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Rebecca Solnit: no, el #MeToo no ha ido demasiado lejos

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(Rebecca Solnit / Getty)
 

En un artículo para LitHub, la escritora estadounidense contesta a todos aquellos que creen que el discurso feminista es un relato cultural dominante y peligroso

Eudald Espluga

13 Febrero 2018 15:02

Que el #MeToo ha ido demasiado lejos es una cantinela que corre el riesgo de convertirse en la banda sonora de nuestro presente. Cada vez son más las voces que se alzan contra un feminismo que, dicen, oprime la sexualidad y cancela la libertad de expresión. Pero no solo esto. Tales voces son tildadas de "valientes" y "gallardas", instalando en el público la idea que el #MeToo no es una lucha inestable y dificultosa, a duras penas visible en los medios digitales, sino un imperialismo cultural que detenta el poder de la censura y el oprobio; al mismo tiempo, por si fuera poco, tales voces redefinen al hombre blanco heterosexual cisgénero —que además ocupa una posición de poder— como víctima: de la irracionalidad jurídica, del temperamento voluble y arbitrario de las mujeres, de la ordalía incomprensible, de una venganza largamente anhelada.

Frente al contragolpe reaccionario, Rebecca Solnit ha escrito para LitHub una columna en la que no tiene necesidad de contarnos nada nuevo. Simplemente nos coge del brazo y se nos lleva de paseo por los datos de violaciones, agresiones y asesinatos; una caminata por un paisaje que no puede ser descrito sino como un campo de batalla: solo en Estados Unidos, en 2016 se registraron 323,450 violaciones y 1.109.610 denuncias por violencia doméstica. Más de 3.000.000 de violaciones documentadas en los últimos diez años, si queremos ampliar el foco. Y si deseamos centrarlo en nuestra realidad más inmediata: según el Ministerio del Interior, que recoge los datos desde 2009, una mujer denuncia la violación por parte de un hombre cada ocho horas.

El #MeToo ha ido demasiado lejos, dicen, pero en España, en el primer mes de 2018 (datos actualizados el 4 de febrero) ya se han producido 7 femicidios. No son conjunciones demagógicas, ni retóricas populistas: "secretismo, silencio y vergüenza", afirma Solnit, "es lo que permite que pasen estas cosas, y son fuerzas que castigan una segunda vez a las víctimas, isolándolas". Tras el #MeToo no hay venganza, ni tan solo lo que sería una comprensible voluntad de escarmiento. "La cura no es el castigo", apunta la escritora norteamericana, "la cura es la transformación cultural", porque lo que hace falta es eliminar el deseo de hacer estas cosas y las justificaciones ideológicas que las posibilitan. No basta simplemente con instalar el miedo a que te descubran.

El #MeToo ha ido demasiado lejos, dicen, porque se corre el riesgo de cometer alguna improcedencia, de que se sobredimensione un malentendido, de que se destruya la reputación de un pobre inocente. A todo ello contesta Solnit: "nadie merece ser acusado o castigado injustamente, pero mucho menos merece ser violado, asaltado, amenazado, acosado. Nadie merece ser tratado injustamente en su lugar de trabajo o en su profesión; pero haríamos bien en recordar que esto les ha estado pasando a las mujeres cuando deploremos que les pase a algunos hombres que están en el centro de atención".

Y no: la respuesta a la pregunta que ni tan solo se formula es "no". El #MeToo no ha ido demasiado lejos porque, hasta ahora, ha constituido solamente una forma de autodefensa precaria, un movimiento de resistencia que, por suerte y de momento, ha sido capaz de ganarse la atención de la prensa, de escalar hasta los titulares, de atrapar la atención del debate público.

Pero que no se confundan esas voces, advierte Solnit. Porque la realidad asfixiante e injusta que aterroriza a los del esto-ha-ido-demasiado-lejos (el imperio de lo políticamente correcto, la moralidad puritana, la "quema de brujas" perpetrada por las brujas que no pudieron quemar) no es responsabilidad del feminismo, ni de las mujeres como clase, movimiento o lucha articulada. Por el contrario, es responsabilidad de los medios y de las empresas, las más de las veces dirigidas por hombres poderosos que, por principios o por interés, toman sus propias decisiones. A las mujeres sólo puede achacárseles su capacidad para plantar cara, para transformar la percepción pública de su situación, para obligar a estos señores a tomar decisiones.

El #MeToo no ha ido demasiado lejos: el cambio social que anuncia no ha hecho más que empezar. "Echar luz sobre estos crímenes, sobre este sufrimiento, es un trabajo que debe continuar hasta que deje de ser necesario porque estos casos se hayan vuelto extraños, y porque exista un proceso claro e inmediato que seguir cuando ocurran. Entonces se habrá ido suficientemente lejos".

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