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Del modelo económico a las condiciones laborales: el círculo vicioso de las apps de comida

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Un modelo de negocio precario inevitablemente produce condiciones de trabajo precarias. Hablamos con distintas voces sobre la amenaza principal que se cierne sobre las apps de reparto de comida

Marc Casanovas

21 Diciembre 2017 14:55

Habrá que ir acostumbrándose a una nueva estampa que se adueña progresivamente de los restaurantes en las grandes ciudades. En la puerta de los establecmientos se amontonan más riders que clientes.

Los riders son los ciclistas y moteros de empresas como Deliveroo o Glovo que esperan su pedido hablando en corro sin quitar la vista del smartphone. El tiempo apremia y saben que alguien o algo les vigila. Es el nuevo comensal 2.0 que no quita el ojo de encima de la ruta que sigue su comida. Y digo comida porque aquí la persona que la transporta de un lugar a otro importa más bien poco.

Cada vez que el rider pedalea su bicicleta, cada vez que el rider da gas a su motocicleta, el comensal 2.0 sigue los progresos sin despegarse de la pantalla táctil para saber si el pedido está más cerca de su destino final.

Hay algo muy humano y a la vez extremadamente cruel en todo esto: el acoso al rider. Cuando el hambre aprieta no atendemos a razones y no aceptamos excusas. No es casualidad que la mayoría de quejas que reciben los centros de atención al cliente de estas apps demonicen al mensajero y se olviden de la empresa:

Dos veces me he quedado sin cenar por culpa de ellos. 1 hora esperé cada pedido para nada

Nunca llamaron al telefonillo (cuando siempre llaman) y el repartidor se quedó con nuestro pedido

El repartidor me ha llamado para decirme que no me traía el pedido porque había mucha cola en el establecimiento y encima me querían cobrar 4€ por cancelar el pedido”.

Fatal. No les importa nada el cliente ni el restaurante que sirve el pedido. El repartidor se ha equivocado con mi pedido y me han traído el de otro cliente dos veces más caro que lo que yo había pedido. Su solución ha sido devolverme el importe del pedido y punto, con lo cual yo me quedo sin cenar y el restaurante pierde su dinero cuando ellos lo han hecho todo bien”.

Y así hasta el infinito.

Es buen momento para recordar que la semana pasada presencié como una persona era capaz de pedir 50 piezas de pollo de una famosa cadena de comida rápida dando como dirección de destino el bar donde tomaba unas cervezas. Un bar que, efectivamente, servía bocadillos de pollo. Acabó entrando la comida como si fuera un fardo de cocaína entre risas de sus amigos.

Algo estamos haciendo muy mal y todos escurrimos el bulto.

Tengan presente este mantra la próxima vez que pidan comida a domicilio: detrás del pedido que llega con 40 minutos de retraso hay una persona con sus derechos laborales en juego. Tú has pedido comida, pero sin quererlo ni beberlo, llega todo frío y con un conflicto laboral de postre.

El boom de estas aplicaciones ha venido de la mano con nuevos conflictos laborales que los emprendedores de éxito no habían previsto. La semana pasada una Inspección de Trabajo daba la razón a los trabajadores de Deliveroo y la acusación de falsos autónomos caía como una losa sobre esta empresa británica fundada por Wil Shu en 2013. El año de fundación aquí es importante porque parece que lleven toda una vida con nosotros, pero Deliveroo suma cuatro años de vida y Glovo sólo dos.

La sombra de la sospecha se hace cada día más larga y una gran incógnita revolotea cada vez con más insistencia entre la opinión pública: ¿Cómo lograrán estas startups consagrarse a largo plazo contentando por igual a clientes y a trabajadores?

La burbuja de la restauración a domicilio

“La asignatura pendiente de muchas startups, y hablo desde los principios de Internet en España a finales de los 90, es que se olvidan que hay que facturar para funcionar. Hay que encontrar clientes y que estos te paguen. Las métricas sin ventas son numeritos para captar más fondos. Buena parte de las empresas más mediáticas simplemente reciben una inversión para fomentar una marca antes que un producto”. Al habla Carles Enric López, director de Ecoonomia.com y que ha seguido con atención la evolución de este nuevo fenómeno.

“La preocupación de muchas nuevas empresas nacidas en Internet es ante todo su imagen. A veces es más importante, por desgracia, el nombre del inversor que la propia inversión. Uno enrojece cuando escucha inversiones de 15 o 20 'reconocidos emprendedores españoles' que entre todos suman apenas 100 mil euros en una empresa. Anuncian inversiones de apenas mil euros como si fueran la bomba”.

Con estos números sobre la mesa, no son pocos los expertos que ponen en duda este modelo: “Hemos detectado algunos 'grupos organizados' con un funcionamiento cuanto menos poco mercantil. Su fin es invertir cantidades menores para garantizarse fondos públicos mediante subvenciones. El dinero público debe ser sagrado, y algunos creemos que invertir dinero sagrado en proyectos con una facturación cero o tendente a cero es un error. Este tipo de subvenciones deberían servir para dar saltos, nunca como motor de inicio”.

