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Lit
Hoy se cumplen 35 años de la muerte de Eduardo Benavente, líder de Parálisis Permanente y voz de algunos de los versos más oscuros y hermosos de nuestra literatura
14 Mayo 2018 12:44
Un fatídico accidente se lo llevaría por delante con tan solo 20 años. Aquella noche Eduardo Benavente viajaba en coche con la otra reina de Parálisis Permanente: Ana Curra. Por suerte, ella salió ilesa, aunque sus lágrimas se convirtieron en perlas. Por desgracia, él dejó huérfano al grupo más oscuro, literario y hermoso del punk de La Movida. Privados de su voz, sólo nos quedaría su sombra y su leyenda.
Hoy, 14 de mayo de 2018, se cumplen treinta y cinco años de la tragedia. El rostro de Benavente, que entonces se imprimía en carátulas y carteles, en biografías de un movimiento mítico y camisetas de tela negra accesibles solo en algunos puestecillos viejos del Rastro, se nos dibuja casi cuatro décadas después como algo desconocido. Como algo de un pasado que todavía no entendemos.
Morir a los 20 debería ser pecado, dicen las plañideras. Pero más pecado aún debería ser olvidarnos de la voz de quien cantó algunos de los versos más negros de los años ochenta. Esos que impregnaban de sangre y de cuchillas nuestros sueños. Esos que nos hicieron sentir héroes inmortales, jóvenes nauseabundos, seres libres y bellos a pesar de nuestras muchas taras, cicatrices y rarezas.
En un día señalado, con la emoción que golpea el pecho al vislumbrar sus gestos, y con las lágrimas como estigmas que nos dibuja su recuerdo, compartimos tres de las mejores canciones de Parálsis Permanente, que en realidad son brutales poemas:
Me miro en el espejo y soy feliz
Y no pienso nunca en nadie mas que en mí
Y no pienso nunca en nadie mas que en mí
Leo libros que no entiendo mas que yo
Oigo cintas que he grabado con mi voz
Oigo cintas que he grabado con mi voz
Encerrado en mi casa
Todo me da igual
Ya no necesito a nadie
No saldré jamás
Y me baño en agua fría sin parar
Y me corto con cuchillas de afeitar
Y me corto con cuchillas de afeitar
Me tumbo en el suelo de mi habitación
Y veo mi cuerpo en descomposición
Y veo mi cuerpo en descomposición
Encerrado en mi casa
Todo me da igual
Ya no necesito a nadie
No saldré jamás
Ahora soy independiente
Ya no necesito gente
Ya soy autosuficiente
Al fin
Me miro en el espejo y soy feliz
Y no pienso nunca en nadie mas que en mí
Y no pienso nunca en nadie mas que en mí.
Leo libros que no entiendo mas que yo
Oigo cintas que e gravado con mi voz
Oigo cintas que e gravado con mi voz
Encerrado en mi casa
Todo me da igual
Ya no necesito a nadie
No saldré jamás
Ahora soy independiente
Ya no necesito gente
Ya soy autosuficiente
Al fin
Yo tengo
un precio.
De mi cuerpo
soy dueño.
Apoyado en un rincón,
esperando la ocasión
de empezar, de comenzar
un trabajo. Nada más.
Pasa un coche y se detiene:
nos miramos con intención.
Me pregunta lo de siempre
yo le guiño, es mi afirmación.
No me importa si me gustas.
No, no me importas tú.
El dinero me acaricia
cuando me acaricias tú.
Llevo treinta días sin luz
encerrado en este ataúd,
tumbado soñando en mi celda
que es mentira, que es una pesadilla.
Un recluso que me mira
me sonríe y se insinúa,
es mi piel fría y morbosa
le seduce le fascina.
Mentes depravadas,
adictos de la lujuria,
decadencia corporal
amantes de la obscenidad.
Otra mente retorcida
soñolienta de ojos húmedos,
olor fétido y nauseabundo
me persiguen, me atosigan.
Ahora estoy ya sin sentido
metido hasta dentro en el vicio
las pupilas ya se ocultan
ya no sufro, no me agito.
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