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Artículo Militares y Chicago boys: el camino de Bolsonaro Now

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Militares y Chicago boys: el camino de Bolsonaro

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Mano dura en la calle y blanda en los despachos. La derecha tiene un plan para Brasil

Ignacio Pato

04 Octubre 2018 17:49

Hace más de treinta años que los militares no tenían tanto protagonismo en la política brasileña. La fecha es aproximada, en realidad son 33; los hechos no: ahí acabó la última dictadura castrense vivida en el país más grande de un Cono Sur que ha ido quitándose ese lastre cuartelario de su vida pública con demasiado esfuerzo civil.

No es solo que el candidato de la derecha en las elecciones de este domingo, Jair Bolsonaro, sea excapitán del ejército. Ni que su historial esté plagado de celebraciones de la tortura, el asesinato extrajudicial y una dictadura con más de 400 muertos que define literalmente con el lema del país: orden y progreso.

El segundo de Bolsonaro, el candidato a vicepresidente, es otro exmilitar, el antiguo general Hamilton Mourao. Vale la pena detenerse un momento en el hecho de que, precisamente tras el apuñalamiento de Bolsonaro, Mourao tomó el relevo en el foco con la frase como "si quieren usar la violencia, los profesionales de la violencia somos nosotros". Donde ese nosotros es tan ambiguo (¿Estado? ¿militares?) como concreto el otros que explicita, atribuyéndole a la oposición -las fake news trataron de relacionar a la segunda de Fernando Haddad, Manuela D'Ávila, con la agresión- la responsabilidad de las heridas de Bolsonaro.

Solo horas después, Mourao glorificaba en televisión la figura de uno de los coroneles de la dictadura, Carlos Alberto Brilhante Ustra. "Los héroes matan", dijo el candidato a vicepresidente de la fórmula Bolsonaro.

Otra de las frases de Mourao que ha herido a los numerosos hogares sin figura "masculina" de Brasil es que, según él, las casas donde hay abuela o madre, pero no padre, son "fábricas de potenciales delincuentes". Hasta Bolsonaro tuvo que salir al paso, publicando un vídeo desde el hospital, convaleciente, alabando a su mujer y a su hija. Eso casi a la vez que difundía su famoso gesto de las pistolas.

El Brasil de la etapa Temer -presidente beneficiario del controvertido y politizado impeachment a la presidenta Dilma Rousseff hace dos veranos, y que ha apoyado a Bolsonaro- ha visto pasar por el Ministerio de Defensa al primer militar como responsable máximo en dos décadas: el general Joaquim Silva e Luna. Según The New York Times, son noventa los candidatos a estas elecciones que proceden del ejército.

La lógica militar, en pleno 2018 y sin agentes agresores externos -como en un hipotético caso si podría suceder en plena Guerra Fría en tiempos de la dictadura- solo contribuye a reforzar una idea común a gran parte de las dictaduras surgidas o sustentadas en cuarteles: el enemigo es interno. El enemigo, siguiendo esa lógica fratricida, vota este domingo. Tampoco hay una guerra, sino en todo caso un conflicto desigual, el que se desarrolla en las zonas empobrecidas y que cuesta la vida a activistas como Marielle Franco.

Los mercados, por el contrario, no han estado mejor en tiempo. Esta semana cerraban con su mayor subida desde noviembre de 2016. A cada encuesta que muestra ventaja para Bolsonaro, la Bolsa sube. Ocurrió tras su apuñalamiento y la previsible subida en intención de voto que le siguió.

Que Bolsonaro es el candidato de los mercados es algo que las grandes empresas e inversores del país no se esfuerzan en desmentir. Enfrente, la opción es Fernando Haddad, es decir, el Partido dos Trabalhadores, la izquierda que, primero con Lula da Silva y luego con Rousseff gobernó Brasil trece años viniendo desde movimientos sindicales de base como el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra. Es decir, la fiscalización desde el poder público para los grandes inversionistas.

Mientras Haddad afirma que el "mercado aterroriza al pueblo", las propuestas de explotación de tierras de indígenas todavía protegidas o la privatización de empresas públicas de Bolsonaro juegan a favor del clásico crush entre el capital y la combinación de mano dura en la calle y blanda en los despachos.

El hombre que personifica ese Brasil liberalizado es Paulo Guedes, el asesor, el cerebro económico de Bolsonaro. A él acude el candidato cada vez que se le pregunta por estos asuntos, y a él señalan todos como ministro de Hacienda si la derecha se impone en el gigante sudamericano.

La consigna es 'Más Brasil y menos Brasilia', la capital y símbolo de un Estado-elefante en el gasto y disfuncional en las prestaciones para un liberal de manual como Paulo Guedes. La estancia y doctorado a finales de los setenta en la Universidad de Chicago lo descubre -sin demasiada sorpresa- como un Chicago Boy de segunda generación.

La misma escuela de Chicago de Milton Friedman que fue el brazo económico del Chile pinochetista surgido del golpe al gobierno de Salvador Allende. Allí el espacio que dejaron los cuerpos reprimidos fue ocupado por las oportunidades de inversión.

Cualquier parecido con un posible próximo Brasil es imaginación del lector.

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