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Salt Bae y el círculo vicioso del chef más viral de todos los tiempos

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“Vosotros creásteis a Salt Bae y ahora os tenéis que comer su comida asquerosa”

Rosa Molinero Trias

09 Febrero 2018 14:31

Ni con galardones. Ni con trufa blanca. Ni con cuchillos santoku. El éxito de una cocina reside en algo sencillo: saber usar la sal. Y no hay nadie que sepa mejor esto que el único, el incomparable, el inigualable meme de 2017: Salt Bae. Nos ha hecho sonreír, nos ha alucinado, ha despertado el odio y la envidia de los genios del márketing gastronómico.

El chef turco de origen kurdo de Nusr-Et Gökçe (1983) saltó a la fama con unos pocos ingredientes: carne, cuchillos, 36 segundos de vídeo, cascada de sal. Y esa sexyness tan suya entre la chulería de un rapero y la autoestima italiana enfundada en traje de domingo.

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Aunque pueda haberlo parecido, la fama de Salt Bae no se compone sólo de un puñado de bits. Sus 8 restaurantes y hamburgueserías han sido un hit en su país natal desde que las abrió en 2010. Pero el tipo es más bien hermético en cuanto a detalles de su vida se refiere, de modo que es necesaria un poco más de arqueología.

Entre las toneladas de huesos de ternera que Nusr-Et ha pasado por la brasa, encontramos una historia de superación que afortunadamente nadie se ha encargado de explotar: nació en el seno de una familia pobre, a los 5 años tuvo que abandonar la escuela porque el dinero no alcanzaba y a los 14 empezó a trabajar más de 13 horas diarias como ayudante de cocina.

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En 2002 cumplió su sueño de abrir un pequeño restaurante en Estambul, pero años más tarde sintió la necesidad de formarse más, así que viajó al imperio carnicero que es Argentina para aprender la profesión. Luego quiso viajar a Estados Unidos, pero le denegaron la visa media docena de veces.

Dicho esto, poco más sabemos a parte de que está casado y es padre de trece hijos y que entrena como un jabato con el saco de boxeo para asegurarse que su uniforme, el antebrazo como un bolo y las camisetas blancas de cuello de pico ajustadísimas, siguen quedándole tan bien como en el primer viral. O incluso mejor.

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Porque tan bien le ha ido este despegue que a Salt Bae no se le mueve un pelo ni cuando la Agencia de Sanidad de Nueva York, alertada por la revista Eater, se mete con él cuando no hace ni un mes que abrió su steakhouse en el Midtown de Manhattan.

Poca broma: han estado a punto de desbaratar su outfit, su espectáculo, su todo, diciéndole que eso de espolvorear la sal o cortar la carne a mano desnuda y con el relojazo de oro puesto incumple varias normas del reglamento sobre higiene de la ciudad.

Time Out

Pero lo que no se ha tenido en cuenta es que ese movimiento ya icónico podría ser algo serio, algo más que un efectivo y teatral gesto marketiniano. Lo recuerda Daniela Galarza, en su razonada defensa de Salt Bae:

“Salt Bae debería poder salar sin guantes”, decía Galarza, indicando que salar bien (como decíamos hace un momento) es la base de una cocina exitosa. ¿Cómo poder calcular la cantidad necesaria, si entre la sensible piel de la yema de los dedos y la sal hay una barrera de látex que desconecta el receptor de la materia? Thomas Keller, el chef del mítico The French Laundry, les da la razón:

“sazona tu comida adecuadamente ‒no salando la pieza de carne de muy cerca, sino más bien alzando tu mano, cogiendo la sal entre tus dedos y dejándola caer. Al caer por el aire, se dispersa homogéneamente sobre la pieza de carne, los vegetales o lo que sea que estés usando”.

Flashes. Aplausos. Emoción. Repeat. ¿Y dónde queda la salubridad? “Hay pelo, ahí sin duda hay pelo”, decía un cocinero de un local cercano al steakhouse de Nusr-Et preguntado por Eater. Pero Galarza contestaba: “la sal es un agente antibacteriano natural”.

NYT

No puede negarse que esa técnica saladora es infalible. O por lo menos en Internet. “Tengo un par de pantalones que Salt Bae ha sazonado como un filete”, decía Pete Wells, que a pesar de ser el más mordaz de los críticos, esta vez ha sido quien mejor lo ha valorado.

Porque lo cierto es que los críticos neoyorkinos han ido escupiendo una especial inquina contra Nusr-Et desde que aterrizó con sus filetes en la ciudad. “Vosotros creásteis a Salt Bae y ahora os tenéis que comer su comida asquerosa”, decía Clayton Guse para Time Out. Razón: los precios elevados y una carne ‘como la piel de un zapato’ lo convirtieron en ‘el timo número uno’ según Steve Cuozzo, el crítico del New York Post.

