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Entrevista Kiko Amat: “¿Por qué nos tocó a nosotros ser los raros?” Lit

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Kiko Amat: “¿Por qué nos tocó a nosotros ser los raros?”

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04 Abril 2018 10:13

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La quinta novela de Kiko Amat se llama 'Antes del huracán' y es un libro sobre infancias de mierda en pueblos de mierda. Sobre ingresos y planes de fuga en centros de salud mental. Sobre lo que es normal. Sobre lo que no lo es. Empieza así: “Me he inventado todo esto”. ¿Será cierto? Hablamos con su autor sobre bloqueos creativos, rabia de extrarradio y extracción de clase (obrera)

Desde la terraza de mis padres, también desde la que era mi habitación, tenía una postal diáfana del psiquiátrico en el que se desarrolla Antes del huracán. El colegio salesiano en el que Curro, su protagonista, es golpeado hasta el desmayo, es también el mío. Cada churrería, cada puticlub, cada estación de ferrocarril: su paisaje es mi paisaje, porque de Sant Boi de Llobregat se sale, pero Sant Boi de Llobregat, lo certifico, no sale de uno. “Yo siempre estoy allí”, me dice su autor, el novelista Kiko Amat. “Esté en Port de la Selva o aquí en Barcelona, esté dónde coño esté, la experiencia del extrarradio viene conmigo. Siento que mi infancia fue ayer. Todas esas heridas y esos traumas fueron ayer”, añade. “Vivo el presente, pero solo me hace falta un segundo, no ya para acordarme, sino para experimentar esa desazón, esa angustia”.

“Un segundo, y estoy allí”.

Ilustración original: Sonia Pulido

Antes del huracán es la quinta novela de Kiko Amat, un libro sobre infancias de mierda en pueblos de mierda, sin embellecedores, sin alerones. El otrora novelista pop, una fama que le granjearon títulos como Cosas que hacen BUM o Rompepistas, se ha deshecho de todo artificio para su trabajo más contundente y musculado, y se ha deshecho de forma consciente. “Yo siempre quise escribir así”, reconoce. “Tenía una serie de tics que venían de una cultura pop y de un universo personal que, con los años, se acabaron convirtiendo en un estorbo. Eran cosas de las que uno tiene que deshacerse, como el acné. Yo en este libro quería desaparecer. Quería no estar ahí, en cada página, que no hubiera barreras entre yo y el lector, que todo el mundo pudiera vivir aquí dentro y ver, con sus putos ojos, una cisterna de vitrocemento”.

Mientras la prosa de Amat iba corrigiendo las inercias referenciales, los guiños a Four Tops, a Generation X, a El Último de la Fila, el escritor también se desembarazó de muchas de sus posesiones y recuerdos. “A la vez que me deshacía del bagaje pop, de personajes que opinan, de esas frases de más, también me desprendí de cosas materiales. Como la novela requería de mi dedicación absoluta, dejé todas mis colaboraciones con periódicos, y para sobrevivir me vendí la moto y parte de mi colección de discos, unos 3.000. Cuando empecé, ya no podía parar: tiré un baúl entero con fotos de mi adolescencia, mis fanzines, la ropa que no usaba, todo; no podía parar de verdad. Tuve una sensación de ir perdiendo peso alucinante. Experimenté una convergencia, entre mi escritura y mi vida, completamente inusual”, apunta el santboiano.

Cleaners From Venus forma parte de los agradecimientos de 'Antes del huracán'

Mirando hacia atrás con ira, Kiko Amat es capaz de volverse el crítico más cabrón e inclemente con los trabajos que precedieron a este Antes del huracán. Eres el mejor, Cienfuegos es una mierda, un libro menor expelido en tres ventosidades. ¿Chap Chap? Una recopilación de artículos que podía solucionar rapidete para volver rápido a jugar con mis hijos, para irme a tomar quintos mirando el mar. Hace dos años, haciendo entrevistas de promoción para Chap Chap, dejaba caer que quizás no volvería a escribir novelas, por el desgaste emocional que suponen. Tuve una temporal pérdida de respeto por mi disciplina. Los futbolistas tienen malos días, pero los novelistas podemos tener malos años y hasta malas décadas. Yo creo que he tenido cinco años malos, y una razón de que lo hayan sido era la felicidad: estaba en un estado de plenitud completa”.

