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Los adolescentes no necesitan autoayuda, necesitan sufrir

Opinión

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Imagen: Fabio Neo Amato
 

Los adolescentes no necesitan autoayuda, necesitan sufrir

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/OPINIÓN/ “Los libros de autoayuda para adolescentes refuerzan la idea de que la felicidad y el éxito son responsabilidades individuales que depende de cosas como la actitud, la dieta o los pensamientos positivos. Algo que parece especialmente perverso cuando este discurso se dirige a los integrantes de la Generación Z, pues sus inseguridades, quizá más que nunca, tienen raíces políticas”

"Horripila pensar que nuestra vida es un relato sin fábula ni héroe, hecho de vaciedad y cristal, del ardiente balbuceo de retrocesos tan sólo, de gripal delirio".

No sé cuantas veces he releído estos versos de Ósip Mandelstam. A mis 17 o 18 años nunca había abierto un libro del poeta ruso, pero sus palabras resumían perfectamente el fatalismo cósmico que sentía por aquel entonces. Todavía hoy guardo la cita como parte de un tesoro mucho más extenso, que cuenta con tantas otras frases inflamadas, tan esnobs como cursis, sobre lo terrible que resulta vivir en este mundo.

Cuando eres adolescente, la intensidad trágica debería ser el denominador común de casi todas tus preferencias lectoras. Lo pensé después de ver el anuncio de El método OT para llegar a ser un gran artista, una suerte de manual de autoayuda elevado a la máxima potencia. En las cuatro páginas promocionales que apenas llegamos a ver, se aconsejan cosas como "ser natural", "empatizar" o "tomar vitamina C" y no se aconseja "no sentir nada", "no disfrutar" o "no emocionarse".

La amplitud de las prescripciones hace que sirvan tanto para prevenir el escorbuto como para trabajar de cirujano. Incluso si aceptamos que los consejos deben enmarcarse en el contexto de una actuación musical —se aconseja también "proyectar la voz" o "vocalizar"—, es fácil comprobar que el libro se ajusta a un contexto más amplio de la cultura de la autoayuda, donde la felicidad, la autenticidad y la inteligencia emocional se convierten en imperativos sociales.

El libro de OT es una anécdota, poco más que merchandising mal hecho, pero el nicho de mercado al que se dirige es sintomático: está pensado para que compita con una oferta compuesta por libros como Sé un adolescente feliz, Cartas a un joven emprendedor o Autoestima: un manual para adolescentes. Todos estos libros, y muchos más, coinciden en un mismo empeño por normalizar la orografía emocional de los jóvenes.

Pero, ¿es necesario empezar a patologizar la tristeza a los 15 años?

¿Debemos animar a los adolescentes a corregir su inestabilidad emocional para convertirse en jóvenes productivos?

¿Por qué no podemos dejar que indaguen en sus desgracias en vez tratarlos como futuros adultos disfuncionales?

Con 16 años nadie lee Las vírgenes suicidas por las virtudes narrativas de Jeffrey Eugenides. De Rayuela sobran 154 capítulos: todos los que no dicen eso de "andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos". Que La insoportable levedad del ser sea una novela política resulta incluso molesto. Queremos recrearnos en la metáfora de la física: levedad y gravedad, sufrimiento y afirmación, sexo y existencialismo.

La campaña "Ya tienes edad para leer esto", que a finales de julio lanzó la editorial Anagrama, apuntaba en la dirección correcta. Delphine de Vigan, Nabokov o Cioran no son lecturas demasiado fuertes o prematuras. Al contrario, funcionan como lubricantes hormonales: estimulan la transgresión, pero también la encauzan. Nos permiten alfabetizar el deseo y sublimar el fracaso, poner palabras a una visceralidad recién descubierta.

Los adolescentes no son ratas de laboratorio. No los podemos condicionar para esbocen una sonrisa cada vez que pronunciemos la palabra "autoestima". Sólo si los infantilizamos podemos llegar a creer que unas gotitas de autoayuda van a detener la rueda del sufrimiento en la que están metidos. ¿De verdad necesitan una lista que diga "no se aconseja no disfrutar" o "no se aconseja no sentir nada"? Recomendar este bienestar obligatorio parece tan inefectivo como intentar detener un ataque de nervios diciendo "tranquilo", "tranquilo", "tranquilo".

Por lo menos sabrán que ese "fracasa mejor" de las tazas de Mr. Wonderful no era una invitación a la superación personal, sino que se refería a la necesidad de zambullirnos en un fracaso inevitable, inacabable, con el que sólo nos queda negociar.

Si estas publicaciones se siguen consumiendo es porque conectan con el espíritu de los tiempos. Refuerzan la idea de que la felicidad y el éxito son responsabilidades individuales que depende de cosas como la actitud, la dieta o los pensamientos positivos. Algo que parece especialmente perverso cuando este discurso desborda los manuales de management y se dirige a los integrantes de la Generación Z, incluso en un formato tan ingenuo como el libro de OT, pues sus inseguridades, quizá más que nunca, tienen raíces políticas.

Está claro que el pesimismo metafísico de Sylvia Plath o Samuel Beckett tampoco los salvará. Quizá ni les ayudará a sobrellevar su amargura. Pero por lo menos sabrán que ese "fracasa mejor" de las tazas de Mr. Wonderful no era una invitación a la superación personal, sino que se refería a la necesidad de zambullirnos en un fracaso inevitable, inacabable, con el que sólo nos queda negociar.

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