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La paz es una metáfora inútil

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La paz es una metáfora inútil

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/OPINIÓN / “La paz ha llegado a ser un símbolo de aceptación universal, pero como concepto ha tenido que pagar un precio muy elevado: se ha convertido en una metáfora inoperante”

La paz es insuficiente. Por lo menos como concepto.

Cuando celebramos cosas como el Día Mundial de la Paz, pensamos en ella como en una realidad negativa: la ausencia de guerra. Y asociamos la guerra a un imaginario bélico muy concreto, ligado a graves conflictos internacionales: militarismo, bombardeos, cuerpos desfigurados, invasiones, campos de refugiados y desplazamientos forzosos.

No es casualidad. Para ser efectivo, el movimiento antibelicista moderno ha martilleado nuestra conciencia con imágenes horrorosas que atestiguan la deshumanización inevitable que conlleva la guerra. El libro fotográfico de Ernst Friedrich, ¡Guerra a la guerra! —publicado en 1924, que la editorial Sans Soleil lanza por primera vez en castellano— fue uno de los pioneros en usar esta estrategia. Terminada la Primera Guerra Mundial, Friedrich compiló cientos de fotografías estremecedoras, procedentes de archivos militares y médicos, que reventaban la propaganda estatal y mostraban la realidad del conflicto.

('¡Guerra a la guerra!', de Ernst Friedrich / Foto: Sans Soleil ediciones)

Esta intervención se convirtió en una necesidad recurrente. Con la aparición de nuevos medios de comunicación de masas, el movimiento antibelicista se vio obligado a crear contrapoderes visuales que desmontaran los relatos publicitarios de los gobiernos, especialmente los televisivos. La Guerra del Golfo supuso un punto de inflexión: a la espectacularización del conflicto —que era consumido como una épica final de la Champions— había que oponer una estética mucho más cruda y brutal que no escondiera la realidad última del conflicto: ciudades arrasadas, cadáveres y cuerpos mutilados.

Al menos en Europa, la estrategia funcionó. La guerra ha quedado despojada de cualquier discurso que pudiera legitimarla. Por suerte, hoy ya no es posible hablar del espíritu bélico a la manera de Leo Strauss, como aquello que ennoblece el alma humana, ni es concebible la idealización del guerrero ni el éxtasis destructor del Ernst Jünger de Tempestades de acero:

"la guerra nos había arrebatado como una borrachera. Habíamos partido hacia el frente bajo una lluvia de flores, en una embriagada atmósfera de rosas y sangre. Ella, la guerra, era la que había de aportarnos aquello, las cosas grandes, fuertes, espléndidas. La guerra nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado sobre las floridas praderas en las que la sangre era el rocío."

('¡Guerra a la guerra!', de Ernst Friedrich / Foto: Sans Soleil ediciones)

Sin embargo, este estrechamiento del discurso bélico tiene consecuencias potencialmente indeseables para el lenguaje político. Cuando decimos que hoy la paz se refiere exclusivamente a la ausencia de guerra, queremos decir que se refiere a la ausencia de la ignominia que retratan las fotos de Ernst Friedrich. La paz ha llegado a ser un símbolo de aceptación universal, pero como concepto ha tenido que pagar un precio muy elevado: se ha convertido en una metáfora inoperante.

Tucídides fue el primer pensador que entendió que la paz, en el contexto de las relaciones internacionales, podía sobreestimarse con facilidad. En su Historia de la Guerra del Peloponeso, explica como los atenienses, tras cercar la Isla de Melos con un gran ejército, y sabiendo que la batalla era ridícula por la disparidad de fuerza entre unos y otros, enviaron unos emisarios a negociar la paz con los gobernantes.

Es una lección de realismo político que puede resumirse en la máxima de Von Clausewitz: la guerra es la continuación de política por otros medios. La paz no significa nada si no atendemos a las relaciones de dominación: la guerra permanente que se libra entre los fuertes, que "determinan lo posible", y los débiles, que "lo aceptan".

Utilizar la idea de guerra permanente para hablar de las relaciones sociales tiene un punto demagógico y antiliberal. Es una metáfora peligrosa, que ha sido utilizada por la derecha más reaccionaria, desde la agonística democrática de un filonazi como Carl Schmitt hasta el neoconservadurismo de Irving Kristol y Francis Fukuyama. Pero también resulta enormemente productiva para denunciar cómo las instituciones —tanto estatales como privadas— legitiman determinados tipos de violencias —inmobiliarias, sexuales, raciales o laborales— que son blanqueadas por el marco legal que las facilita.

"La ley no es pacificación", concluía Michel Foucault en 1976. "La paz hace sordamente la guerra hasta en el más mínimo de sus engranajes". El concepto de paz puede llegar a simplificar el debate, pero nunca la realidad. Es una metáfora tranquilizadora, pero tremendamente inoperante.

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