“Yo creo que he tenido cinco años malos como novelista, y una razón de que lo hayan sido era la felicidad: estaba en un estado de plenitud completa”

“Eso es una mierda para la creación: ese estado de placidez y enamoramiento paterno-filial es muy poco conductivo para la narrativa”. ¿La solución? Mirar aún más atrás, y todavía con más ira. “Todas mis cicatrices de infancia, de juventud, están permanentemente abiertas, y siempre acabo arañándolas para acceder al dolor con el que describir el que sufren mis personajes”, señala Amat. “En los libros que escribo hay una rabia que no se puede extirpar. Cuando intentaba hacer algo más twee, algo naif, algo como El día que me vaya no se lo diré a nadie; cuando intentaba ser un poco más cuco, no salía bien, porque había una ira terrible en el subsuelo. A veces la notabas ahí, vibrando, y otras, como en Rompepistas o en Antes del huracán, era inevitable que saliera a la superficie”. Mucha de esa rabia, sino toda, viene adherida a aquello que autor y personajes comparten: extracción social de clase obrera.

Fotografía: Eugènia Broggi

“Creo que desde fuera, desde la clase alta y media-alta, la clase obrera es vista como una entidad uniforme, cuando en realidad es un microcosmos”, advierte el escritor. “Está llena de pequeñas mierdas, pequeñas diferencias de clase microscópicas, imposibles de ver si no has estado allí. No era lo mismo calzar unas Tórtola que calzar unas Kelme. Había una diferencia. La hay: dice algo muy concreto de tu familia; es un escalón arriba o uno abajo. Esa supuesta solidaridad de clase, aunque no dudo de que exista en ciertas comunidades, yo no la he vivido jamás. He vivido mini-inquinas atómicas. Pequeños odios vecinales. Odio de hormiga, odio muy pequeño y muy banal, pero crucial para explicar cómo funcionan los personajes de Antes del huracán”.

“Esa supuesta solidaridad de clase yo no la he vivido jamás. He vivido mini-inquinas atómicas. Pequeños odios vecinales. Odio de hormiga, odio muy pequeño y muy banal”

“Ser de clase obrera en una gran ciudad como Barcelona, vivir en el Carmelo, no tiene nada que ver con ser de clase obrera en el extrarradio. En el extrarradio estás dos veces apartado, y de lo que se te aparta es de todo aquello que mola”, incide el escritor, al que recuerdo la mutación del extrarradio barcelonés de cinturón rojo a cinturón naranja; de feudo socialista a dominios de Ciudadanos. “No es magia: eso ha pasado por algo. Hay gente a la que se ha dejado de lado, y de ahí que el cinturón se haya vuelto naranja –un signo por el que, no solo no tengo simpatías, sino que siento perfecta repulsión”, puntualiza. “Pero entiendo que algo así haya sucedido. Yo entiendo lo que es la rabia. La entiendo perfectamente, esa rabia de saber que no eres guay, porque la he vivido”.

“Su manifestación me puede repugnar, pero la ira original la entiendo. Es una ira muy pura y muy terrible, y la Historia nos ha demostrado que se puede utilizar para fines muy perversos, como está pasando ahora”.

Cicatriz forman parte de los agradecimientos de 'Antes del huracán'

No os mentía: desde la terraza de mis padres, que ahora es solo de mi madre, tenía una postal diáfana del psiquiátrico en el que acaba el protagonista de Antes del huracán. “Al lector le puede parecer inaudito, pero los que hemos crecido en Sant Boi convivimos diariamente con los enfermos mentales que tienen régimen abierto en el psiquiátrico: están contigo en la calle, en los bares… Mi madre, además, trabajaba en uno de los pabellones del centro de salud mental, y alguna que otra vez nos había llevado, a mi hermano y a mí, para que viésemos el manicomio”, recuerda el escritor. “Crecer en un entorno así hace que pongas en tela de juicio lo que es y lo que no es normal”.

“A veces”, continúa, “la normalidad sólo lo es por pura potencia numérica. Hay ciertos comportamientos futbolísticos que son mucho más borderlines o marginales que las actitudes de aquella gente que la sociedad tacha como rara. Antes del huracán nace de cuestiones así: ¿Quiénes son, los normales? ¿Por qué nos tocó a nosotros ser los raros? Ahora ya no se trata de no encajar por llevar botas de skinhead, como en Rompepistas, sino de no encajar patológicamente. De no encajar porque estás lleno de tics y de fobias y no encuentras ninguna conexión con otro ser humano. Llevar o no llevar botas es irrelevante: cuando no conectas con el resto es, siempre, por otras cosas. En todo caso”, termina, “te calzas las botas de skinhead por esas carencias que te impiden conectar con los demás”.

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