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La chica que sufrió dolor durante años por tatuarse estando baja de defensas

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BMJ/SWNS.COM
 

Cuando una persona tiene un sistema inmunitario débil tatuarse es mucho más peligroso de lo habitual, pero nadie está informando sobre ello

E.M.C.

19 Junio 2018 17:50

Que tatuarse duele no es novedad para nadie. Es parte del precio a pagar, parte del encanto de hacerse un tatuaje. Tienes que sufrir para poder lucirlo, y probablemente de no ser así no tendría tanta gracia.

Pero cuando uno firma mentalmente el contrato de aceptación de dolor por un tatuaje lo hace siempre pensando en un daño muy localizado en el tiempo, que durará lo que le cueste al tatuador acabar con la obra. Si acaso, y a un nivel más bajo, unos días más mientras se está curando. Y de ahí en adelante solo queda fardar.

¿Se tatuaría alguien si el dolor pudiese prolongarse durante años y años? Seguro que no, y al parecer esto es una consecuencia posible de la que los tatuadores nunca informan y los médicos poco saben.

La protagonista de esta historia tiene 31 años. De soportar dolor sabía ya bastante más que la mayoría de los que presumen de jabatos por tener la piel cubierta en tinta: en 2009 tuvo que someterse a un trasplante de pulmón a causa de la fibrosis quística.

Tiempo antes de su operación ya se había hecho un tatuaje. En Glasgow, su ciudad natal, es casi más raro no tener ninguno que tener varios. La primera vez todo fue bien. La segunda, después de su intervención iba en el mismo camino hasta el noveno día. Cuando la irritación de los primeros momentos fue desapareciendo, la pantorrilla en la que se había tatuado a Jack y Sally de Pesadilla antes de Navidad empezó a dolerle con intensidad. Tanto, que el dolor le llegaba hasta la rodilla.

No se había dado un golpe, ni se había lesionado haciendo ejercicio. Nada parecía justificar el malestar que estaba sintiendo y que no paraba de escalar. Cuando los analgésicos como el paracetamol dejaron de funcionar, tuvo que pasar a opioides más fuertes como el tramadol.


El dolor siguió ascendiendo y llegó hasta la cadera. A los diez meses fue derivada a una clínica especializada en reumatología. Ni infecciones ni carencias: las pruebas a las que la sometieron los médicos no aclararon en absoluto cuál podía ser el origen de su dolencia.

No fue hasta que los cirujanos ortopédicos decidieron hacer una biopsia que dieron con una respuesta: miopatía inflamatoria, una inflamación crónica del músculo que suele venir acompañada de dolor. Muchas veces el origen es dudoso, pero en este caso — y según se publicó en el último número de BMJ Case Reports — los médicos lo vieron claro. La miopatía había sido causada por un tatuaje y un sistema inmunitario débil.

Durante seis años la paciente había estado siguiendo un tratamiento inmunosupresor para evitar que su cuerpo rechazara el pulmón trasplantado. Esto, sumado a un tatuador que se pasaba por el forro la normativa de sanidad al diluir la tinta con agua del grifo — algo que en una persona con un sistema inmune sano probablemente no hubiese tenido consecuencia alguna — se tradujo en su caso en una enfermedad para la que necesitó un año de fisioterapia para empezar a recuperarse. Tres años después, la joven al fin ha recuperado su musculatura y el dolor ha remitido.

Aunque los autores del estudio reconocen que “no hay evidencias que prueben definitivamente el efecto causativo”, aseguran que “el marco temporal de la aparición de los síntomas y la localización física de los mismos tienen una correlación con la aplicación del tatuaje, y no hay otros factores que puedan explicar la patología”, y piden que se prevenga a las personas con un sistema inmune débil de los riesgos adicionales a los que se enfrentan si deciden tatuarse.

[Vía El Español]

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