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Opinion ¿Republicano y monárquico? Lo de Manuel Valls no es una burrada Lit

¿Republicano y monárquico? Lo de Manuel Valls no es una burrada

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Imagen: Arte PG
 

¿Republicano y monárquico? Lo de Manuel Valls no es una burrada

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Podemos afirmar tranquilamente que el pensamiento de Valls no tiene nada que ver con el republicanismo: pero no porque sea monárquico, sino por la radicalidad de su liberalismo

"Hoy ser republicano en el mundo, en Europa y España, no es oponerse a la monarquía, es oponerse a la tiranía, a defender unos valores que están en la Constitución del 78".

Manuel Valls pronunció ayer estas palabras. Lo hizo en el acto de presentación de su libro Barcelona, vuelvo a casa (Espasa). De forma un tanto pintoresca, la promoción de este libro se ha convertido en motor y escenario de su campaña electoral, y su declaración pretendía ser un ataque contra Ada Colau, aprovechando el revuelo que ha causado la declaración institucional aprobada en el pleno del Ayuntamiento para pedir la abolición de la monarquía y reprobar al rey Felipe IV.

Como era previsible, las palabras de Valls fueron recogidas por la prensa y, casi instantáneamente, el ex primer ministro francés se convirtió en el meme del día. Incluso la propia Ada Colau se rió de él.

¿Republicano francés y monárquico? Para muchos, Valls no sólo estaba incurriendo en una contradicción obvia y ridícula, sino que con ello demostraba una de estas dos cosas: o bien un desconocimiento absoluto de la tradición republicana francesa de la que él fue símbolo; o bien una falta de escrúpulos no menos absoluta, puro electoralismo que le obligaba a defender la monarquía española con un juego de conceptos fallido.

Sin embargo, cabe la posibilidad de que exista una tercera opción: puede que Manuel Valls no dijera ninguna burrada, pero que cometiera un error estratégico de bulto, al no calcular que su afirmación sería malinterpretada y ridiculizada.

De hecho, y sin que sirva de precedente, nos decantamos por esta tercera vía: Valls no estaba utilizando el concepto tal y como lo entendemos cotidianamente —como defensa de un gobierno "del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", enfrentado a la monarquía—, sino que hablaba del republicanismo como teoría política que pone la virtud cívica, la ciudadanía libre y la democracia participativa como fundamento de toda acción de gobierno.

Si Valls se refería a este republicanismo, como parece ser el caso, basta con atender a cualquier introducción a esta doctrina para descubrir que el republicanismo "no es necesariamente antimonárquico, pero sí radicalmente antidespótico".

De Zapatero a Ciudadanos, de antiliberal a antipopulista

En España, uno de los primeros políticos en tratar de llevar el republicanismo a la práctica institucional fue José Luis Rodríguez Zapatero, quien quiso ajustar su acción de gobierno a las tesis del filósofo irlandés Philip Pettit, uno de los principales teóricos del republicanismo. Aunque en 2007 el propio Pettit afirmó que nunca había llegado a ser "ni amigo ni asesor de Zapatero", sí publicó un informe, que luego se convirtió en libro, titulado Examen a Zapatero. En él evaluaba la acción reformista de su mandato utilizando como criterio valorativo la fidelidad a los principios republicanos.

Para Pettit, el republicanismo es una teoría que asume como ideal fundamental "el principio de libertad como ausencia de dominación o ausencia de dependencia, y entiende por dominación o dependencia la condición del individuo sujeto a la voluntad arbitraria de otros individuos". Así, tiene sentido afirmar que no se trata de una teoría necesariamente antimonárquica, pero sí antidespótica: a día de hoy una monarquía como la española —al menos sobre el papel— no limita nuestra libertad en términos de dominación, como si lo haría una dictadura.

Después de Zapatero, fue Ciudadanos quien trató de apropiarse del lenguaje republicanista: no es casual que Félix Ovejero, uno de los ideólogos del partido, sea también uno de los pensadores que mejor ha trabajado esta doctrina en nuestro país. De hecho, el partido de Albert Rivera utilizó el lenguaje republicano para reivindicar la idea de que "en la sociedad solo nos reconocemos como ciudadanos. Ni los individuos del liberalismo, ni las personas del comunitarismo, ni la gente del populismo, sino los ciudadanos". De ahí tanta insistencia en los derechos y los deberes, así como en la neutralidad del estado y la centralidad de la Constitución para la democracia.

Como explica Fernando Broncano, Ciudadanos utilizó el republicanismo como una máscara, para alejarse de la etiqueta neoliberal, pero también como una arma teórica para combatir a los llamados populismos de izquierda: hablar de "ciudadanos" en vez de "la gente". Paradójicamente, si el republicanismo nació como una teoría pensada para luchar contra el liberalismo y la reducción del Estado a una plataforma para hacer negocios, en manos de Ciudadanos se ha convertido en todo lo contrario: en una teoría que quiere hacer recular el pueblo y vaciar el Estado.

Aunque Manuel Valls se presenta a las elecciones municipales como marca blanca, sin el logo de Ciudadanos, representa la última excrecencia de este desplazamiento hacia un modelo gobierno tecnocrático y ultraliberal. De hecho, en la misma presentación de libro en la que declaró la compatibilidad entre monarquía y republicanista, afirmó que "a este discurso populista que unos están diciendo de mi candidatura, de que yo sería el candidato de las élites, pues sí, soy el candidato de las élites".

Por lo tanto, podemos afirmar tranquilamente que el pensamiento de Valls no tiene nada que ver con el republicanismo: pero no porque sea monárquico —algo que, si la monarquía española no sigue encarcelando a quienes les critican, no tendría por qué ser un problema— sino por la radicalidad de su liberalismo, que efectivamente olvida dos tercios de la tríada republicana: libertad y fraternidad.

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