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Estas son las excusas de mierda que usamos para depreciar a las escritoras

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Se publica por primera vez en castellano 'Cómo acabar con la escritura de las mujeres', de Joanna Russ, un ensayo que denuncia los mecanismos que la crítica literaria ha utilizado (y sigue utilizando) para alejar a las mujeres del mundo de la cultura

Eudald Espluga

19 Octubre 2018 14:36

"¿Qué tiene qué pasar para que reconsideremos definitivamente el modo en que la literatura ha sido dominada por una visión reducida del mundo, para que nos demos cuenta de que nuestras ideas de grandeza se ven afectadas por nuestra necesidad de creer que somos grandes, como también lo son nuestro género y nuestra nación, y para que la pluralidad radical nos parezca emocionante y bella y no una amenaza para nuestro ser frágil?"

Es la pregunta que Jessa Cripsin repite una y otra vez a lo largo del afilado prólogo que ha escrito para la primera edición en castellano de Cómo acabar con la escritura de las mujeres, de Joanna Russ —publicado este octubre por las editoriales Barrett y Dosbigotes—. ¿Qué tiene que pasar para que dejemos de menospreciar a las escritoras? ¿Qué tiene que pasar más, si ya existen libros como el de Russ, en los que se desmantela el entramado cultural que expulsa y maltrata a las mujeres que quieren escribir?

El mero hecho de que uno los ensayos de crítica literaria más importantes de los últimos 50 años no se haya traducido hasta hoy —y gracias a la asociación de dos editoriales pequeñas—, resume perfectamente su tesis. Y la antigüedad del libro, publicado en 1983, no puede ser una excusa para ignorarlo. Más bien al contrario: en Monstruas y centauras, el texto autobiográfico que acaba de publicar Marta Sanz, la madrileña explica haber sufrido el mismo tipo de violencias estructurales —heteropatriarcales— que denuncian los testimonios Anne Finch, Charlotte Brontë, Kate Wilhem, Adrienne Rich o Sylvia Plath en Cómo acabar con la escritura de las mujeres.

Porque, para quienes no lo sepan, o no lo quieran saber, el libro de Joanna Russ destripa el dispositivo sociocultural mediante el que las mujeres han sido y siguen siendo físicamente expulsadas del mundo de la literatura. En un momento en el que por fin pueden acceder a la educación, y ya no existe una prohibición explícita que las impida dedicarse a actividades intelectuales, la complicidad entre la institución familiar, la académica y el periodismo cultural forja un sutil entramado de prohibiciones informales que las mantiene siempre en los márgenes.

La expresión de "inclusión excluyente", que el filósofo italiano Girogio Agamben utiliza para referirse a cómo los Estados utilizan la fuerza de trabajo de las personas migrantes, sin reconocerles plenos derechos de ciudadanía, define con precisión el lugar subordinado al que se relega a las escritoras. Pero Russ no se limita a constatar lo evidente de esta inclusión excluyente, sino que esquematiza algunos de los principales mecanismos mediante se coacciona a las mujeres, en público y en privado, para que no escriban o para que dejen de hacerlo.

"No lo escribió ella. Pero si resulta evidente que lo hizo...."

"Lo escribió ella, pero no debería haberlo hecho (es política, sexual, masculino, feminista)"

"Lo escribió ella, pero fíjate sobre qué cosas escribió (el dormitorio, la cocina, su familia. ¡Otras mujeres!)"

"Lo escribió ella, pero no es una artista de verdad y no se trata de auténtico arte (es un thriller, es un romance, es un libro infantil. ¡Es ciencia ficción!)"

"Lo escribió ella, pero alguien la ayudó (Robert Browning, Branwell Brontë, Su propio 'lado masculino')"

"Lo escribió ella, pero es una anomalía (Woolf. Con la ayuda de Leonard...)"

Joanna Russ demuestra que tras la estructura del "lo escribió ella, pero..." no hay simple maledicencia, prejuicios sin consecuencias. Disuasión, falta de tiempo y de acceso a los materiales y a la formación; negación de la autoría; aislamiento de la tradición; discusión pública del carácter o la belleza de la autora como motivos de su éxito. Son factores clave que contribuyen a apartar a las mujeres o, todavía peor, factores clave para que se aparten a sí mismas.

"Cuando estoy enseñando mis lecciones o cosiendo", reconocía Charlotte Bronttë, "preferiría estar leyendo o escribiendo; pero intento negarme a mí misma".

¿Hasta qué punto está interiorizada todavía hoy esta imposibilidad? ¿Hasta qué punto se sigue exigiendo a las mujeres un doble estándar de excelencia, en casa y en el trabajo, que nunca se le ha exigido a los hombres? El caso de Sylvia Plath es uno de los más trágicos, porque como nos recuerda Russ, la misma Plath que sabía que "tenía que ser buena en todo porque de esa forma podía serlo todo: mujer y poeta" fue la que escribió "la mujer alcanza la perfección / su cuerpo / Muerto esboza la sonrisa del éxito...." y se suicidó a los treinta y un años.

Por esto la pregunta que abre el prólogo resulta tan inquietante. Porque a pesar de todo no sólo no hemos reconsiderado el modo en que la literatura ha sido dominada por una visión reducida del mundo, sino que además hemos ignorado a quienes como, Joanna Russ, nos advierten que los reyes van desnudos, que lo saben y que les da igual.

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