde eres realmente?". Su respuesta para combatir el racismo fue cuestionar su propia negritud, buscar sus raíces (en No es país para negras se relata su viaje a Guinea) y trabajar críticamente la noción de identidad.

La pregunta por el origen, en consecuencia, puede verse como una forma de problematizar y politizar un espacio (el identitario) que durante muchos años había quedado en un segundo plano.

La pregunta por el origen, en consecuencia, puede verse como una forma de problematizar y politizar un espacio (el identitario) que durante muchos años había quedado en un segundo plano. Implica hacer explícita la historia de la esclavitud y el colonialismo para explicarnos el presente. Por ello es tan importante que este mensaje —aunque sea estetizado, templado, domesticado, glamurizado— haya llegado a convertirse en una tendencia en la industria del espectáculo.

Quizá no podamos tratar 'Freak Me' como un alegato político a la altura de libros como Volver a casa o de películas como Black Panther. Y quizá, a su vez, estos dos productos son incomparables con el trabajo de académicos y activistas que llevan años tratando de derribar la ficción de un mundo poscolonial. Pero lo cierto es que todos forman parte (y señalan) un mismo hecho: el pasado importa.

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