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Cuando todo vale para sacarse una foto con el delfín rosa del Amazonas

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Los turistas los atraen con la promesa de alimento, pero cuando salen a la superficie los acosan buscando la foto perfecta de sus vacaciones

Rosa Molinero Trias

09 Octubre 2017 16:03

Que lo de las selfies y el Instagram ha llegado demasiado lejos no es nada nuevo.

Pero parece que no aprendemos ni cuando se trata de la vida de otros animales, da igual que se encuentren en una reserva ecológica. Manotazos, agarrones y estrés son el pan de cada día de los delfines rosas del Amazonas. Los animalistas condenan cualquier práctica que saque provecho de la vida de los animales, pero para muchos el debate está servido: nadar y hacerse fotos con los delfines rosas, también llamados botos, da de comer a muchas comunidades locales a orillas del Amazonas.

Así lo contaba para The New York Times Vanessa Barbara:

“Una de las actividades que dan más beneficios en el Amazonas es nadar con delfines rosas o alimentarlos desde un flutuante, pequeño dique privado, normalmente situado en un parque nacional. Los turistas suelen montar, retener y amenazar a los delfines. Algunos incluso los sacan del agua para hacerse fotos. Hay casos de personas que han sido mordidas por accidente y, en una ocasión, un hombre se vengó dándole un puñetazo al delfín”.

Hay una sola cosa que los turistas tienen prohibido: tocar su espiráculo, el agujero de sus cabezas por el cual respiran.

A pesar de lo impactante que puedan resultar estas escenas, lo cierto es que, como señala International Wildlife Law, “No hay ningún país en el mundo que prohíba por completo nadar con delfines. Las leyes sobre nadar con delfines varían entre países y están sujetas a distintas interpretaciones legales”.

Por otro lado, según el NYT una comisión de las agencias federales y de los institutos de investigación publicaron unas directrices para esta actividad, incluyendo la cantidad de comida que se les podía dar y el requisito de que solamente los guías podían alimentar a los delfines, pero poca gente los cumple. Esa falta de cobertura legal permite abusos que según distintos estudios han modificado el comportamiento de los delfines y, efectivamente, representa un daño para su bienestar y conservación.

Entre los principales prejuicios, se cuentan el estrés de interactuar con grupos numerosos de humanos y la dependencia alimenticia que se genera hacia ellos.

 

En efecto, el hambre y el daño a los delfines están estrechamente ligados. Los delfines rosas han sido vistos como competidores de los pescadores, puesto que habitan los llamados várzeas, unos humedales ricos en nutrientes y en peces. De ahí que los pescadores consideren que interfieren en sus actividades y queden atrapados por error entre sus redes, los ahuyenten con resultados funestos o simplemente los eliminen.

Fernando Trujillo, que lleva desde los 19 años luchando para la conservación de los delfines en el Amazonas (también muy afectados por la contaminación por mercurio de las aguas), asegura que el 94% de las personas que en 2007 viajaban al Amazonas afirmaron que su principal motivación para adentrarse en los ríos era ver delfines rosas en una encuesta de la Fundación Omacha que encabeza.

Esta actividad, afirmó para The Culture Trip, “hoy produce 8.3 millones de dólares en un área de 40 kilómetros de río. Es un buen argumento para proteger a los delfines. También trabajamos con los indígenas para promover tallas en madera de los delfines. Hay más de 300 familias que reciben beneficios de este tipo de turismo, así que lo estamos conectando todo con los delfines”. En Colombia, asegura Trujillo, esto se traduce en 25 mil dólares anuales por cada delfín vivo. Y para quien no lo sepa, el científico lo recuerda: “Hay 34 millones de personas viviendo a orillas del Amazonas”.

Trujillo se dio cuenta desde un buen principio que la investigación científica y la divulgación social tienen que ir de la mano: “No solo se trata de hacer una investigación científica cuando estás en países como Brasil o Colombia. Tienes que hacer algo más, no solamente producir datos. Descubres que la gente tiene necesidad y que la conservación puede ser muy difícil si pasan hambre”.

Sea como sea, el equilibrio de este ecosistema que comparten delfines rosas y humanos ya es de por sí frágil como para que se otorgue carta blanca a los turistas para poder hacer lo que quieran con los animales para configurar la postal de sus vacaciones de aventura. Si la idea es adentrarte en la jungla para experimentarla de verdad, deja que pasen las cosas y no fuerces a nadie a hacer nada que normalmente no haría. El Word Animal Fund ha emitido un código ético para aquellos viajeros que se topen con estas situaciones y recomiendan no hacerse fotos con animales cautivos o retenidos por alguien, a los que se tenta con comida o si representan un peligro para su seguridad.

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