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Artículo El dolor no se acaba el 1 de enero Lit

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El dolor no se acaba el 1 de enero

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Las palabras que Alejandra Pizarnik escribió en su diario el 1 de enero de 1961 demuestran que con el año nuevo no llega necesariamente la esperanza, ni la felicidad, ni tampoco la ambición de empezar de cero

Luna Miguel

02 Enero 2018 11:50

La agenda huele a limpio. El papel impoluto, el calendario virgen, el contador a cero: y sin embargo, el malestar sigue aquí, porque es mentira. Es mentira que el dolor se acabe con el año nuevo. No hay un antes ni un después en esta fecha, es sólo la señal una vuelta alrededor del sol. La constatación de que todos giramos. De que no hay manera de detenerlo. Y entre los propósitos y el empalagoso cariño del cava, algunos se atreven a decir lo que el miedo calla. Lo que otros ocultan. Lo que no podemos expresar porque la agenda huele a limpio. Y el papel está impoluto. Y el contador a cero. Y todo eso. Ya sabéis. Qué más da:

Domingo, 1 (1961)

«Dentro de muy poco me suicidaré. Siento claramente que estoy llegando al final. Veo cerrado. Ni afuera ni adentro. Simplemente no tengo fuerzas y la locura me domina (una histeria atroz: imposibilidad absoluta de quedarme tranquila, quieta). Cuando entré en mi cuarto tuve miedo porque la luz ya estaba prendida y mi mano seguía insistiendo hasta que dije: Ya está prendida. Me saqué los pantalones y me subí a una silla para mirar cómo soy con el buzo y el slip; vi un cuerpo adolescente; después bajé de la silla y me acerqué al espejo nuevamente: Tengo miedo, dije. Revisé mis rasgos y me aburrí. Tenía hambre y ganas de romper algo. Me dirigí a la mesa con el mantel rojo con libros y papeles, demasiados libros y papeles y quise escribir pero me dio miedo aumentar el desorden y me pregunté para qué lo aumentaría con un poema más que luego exigiría ser pasado a máquina y guardado en una carpeta. Me mordía los labios y no sabía qué hacer con las manos. Yo misma me asustaba porque me miraba a mí misma en mi piecita desordenada, andando y viniendo en slip y pullover sin pensar, con la memoria petrificada, con la boca devorándose. Pasé junto a la silla y me subí de nuevo en el espejo pero mi cuerpo me dio rabia y me tiré en la carga creyendo confiada en el llanto vendría.»

(Alejandra Pizarnik, Diarios, Lumen)

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