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Artículo La masculinidad tóxica de los supremacistas blancos de Charlottesville Life

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La masculinidad tóxica de los supremacistas blancos de Charlottesville

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La masculinidad no se discute a tiros ni a puñetazos 

claudio moreno

18 Agosto 2017 14:09

Los disturbios originados por supremacistas blancos en Charlottesville (Virginia) hurgaron en la brecha racial nunca cerrada de Estados Unidos, pero también pusieron el foco en un problema de género, histórico, que se ha recrudecido desde que Trump ocupa el despacho oval: el auge de la masculinidad tóxica.

Las imágenes del conflicto muestran que el grupo de supremacistas estaba formado casi exclusivamente por hombres blancos, muchos de los cuales iban ataviados con cascos, botes de gas pimienta, chalecos militares y hasta rifles de asalto; proyectando una sensación de dominación agresiva y amenazadora vinculada frecuentemente a la exacerbación de la masculinidad.

Son machos forjados a sí mismos que han alcanzado un nivel extremo de toxicidad. ¿Cómo ha sucedido? Tal y como explicó Margaryta Yakovenko por aquí, nadie nace siendo un hombre o una mujer en el plano conductual, es al entrar en contacto con los padres cuando se aprende la receta de la presunta virilidad: valor, fuerza, protección e independencia. Sólo tras el adoctrinamiento devenimos en hombres tóxicos y reactivos tendentes a la dominación, la devaluación de la mujer, la autosuficiencia extrema y la supresión de las emociones.

En palabras de Terry Kupers, profesor de Psicología en el Instituto Wright, la masculinidad tóxica es “una constelación de rasgos masculinos socialmente regresivos que sirven para fomentar la dominación y la violencia desenfrenada”. Es, en definitiva, un retrato certero del belicismo que mueve a los guerreros de a pie.

Guerreros falsos como los de Charlottesville, luchadores de una raza a la que no le caben más batallas. En un artículo de investigación titulado ‘Scripting the Macho Man: Hypermasculine, Socialization and Enculturation’, los investigadores Donald Mosher y Silvan Tomkins argumentan que el guión ideológico del machismo proviene del binomio belicista vencedor-vencido. “En última instancia, la esencia de la persona machista está encarnada en la ideología del guerrero que tiene dominio sobre todo lo que ha conquistado, y para mantener ese dominio, debe recurrir a la violencia”.

Lo cierto es que, a lo largo de la historia, ha habido una estrecha relación entre militarismo y masculinidad como resultado de varios factores en consonancia. En primer lugar, existe la creencia de que las mujeres son inherentemente menos violentas –y combativas– que los hombres, por lo que el cuerpo de soldados casi siempre suda testosterana. Por otro lado, los políticos transmiten la idea de que necesitan a hombres activos y fuertes para que arriesguen la vida por nosotros (y de paso, cuando prenda la idea, ayudarles a aplicar su 'violencia preventiva' a voluntad). Por último, el militarismo es el telón de fondo de una masculinidad erotizada a partir del músculo, el estoicismo, la pistola y su consabida metáfora.

Al hilo de esto último, la activista Lepa Mladjenovic escribió: “Tanto si combate en Croacia como en Bosnia, Serbia, Indochina o Uzbekistán, tanto si lucha por una fuerza de liberación como por una imperialista, el soldado viola mujeres. Lo siente en su cabeza, en su fusil y en su miembro viril: eso es justamente a lo que le incita la civilización. Y más que por ser una “recreación” del guerrero, lo que le mueve es la afirmación de su propio poder y la satisfacción de ser un hombre de verdad”.

¿Son hombres de verdad los que pelearon hace una semana en Charlottesville? No. ¿Cómo combate el género contra líderes y civiles enfebrecidos? Con mucha pedagogía. Desmontando, desde la cuna, el cuento de que la masculinidad se discute a tiros.

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