Y añade un aspecto poco tratado hasta la fecha: “A un emprendedor se le impide ver la realidad cuando le ponen miles de euros encima de la mesa antes de vender un sólo euro. Es necesario que sean curtidos por el propio mercado antes que convertirse en 'rellenadores' de formularios de subvenciones. Una economía subvencionada es una economía sin futuro”.

Un futuro que ve de diferente forma el cofundador de Glovo, Sacha Michaud que otorga todo el poder al cliente y sitúa a su empresa fuera de la polémica: “El nuestro es un modelo bajo demanda, no podemos influir en la actividad de los usuarios, pero sí podemos optimizar los procesos. Los riders que se manifiestan no representan a la mayoría de los glovers que colaboran con la plataforma, ya que nuestras encuestas de satisfacción internas muestran que 9 de cada 10 están satisfechos y la recomendarían a un amigo”.

Respecto a las dudas sobre su futura rentabilidad augura un futuro prometedor: “Ya somos rentables en muchas de las primeras ciudades en las que empezamos. Esto supone un éxito que pone de relieve la viabilidad del modelo y que vemos extrapolable a otras ciudades de otros países”.

Orgullo rider

En una sociedad donde el trabajo estable tiende a desaparecer, Internet no ha ayudado precisamente a crear estabilidad con la innovación por abandera. Esta supuesta innovación afecta de manera directa a sus trabajadores autónomos: los riders.

No es casualidad que haya surgido en tan poco tiempo la Plataforma Riders X Derechos: “Las cosas nunca han cambiado estando sentados, ha llegado el momento de levantarnos y ¡que nos escuchen!”.

Esa persona que quiere ser escuchada y que carga con todas las culpas de tu enfado cumple 4 requisitos para ser un rider: ser mayor de edad, ser propietario de un vehículo de dos ruedas, tener un smartphone y dibujar “una sonrisa de oreja a oreja” (este último detalle está entre las condiciones laborales). Si todo está en regla hace falta rellenar un formulario, asistir a uno de sus centros y en menos de 24 horas ya están trabajando con o sin esa sonrisa falsa.

Las empresas aseguran que los riders más experimentados pueden llegar a cobrar hasta 10 euros por pedido realizado, pero no es la norma. Los cálculos más realistas de Ecoonomia.com son devastadores: "100 pedidos al mes, son unos 25 a la semana, es decir cinco diarios. A una media, seamos optimistas, entre entregar y recibir de 1 hora (30 minutos en ir y 30 en volver), significa 5 horas al día. Siendo aún más optimistas y considerando el precio medio, entre 2 y 4 euros, saldrían de media unos 3 euros de comisión. Unos 300 euros al mes por 5 horas de trabajo. Si descontamos los autónomos, más de 260 euros, resultan unos ingresos de unos 30-40 euros limpios por mes".

El portavoz de Riders Valencia pasa listado del panorama actual: “Existen otras plataformas de reparto que trabajan exactamente igual que Deliveroo. Glovo por ejemplo es la más reconocida, pero también tienes a Uber Eats, Stuart y muchas subcontratas de Just Eat. Todas siguen una misma línea en la que el repartidor (supuestamente autónomo) es el último en poder tomar decisiones”.

Los principales problemas de un rider giran en torno a una misma idea, la sensación de sentirse desprotegidos: “En los días de lluvia el peligro aumenta considerablemente. El año pasado en Valencia fuimos obligados a trabajar en alerta naranja, bajo amenaza de despido o sanciones de no ponernos horas de trabajo para la siguiente semana. La empresa premia a la gente que reparte en condiciones climatológicas adversas, dándoles más horas o más pedidos, de esta forma, te obliga a trabajar bajo esas condiciones si no quieres tener únicamente 2 horas de trabajo la siguiente semana”.

Son muchos los que no soportan este ritmo: “Hay varios casos de trabajadores que apenas han estado 1 mes en la empresa. También los hay que nos gusta el trabajo y nos gustaría poder vivir de ello, pero para lograrlo, te ves obligado a hacer malabares para intentar trabajar en diferentes empresas, estar de 8h a 00h y de Lunes a Domingo trabajando sin parar”.

Y en caso de accidente la cosa se complica: “Lo primero que te preguntaban era si el pedido estaba bien, o si podías hacer la entrega de cualquier forma. Ahora ya han cambiado esto para no parecer tan frios, y primero te preguntan por tu estado físico. Es imposible vivir dignamente de este trabajo y por eso muchos se lo plantean exactamente como un trabajo temporal”.

Al cliente de sus servicios sólo le piden una cosa: “Lo mejor que pueden hacer los clientes, es tratarnos con amabilidad, después de soportar las condiciones climáticas a la espera de un pedido, el tráfico, y a la empresa maltratándonos, que el cliente te agradezca el servicio te alegra el día”, aseguran desde Riders Valencia.

Queda claro que ninguna de las partes implicadas –startups, riders, restaurantes y clientes– desea el fracaso de este modelo de negocio, pero los que más sufrirían los efectos de una posible burbuja de la restauración a domicilio serían los únicos que se quedarían sin trabajo, los que cada día hacen cientos de kilómetros para que maldigamos sus familiares cada vez que se olvidan nuestra salsa barbacoa favorita con el pedido.

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