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¡Dejad que los niños se salgan de la raya!

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"Creamos niños frustrados, y lo hacemos por incompetencia y por miedo"

claudio moreno

31 Julio 2017 06:00

Jim Pennucci

Rápido, piensa en un triángulo. ¿Ya?

No es casualidad que hayas pensado en un triángulo equilátero con la punta hacia arriba. Es el resultado de haber estado expuesto durante años a los patrones de una cultura cansina y repetitiva que estandariza el conocimiento y aniquila la imaginación. Has elegido ese triángulo porque así te lo enseñaron desde la escuela. Porque nunca le dieron margen a tu creatividad. Por eso son tan importantes voces como la de Joan Turu, un ilustrador  que desde la infancia nos ayuda a descubrir las costuras de lo que algunos llaman realidad.

Suya es la viñeta bajo estas líneas que inspira el presente artículo.

"Me gusta pintar para salirme de la raya", por Joan Turu

¿Por qué es importante que los niños se salgan de la raya? “Todos los niños son creativos de nacimiento porque no tienen ideas preconcebidas del mundo. No están condicionados por los conceptos morales. Y no saben qué significa el error. Por eso conviene que los maestros favorezcan su libertad siempre que emprende actividades creativas, como es el caso del dibujo. No pasa nada por dibujar manos de seis dedos o caras azules, Picasso pasó por una época azul y nadie le dijo que no podía pintar rostros de ese color. Cuando los niños dibujan los adultos hemos de callarnos y respetar su proceso”, reflexiona el ilustrador Joan Turu.

De lo contrario, los pequeños crecerán incubando una concepción errónea de la pintura. Y esa idea, a la larga, les volverá en forma de prejuicio. ¿Cuántas personas miden el valor de un cuadro por su parecido con la realidad? Generación tras generación desarrollamos la cultura de la reproducción milimétrica, dándole la espalda al potencial de la imaginación.

Por suerte hay voces discordantes. Para Petra María Pérez –catedrática en teoría de la educación y miembro del Instituto de Creatividad de la Universidad de Valencia– la doctrina del dibujo desbordado es un acierto absoluto. “Efectivamente, dejemos que se salgan de las líneas y también de la norma. Los niños tienen pocos espacios para aplicar esa idea, pues el llamado ‘juego libre’ ha terminado siendo suplantado por deportes en los que las normas vienen dadas. Pocos juegan ya bajo sus reglas, y cuando lo hacen, ofreciendo soluciones creativas, los maestros apenas les valoran”.


1. El sistema educativo mata la creatividad


Esta percepción de que el sistema educativo castra la creatividad lleva tiempo tomando forma en la conciencia de la comunidad educativa. Pese a que la normativa vigente define como objetivo prioritario el desarrollo integral del estudiante, el día a día en la mayoría de las aulas, según las docentes consultadas, dista mucho de parecerse al propósito que marca la ley.  

“El sistema educativo destroza la creatividad. Diría que ésta no se valora suficientemente en su etapa más fundamental –Infantil-, porque cuando se da el salto a la siguiente fase las escuelas priorizan el contendido que les ofrecen las editoriales”, apunta Gemma Garcia, maestra de Educación Infantil en la escuela La Masia (Valencia).

Aunque la tendencia pedagógica pretende avanzar hacia un modelo basado en el trabajo por proyectos, más dinámico y transversal; el lobby de las editoriales continúa poniendo palos en las ruedas de la educación. Son un gran lastre para la creatividad, pero no el único.

“Resulta complejo conseguir un alumnado creativo con unas políticas educativas que no fomentan la innovación en las aulas, y es que el valor de la creatividad está condicionado por la manera en que un país entiende el papel de la educación. Por suerte, la voluntad individual de los centros y el profesorado está ayudando a promover el cambio. Sin este esfuerzo estamos condenados a reproducir el modelo tradicional de enseñanza-aprendizaje, donde la creatividad es censurada y despreciada por un sistema que fomenta la sumisión”, manifiesta la pedagoga Maria Gambín.

La suya es una postura conciliadora dentro del debate educativo, pues el profesorado a menudo aparece en el centro de la diana. Se le supone acomodado, incomodado ante el ingenio de unos alumnos que le obligan a buscar respuestas fuera de los libros de textos. Y claro, muchos no saben dónde buscar: “Creo que en general falta formación. Yo estudié Magisterio Infantil y en cuatro años sólo me enseñaron a hacer un gusano con vasos de yogurt”, sentencia Joan Turu.


2. Herederos de la frustración


Falta experiencia en el aula. Y paciencia en casa. Los adultos acostumbramos a entrometernos en los trabajos manuales que los niños tienen como tarea. Si muestran dificultades, les empujamos a un lado y lo hacemos a nuestra manera. “Esta actitud genera inseguridad, menor tolerancia a la frustración, baja autoestima y falta de autonomía. No educamos para el fracaso; educamos para el acierto inmediato, el triunfo y la competitividad. Es un reflejo de la sociedad en la que vivimos”, opina Maria Gambín.

