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El bobo que no lo era: obituario político de Rajoy

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Collejas al ‘crío’ en la radio, bailar Raphael, jogging en la playa… y entre medias: hacer descarrilar al enemigo sin piedad

Rafa Martí

02 Junio 2018 13:15

El día anterior a caer del poder, Mariano Rajoy dijo a todo un Parlamento que él iba a seguir siendo español. Se quedó tan ancho. Horas después, mientras el debate de la moción de censura avanzaba y habiendo anunciado el PNV que le iba a sentenciar a muerte, Rajoy se fue al peruano Arahy, a seguir siendo español: entró a las tres de la tarde y salió a las 10 de la noche con los asistentes señalándole el camino al coche, como quedó inmortalizado en una foto que pasará a la historia de España. Se fue con algunos amigos ministros, sacó los habanos y, según algunos medios, cayeron dos botellas de whisky.

El día de su funeral, Rajoy se pegó la comilona como las que uno se podía pegar en los años setenta y ahora solo ocurren en algunas bodas. Si algo ha caracterizado a Mariano Rajoy como personaje político es un quemeimportismo esgrimido de una forma tan natural, ingenua y poco impostada que le ha hecho implacable, un resistente nato que no se inmuta ante nada ni nadie. Hasta ayer. Pero lo de ayer fue un giro imprevisto en el guión. Rajoy es un tipo que puede y le encanta estar jugando al domino en un casino de pueblo, paseando por la playa a las siete de la mañana con esa manera tan peculiar de caminar, bailando “Puede ser mi gran noche” de Raphael con señoras de la jet de capital de provincia, darle una colleja a su hijo cuando se pasa de rosca en un programa en directo en la radio mientras se parte el culo de la castaña que le acaba de dar al crío; es un tipo que puede estar en un acto con jóvenes del PP europeo y hablarle a un búlgaro de las afinidades que tiene con su presidente para acto seguido decir, “en Holanda, bien”.

Por todo esto le han llamado bobo y poco inteligente. Comenzó Zapatero. Pero lo único que ha demostrado esta corriente de críticas es que todos pierden los papeles por él, mientras él se fuma un puro. La expresión la tendrían que haber inventado por él.

Porque Rajoy de tonto tiene poco: sacó las oposiciones a registrador de la propiedad con 23 años, el más joven que se recuerda, y su carrera en el efímero y traicionero mundo de la política es más dilatada que ninguna. Su profesión original apenas la ejerció para ser, desde muy joven, concejal, diputado provincial, autonómico, nacional, vicepresidente de la Xunta, ocupar la cartera de un ministerio hasta cinco veces, ser, en el PP, vicesecretario de Organización, jefe de campañas y secretario general del partido con Aznar hasta llegar a presidente del Gobierno.

Aunque nunca lo ha mostrado públicamente, detrás de ese galleguismo y hacerse el sueco tan bien combinado, a Rajoy no le tiembla el pulso para cargarse a quien sea, con tal de sobrevivir. Son muchos los periodistas y personajes cercanos a su entorno que hablan de un tipo que, callando, va haciendo: se quitó de encima a toda la vieja guardia de Aznar, a periodistas incómodos como Pedro J. Ramírez o a Federico Jiménez Losantos que abandonaron cabeceras y radios tan influyentes en la derecha como El Mundo o la Cope, eliminó a Esperanza Aguirre y las pretensiones de los liberales dentro del partido... La lista es larga. La última fue Cristina Cifuentes. Cuando Rajoy vio el vídeo en un supermercado de la expresidenta de la Comunidad de Madrid fue fulminante: envió a Cospedal a Sol a recoger la carta de renuncia sin negociación posible.

Si algo ha caracterizado a Mariano Rajoy como personaje político es un quemeimportismo esgrimido de una forma tan natural, ingenua y poco impostada que le ha hecho implacable

Su mandato ha estado caracterizado más por lo técnico que por lo ideológico. Sus valores vienen de una familia conservadora de costumbres tradicionales pero no demasiado pretenciosa. Así ha sido su camino político: hacer las cosas que creía que tenía que hacer, aunque duelan, poner la economía en su sitio y olvidarse de beligerancias políticas. Su estilo, por ejemplo, con todo el conflicto catalán, ha sido el de callar y dejar que los tribunales actuasen por su cuenta. La estrategia casi siempre le ha funcionado, igual que con los periodistas: Rajoy no es de dar entrevistas ni ruedas de prensa. Le incomodan las preguntas y tiene bien aprendido que cuanto más hables, más posibilidades tienes de equivocarte. Se ha mantenido siempre lejano al foco mediático y ha seguido recorriendo su renglón, aunque para muchos estaba torcido.

De manera inevitable, Rajoy ha sido la cabeza visible de un PP que ha representado la corrupción a escalas inauditas en España, los recortes sociales y la austeridad económica, a través de polémicas leyes como la reforma laboral. Fiel a su estilo, Rajoy sobrevivió a todo esto, confiado de que llegaría al final de su segunda legislatura y pasaría a la historia como el presidente de la recuperación. Sin embargo, la corrupción, ese mal tan endémico en su partido que parecía no afectar a los votantes, ha sido el arma con que Pedro Sánchez, un tipo que no le ha quitado nunca el sueño a Rajoy, ha emprendido una gesta casi imposible: echar al inechable.

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