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¿Y si te dijeran que el mejor restaurante de TripAdvisor nunca ha existido?

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Con 26 años ha hackeado la web de gastronomía más influyente de Internet con toneladas de humor e inteligencia

Rosa Molinero Trias

14 Diciembre 2017 13:15

Esta es la historia de un chico que puso en duda al gigante de los ránkings de restaurantes que influye en foodies, turistas y otros especímenes; al oráculo de la gastronomía más adorado de todo el mundo; al búho cibernético que todo lo observa: TripAdvisor.

Oobah Butler escribía reseñas falsas a 10 libras la pieza para esos restaurantes que se creen que no existen si no aparecen en los primeros puestos de la clasificación. Es decir, que en cierto modo él y otros impostores hackeaban a los fieles usuarios de la web, que se dejaban llevar por opiniones como las suyas para escoger dónde desayunar, comer y cenar.

Pero hemos dicho que la historia iba de hackear TripAdvisor. Porque Butler, tal vez en un intento de restablecer el karma gastronómico o inspirado por Robin Goldstein y simplemente por intentar lo imposible, decidió que igual que había escrito reseñas sobre un restaurante que no pisó y una comida que no probó, se iba a inventar un restaurante para colocarlo entre las primeras posiciones del ranking.

Butler partió de dos hipótesis monstruosas:

1. "TripAdvisor es una realidad falsa"

2. "En una sociedad dispuesta a creerse cualquier tontería, no solamente parecía posible crear un restaurante falso, sino que tal vez era exactamente ese un lugar destinado a triunfar"

Y las confirmó.

Porque 6 meses más tarde de empezar su proyecto, su restaurante imaginario The Shed at Dulwich consiguió ser el número uno de Londres sin haber servido ni una sola comida generando lo que muchas veces, hoy en día, pesa más en algunos restaurantes que el menú: la experiencia.

De hecho, la promesa de experiencia fue lo único que ofreció y todo el mundo picó. Porque lo que hizo Butler fue crear una trampa para el ego tan poderosa que seguro que su caso se estudia desde ya en las escuelas de márketing y negocios.

Primero le dio al restaurante una exclusividad sin límites. En su ficha de la web indicó que solamente se podía comer bajo reserva y a todas las llamadas que recibió para pedir mesa, les dijo que estaba todo completo por 6 semanas. ¿Y quién no quiere formar parte del selecto club que ha comido en un restaurante con una lista de espera larguísima?

LEER MÁS: La guerra de un restaurante para salir de TripAdvisor

En segundo lugar, se inventó un menú “nada tradicional”: el restaurante serviría unos platos en función del estado de ánimo de cada comensal. Y lejos de levantar cejas, porque uno no va a hacer terapia al restaurante (aunque a veces salgas renovado), la idea entusiasmó incluso al crítico de The Guardian Jay Rayner, que dijo en un tuit: “Por fin: un restaurante que reconoce que la comida es sobre todo emociones”.

El tercer paso fue convencer a amigos y familiares de su proyecto para que escribieran reseñas en el portal. Pero a pesar de estar bien escritas, decían lo que dicen el 95% de las reseñas de este tipo de portales: nada. Porque se han acabado por repetir los mismos tópicos tantas veces que ya son palabras vacías. Es muy triste, pero no es de extrañar que, como supimos en septiembre, un ordenador que fue capaz de producir reseñas falsas llegara a confundir a los lectores. A nadie le debería sorprender ya esto.

Por último, montó un sitio web bonito y minimalista como se estila últimamente, donde aparecían unas fotos de platos también bonitos y apetitosos que, ¡oh, vaya!, estaban hechos con cosas como espuma de afeitar, pintura, esponjas y su planta del pie.

Theo McIness

Theo McInnes

Y vaya si colaron esas auténticas obras de arte como platos de alta cocina, porque vivimos comiendo por los ojos unas imágenes de comida que sabemos que se embellece con filtros, luz y enfoques, y creyendo a pies juntillas las valoraciones de comensales anónimos.

¿En qué momento empezamos a equiparar la belleza de unas fotos con la calidad de la comida que representan? “Si lo veo bonito y goloso en la pantalla de mi móvil seguro tiene que ser una maravilla”. Pues a veces sí y a veces no.

¿Fue en ese mismo momento en el que dejamos de escuchar las sugerencias de amigos y conocidos (o incluso a nosotros mismos) y nos enchufamos los ránkings de internet por la boca?

Theo McIness

Theo McIness

Theo McIness

Theo McIness

Butler estuvo 14 días en el puesto número uno. Y finalmente decidió dar una cena para 20 comensales.

Habilitó el jardín de su casa para plantar unas mesas (y también una en el techo) para que los clientes comieran en el frío atardecer londinense. Fue a comprar a un supermercado corriente y se gastó 31 libras en total comprando, básicamente, comida preparada como le acompañó durante toda su infancia en Islandia.

Eso sí, llamó a una camarera experta y a un chef para que lo emplatara todo y lo hiciera creíble a la vista y, carambola, también para el paladar de algunos.

Porque, incrédulo perdido, Butler, que vendó los ojos a sus clientes, tuvo que atender la siguiente pregunta: "ahora que ya hemos comido una vez, ¿será más fácil volver? ¡Queremos volver!”.

Pero nunca volverán a pisar ese espejismo de restaurante, que deberíamos recordar para siempre como la mejor lección que nos brindó 2017.

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