Así, a medida que crecemos acumulamos los reproches de nuestros patrones morales. “Estás equivocado. Ese no es el camino. Lo haces todo mal”. Después, cuando sobreviene la adultez, recopilamos el mensaje, lo disfrazamos de erudición y lo metemos en la mochila de las generaciones posteriores.

¿Estamos creando niños frustrados? “Muchos pequeños de las escuelas en las que colaboro me dicen que no saben pintar. El problema de esto es que socialmente no pasa nada. Si un niño de ocho años te dice que no sabe o no quiere pintar lo aceptas y punto. En cambio, sería intolerable que no quisiera escribir. La idea de que no sabe dibujar les viene impuesta por una cuestión de intolerancia”, explica Turu.

La misma intolerancia filtrada en sentencias como la siguiente: si no vas a dedicarte a la música, olvídate de tocar un instrumento. “O cuando le decimos a un niño con intereses mayoritariamente femeninos que no puede vestirse de princesa. Tocar un instrumento o interesarse por los trajes de princesa implica conocimiento, y el hecho de emplear esas frases o limitar las asignaturas artísticas les sumerge en un círculo vicioso de frustración, donde lo humanístico queda relegado a un segundo plano en detrimento de otras destrezas con vocación empresarial. Creamos niños frustrados, y lo hacemos por incompetencia y por miedo”, explica la educadora Gemma Garcia.

Entonces, ¿les dejamos a su libre albedrío? “Tanto el estilo autoritario como el permisivo generan miedos, dudas e inseguridades. Para mí el más adecuado es el que promueve un clima democrático en casa, pero este talante a veces ha generado una mala interpretación de los roles dentro del hogar, donde los hijos y las hijas a menudo no tienen obligaciones pero si muchos derechos”, expresa Maria Gambín. 


3. Niños sumisos, adultos adocenados


Existe una correlación clara entre la idea que encabeza este texto y la homogeneización de la conducta social. Quienes nos piden en la infancia que dibujemos por dentro de la raya, nos exigen de mayores que pensemos como los demás. Que renunciemos a nuestra singularidad para encajar en el modelo estereotipado de sociedad. Somos adultos rígidos, dependientes y carentes de pensamiento crítico, tres dientes de un engranaje que gira perpetuando la dinámica de sumisión.

Pura anticreatividad inoculada desde la cuna: “Siempre que voy a los colegios y pienso con los niños qué ideas podemos dibujar, compruebo que los alumnos mayores se quedan en blanco. No saben enfrentarse a un papel vacío sin que les demos una pauta. La escuela tradicional modela personas obedientes, personas que solo reaccionan ante un estímulo exterior. Hacen lo que el adulto les dice que tienen que hacer”, opina Turu.

Nos dan las respuestas mascadas, y las utilizamos en el aula como en la vida. Al final, ante la pregunta de cómo nos vemos en el futuro, casi todos encontramos la misma solución: trabajo, pareja, hijos, etc. “Nos encarrilan porque no interesa que desarrollamos una mente crítica. El día que eduquemos una generación creativa el sistema cambiará de arriba abajo”.


4. La escuela no es una fábrica


En realidad el sistema ya está cambiando. Pero muy poco a poco. La escuela actual hunde sus raíces en el siglo XIX y responde a la lógica de la sociedad industrial: jerarquía, automatización y división de los espacios –y los horarios– para maximizar la producción. Hasta los timbres remiten a las fábricas. En aquella sociedad formarse quería decir acumular información para aplicarla en el trabajo, pero hoy, con toda esa información a golpe de ratón, las necesidades son muy distintas.


Viñeta del italiano Eduarto Tonucci (Frato).  

¿Cómo educamos a los trabajadores del futuro con los automatismos del pasado? “Debemos propiciar un cambio metodológico, entender la escuela como una institución que ayuda a crear conocimiento y no a reproducirlo. Actualmente es más importante fomentar el autoaprendizaje, la iniciativa y la resolución de los problemas, que enseñar conocimientos”, explica Maria Gambín.

Y eso se consigue mediante una atención personalizada. Dejando de pensar en los niños como piezas de una cadena. Elevando el nivel de compromiso. Según Gemma Garcia, ese cambio ya se está produciendo: “Pienso que cada vez más maestros intentamos recoger ideas freinetianas (de Célestin Freinet) basadas en la educación de aprender a aprender mediante la manipulación y la reflexión. Por ejemplo, les hacemos preguntas del tipo ¿cómo son las nubes que ves? ¿qué te sugieren? ¿las puedes dibujar y contarme una historia sobre ella? Les educamos la mirada desde la imaginación y la creatividad”.

Como vemos, muchos docentes actuales trabajan para ventilar el sistema educativo. Lo hacen con un modelo horizontal. Lejos del cuadernillo Rubio y las lecciones de papagayo. Por desgracia aún no son la norma, pero suponen una esperanza para todos aquellos niños que aspiran a salirse de la raya. 

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