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Acero, aluminio y virilidad: lo que esconde la nueva política de Trump

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Acero, aluminio y virilidad: lo que esconde la nueva política de Trump

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La masculinidad ya no se tiene; se compra

China ha definido la medida como “un ataque grave a la normalidad del orden comercial internacional”. Francia, como “una guerra comercial con la que saldrá perdiendo todo el mundo”. Francia, ¡ja!

“Hemos oído”, dice una línea de Ultimate Vengadores, “que le gusta reírse de los franceses, capitán”. La frase iba dirigida, claro, al popular superhéroe barraestrellado, pero bien podría servir para definir al Presidente de su mismo país: haciendo oídos sordos a la comunidad internacional, Donald Trump firmaba, la semana pasada, un acuerdo proteccionista para imponer unos aranceles del 25% a las importaciones de acero, y un 10% a las de aluminio.

Los aranceles, que empezarán a aplicarse la semana que viene, se instauran, según sostiene el propio Trump, porque “la industria del acero y del aluminio en Estados Unidos ha sido devastada por prácticas comerciales extranjeras agresivas”. En resumen: que las fábricas americanas cierran porque, como suele advertir el paleoracismo de mondadiente, “nos comen los chinos”.

Cuando Trump prometía, con su eslogan de campaña, hacer América grande otra vez, el énfasis venía al final de la oración.

Otra vez Buicks 8 en las calles y batidos de fresa y nata.

No volver a tener calvicie, ni varices, ni dolores de espalda; no volver a tener nada de eso otra vez.

Que el país vuelva a levantarse, y lo haga entre fraguas, mediante hierro candente y fuego; que nuestra cara se manche de grasa en jornadas de ocho horas.

Otra vez.

Getty Images

Así, frase a frase y decreto a decreto, Trump se dirige y apela a lo que Grayson Perry llama “el hombre de la vieja escuela”, esto es, a los varones “que no han puesto en entredicho las ideas tradicionales de la masculinidad ni se han adaptado a los cambios ocurridos en la sociedad”.

En su ensayo La caída del hombre (Malpaso Ediciones, 2018), Perry certifica que, al disminuir la necesidad del trabajo físico tras la irrupción de Internet, la virilidad clásica ha entrado en obsolescencia programada: “cuando pensamos en el hombre de la vieja escuela lo vemos como un proveedor del sustento independiente, una versión satisfactoria de la masculinidad que venía gratis con el trabajo”, apunta en el ensayo. “Pero hoy día son muchos los hombres que se quedan sentados mirando pantallas y que son consumidores: los hombres compran su masculinidad”.

La clave se encuentra justo ahí: los hombres, al no tener un empleo que se la proporcione por defecto, se ven obligados a buscar su masculinidad entre los pasillos de grandes almacenes. O peor todavía: en eBay. “El anhelo de un 'hombre de verdad' es a menudo el de un 'obrero de verdad'. No es de extrañar, por lo tanto, que los hombres quieran vestir como tipos que se mataban a trabajar sin quejarse y, tal vez, adquirían un aspecto atractivamente desgastado, mugriento y desteñido”, reflexiona Grayson Perry en el libro.

“El sombrero de vaquero, las botas de gamuza beige, las Dr. Marteens, los chaquetones de trabajo con refuerzos impermeables, los guantes de trabajo y, por supuesto, los tejanos. Los tejanos azules tal vez sean el portador más extendido del simbolismo del hombre trabajador”.

Getty Images

Ni el hábito hace al monje, ni esos cuatro trapos van a ser suficientes: no olvides, también, pagar la mensualidad del gimnasio y descargar aplicaciones para hacer ejercicio. Correr medio maratones y maratones completos, pagando previamente la cuota de inscripción.

“Los hombres se gastarán una fortuna en aficiones como tablas de surf fabricadas a mano, bicicletas de fibra de carbono, neumáticos de aleación, cañas de pescar o palos de golf”, añade Perry. “Estos juguetes, a menudo se ven ostentosamente expuestos por la sala de estar, para indicar que el hombre de la casa no es un simple empleado de oficina”. La masculinidad, tal y como la entienden Trump y sus simpatizantes, tiene que dejar de ser este objeto de consumo para convertirse, otra vez, en algo equiparable a la vivienda o al trabajo: un derecho, y uno por el que vele el Estado.

Si hasta hace poco la (re)construcción de lo masculino en la que estaba inmerso Trump se limitaba a potenciar toxicidades de género, objetualizando, humillando y, en definitiva, agarrando “por el coño” al contrario, ahora parece haber entrado, aranceles mediante, en una nueva fase. Una en la que el proteccionismo no sólo se limita a lo económico, no solo a lo comercial, sino también a proteger lo que, por designio divino, no por eBay, debe ser un hombre. Su contrarreforma, además, tiene carácter urgente: “Creo que Barack Obama ofrece una versión excelente de la masculinidad”, defendía Grayson Perry en su ensayo, que data originalmente de 2016, cuando Obama todavía dormía en la Casa Blanca. “Su calma reflexiva, desenvoltura emocional, ingenio y elocuencia frente a las enormes expectativas y los problemas irresolubles son impresionantes”.

¿Estás llorando? No llores. Los hombres no lloran.

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