Cuozzo (que se quedó con hambre tras la cena), a todas luces no entendió de qué va esto de comer en Cal Salt Bae. Kate Krader, para Bloomberg, afinaba un poco más:

“Quieres odiar el lugar, quieres menospreciarlo. Pero, cuando aparece Salt Bae para cortar y sazonar nuestra carne, todo resulta vergonzosamente excitante, como cuando miras tu peli cursi favorita”.

Y Robert Sietsema, para Eater NYC se aproximaba al meollo de la cuestión:

“Si estás intentando juzgar la nueva sede neoyorkina de Nusr-Et como si sólo fuera una brasería, probablemente te decepcionará. Si por el contrario, tu aproximación al lugar es como la de un teatro culinario, te va a satisfacer ‒pero solamente si Salt Bae está esa noche en el local”.

Porque, veamos: ¿a qué creemos que se va al restaurante de Salt Bae?

NYT

Adam Platt, de Grub Street, se quemaba, como puede llegar a quemar el sal helada, al rozar la esencia del éxito de Nusr-Et:

“¿Estos bits iluminados de la alquimia de Salt Bae valen esos precios altísimos de una cena mediocre, o incluso los 20-y-tantos que te gastarás por una bebida en el Nusr-Et New York City? Mis editores hambrientos de click dirán, de todo corazón, ‘sí y gracias’, y después de pensarlo un poco, yo, tu crítico gruñón, también asentiré”.

Pero quien daba en el blanco era Joshua David Stein para GQ con una reflexión que traspasaba el género de la crítica gastronómica. Porque, no lo olvidemos, Salt Bae es algoritmo, Salt Bae es Internet:

“Nos aproximamos a este centelleante templo de la carne del Midtown con la esperanza que un poco de la inmortalidad de Gökçe aterrice en nosotros, o por lo menos en nuestras cuentas de Instagram”.

“Uno visita a Salt Bae como besa la Torah cuando te la pasan o cuando toca la piel enganchosa de una ballena azul en el agua mientras se aleja: para conectar con el infinito”.

“Uno visita a Salt Bae para ver por uno mismo que las criaturas míticas de Internet también caminan entre nosotros, que el reino infinito de memes replicados nos pueden incluir también a nosotros”.

“¿Es absurdo pagar unos meros 500 dólares para que Salt Bae aparezca en nuestro feed? No, es humano. Y los humanos somos idiotas”.

@nusr_et

Algo más a destacar. Las braserías, los steakhouses en las capitales estadounidenses, han sido siempre el nido donde, igual que en aquel capítulo de Mad Men, el poder pimpla martinis y champán a las 12 del mediodía y engulle ostras y entrecots como si los ceros en la factura de la comida y los beneficios de un negocio guardaran una relación secreta que solamente conoce la elite.

Así que estamos delante de un cambio de paradigma. Salt Bae convierte en show los steakhouses estirados y, lo más importante, Salt Bae, que es Internet, ha conseguido que su restaurante también sea Internet.

Lo apuntó Pete Wells partiendo del axioma ya por todos conocido de que “ahora parece que el objetivo de ir a comer fuera es colgar una imagen digital probando que estuvimos allí”.

El de Nusr-Et, dice, “Es un restaurante que crea muchas veces durante la noche el vídeo viral de Instagram mediante el cual el hombre llamado Nusr-Et Gökçe se convirtió en el meme al que nombramos Salt Bae; eso incita a los clientes a filmar vídeos casi idénticos a aquel de Mr. Gökçe en acción; e invita a colgar en Instagram, donde atraerán a otras personas a venir a ver el meme de carne y hueso con sus propios ojos”.

“En esta circularidad perfecta, su pura subordinación de la experiencia vivida a la experiencia mediada, Nusr-Et podría ser el primer restaurante neoyorkino que verdaderamente representa al siglo XXI”.

@nusr_et

Salt Bae ha sabido aparecer en tu feed varias veces y varias veces al mes. Lo han visitado famosos como Federer o DiCaprio. Han comido sus carnes los críticos gastronómicos más reputados del mundo. Está abriendo restaurantes como si no hubiera mañana: el último anuncio, de hace unas horas, es el de Londres, en el lujoso hotel Park Tower Knightsbridge. Como el Empire State o la Estatua de la Libertad, es una nueva atracción turística de la ciudad de Nueva York. No importa hacer cola y la larga espera, ni pagar mucho más de lo que cuestan los platos ni, obviamente, la comida en sí. Antes nos hipnotizaron las luces de los rascacioles; ahora es una la lluvia de escamas de sal y un contador de views que no para de subir.

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