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Artículo Tengo una relación tóxica con mi teléfono: lo amo, lo odio y quiero más Life

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Tengo una relación tóxica con mi teléfono: lo amo, lo odio y quiero más

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Imagen: Open Clipart Vectors
 

Al despertar, mi teléfono es lo primero que busco, y al dormir, es lo último que suelto; adoro scrollear eternamente, buscando ese momento hermoso entre el desánimo

Emilia Erbetta

27 Diciembre 2019 03:27

Estoy en crisis con mi teléfono. No soy la única, claro, sé que somos muchos los que estamos igual: a veces siento que ese aparatito del tamaño de una feta de queso controla mi vida. Su pantalla brillante es lo primero que quiero tomar cuando abro los ojos y lo último que suelto antes de dormir.

Es una adicción: aunque sé que me hace mal, que bloquear y desbloquear mi teléfono decenas de veces por día y que scrollear en Instagram o Twitter durante horas me deja desmoralizada y mareada, sigo haciéndolo. Cuando no estoy pegada al teléfono duermo mejor, estoy más relajada, incluso me siento mejor físicamente.

Entonces, ¿por qué no puedo soltarlo?

Bueno, la realidad es que todo en él está diseñado para que no lo haga. El problema no es el dispositivo en sí mismo —que al fin y al cabo no es más que una microcomputadora y estar cerca de mi laptopl no me acelera así el corazón— sino todo con lo que lo llenamos en estos años: una decena de aplicaciones, especialmente las de redes sociales, que nos producen una pequeña descarga de dopamina cada vez que recibimos un like, una mención o un retweet.

Todos sabemos cómo se siente ese breve rush de expectativa cuando se enciende la pantalla de nuestro teléfono.

El año pasado, logré desinstalar varias aplicaciones de las más demandantes. Durante las fiestas de fin de año, me desconecté de Instagram y Twitter, como quien separa el auto de un remolque. Fue liberador pasar varias semanas sin saber qué estaban haciendo mis amigos las 24 horas del día.

Cada día que pasaba sin usarlas, las necesitaba un poco menos. Volví a conectarme dos meses después, un poco por curiosidad, para ver qué andaba pasando por ahí: podemos decir que tuve una recaída.

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Foto: Unsplash

Un estudio de la consultora inglesa Global/WebIndecx registró que en América Latina, el promedio diario de pantalla es de 212 minutos: unas tres horas y media. El promedio global es de 143 minutos, casi el doble de los 90 minutos de 2012. En Brasil y Colombia, el promedio diario es de 225 y 216 minutos por día respectivamente. Los mexicanos miran la pantalla durante 190 minutos y en Argentina —donde nací y vivo— el promedio es de 207 minutos diarios.

Odio aceptarlo, pero mi uso diario está dentro de esos promedios.

Despierto con la alarma del celular. Lo uso mientras viajo en bus para corregir trabajos prácticos de mis alumnos, para mandar mails desde la fila del súper y para saber dónde puedo comprar esa falda que ando necesitando. Muchas veces me encontré pensando: ahora, cuando me suba al bus, “aprovecho para contestar mails”.

Puedo enumerar un puñado de ventajas de las redes sociales y mi querido smartphone. No estoy acá para demonizarlos: gracias a Whatsapp recuperé la charla cotidiana con mis amigas que viven a mil kilómetros. Tampoco recuerdo cómo era mi vida antes de internet: creo que todos los días tenemos que agradecer por esa gran obra de arte colectiva que son los memes.

En Twitter encontré muchas veces un espacio de catarsis colectiva cuando la realidad en mi país se ponía demasiado dura. Las redes nos contactan con personas que nunca hubiéramos conocido de otra manera, nos sirven para aprender, para discutir, hasta para enamorarnos.

El smartphone —me digo— tiene otras ventajas: ya no tengo que estar sentada en un escritorio para trabajar. Como soy freelancer, mi teléfono me permite moverme más: viajar si tengo ganas (y dinero), planear una tarde libre.

Al fin y al cabo, llevo mi computadora en el bolsillo.

Pero cuidado, puede ser una trampa: es cierto que cargar el teléfono me permite ser “más libre” pero a veces no sé si descanso mientras trabajo o trabajo mientras descanso. Es difícil distinguir cuándo termina mi vida laboral y cuándo empieza el resto de mi día. Lo que sucede en realidad suele ser menos idílico: ya perdí la cuenta de cuántas veces un whatsapp laboral interrumpió una cerveza con amigos.

Una vida en modo avión

¿Qué puedo hacer si no quiero renunciar a mi teléfono pero necesito cambiar mi relación con él? En su libro Digital Minimalism, Cal Newport asegura que en unos años vamos a ver a nuestros teléfonos como hoy vemos a los paquetes de cigarrillos.

"Estoy convencido de que dentro de un período de cinco años, va a cambiar la cultura respecto a la relación de los jóvenes y los teléfonos inteligentes. Permitir que un niño de 13 años tenga un teléfono inteligente va a ser visto como permitir que un niño de 13 años fume un cigarrillo", dijo Newport en una entrevista con la revista GQ.

¿Por qué? ¿No será mucho? ¿No estaremos exagerando?

Newport asegura que no: "Los datos psicológicos sobre los jóvenes son angustiantes: hospitalizaciones por autolesiones, por ejemplo, entre mujeres jóvenes de la Generación Z, la primera generación en crecer con teléfonos inteligentes y redes sociales. Se trata de niños de 13 años que van al hospital a niveles sin precedentes. Son las redes sociales. Nada más se ajusta al momento".

La propuesta de Newport, profesor asociado de ciencias de la computación en la Universidad de Georgetown, es radical: empezar con 30 días de detox de todas las aplicaciones digitales que no necesites para vivir o trabajar. No se trata de abandonar las redes y las aplicaciones por completo —aunque él no las usa en absoluto— sino de tomar el control de esa relación y decidir cuáles nos hacen bien, cuáles no y qué propósito cumplen en nuestras vidas.

En el podcast Cómo fabricar tiempo, los periodistas argentinos Martina Rúa y Pablo M. Fernández proponen distintas formas de aprovechar y optimizar nuestras horas de trabajo para dedicarle más tiempo a hacer las cosas que nos gustan. En el centro de su trabajo está la idea de “domar a la tecnología sin estar en su contra”.

Se trata de alcanzar un bienestar digital, para lograr que la tecnología trabaje para nosotros, y no al revés: convertirlas en herramientas de uso intencional y no compulsivo.

De sus muchos consejos, mi preferidos son éstos:

1) Si puede ser un mail, que no sea un mensaje de chat

2) Administrar notificaciones (si es posible, eliminarlas) para reducir las distracciones

Algo parecido a lo que hacían nuestras abuelas cuando desconectaban el timbre o el teléfono de línea.

Lo que quiero decir es esto: extraño aburrirme, tener un rato la mente en blanco, no estar siempre disponible, a la vista de todos. Me gustaría poder elegir cuándo entrar y cuándo salir de ese murmullo constante de chats, tweets y stories.

Animarme más seguido a vivir en modo avión.

A veces miro el teléfono mientras camino algunas cuadras desde el bus hasta mi casa. No puedo explicar por qué lo hago: siento que el aparato emite un llamado silencioso e hipnótico, la versión siglo XXI de las sirenas de Ulises. La pregunta es a qué mástil podré atarme para resistir la tentación.

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