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‘Han Solo’ es la entrega más falocéntrica y fallida de la saga ‘Star Wars’

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¿Queda espacio y público para un héroe con una masculinidad importada de 1977?

víctor parkas

24 Mayo 2018 13:43

En Han Solo: Una historia de Star WarsHan Solo, de aquí en adelante– asistimos al mágico momento en que el personaje que da nombre al título y Chewbacca, su querido escudero Wookie, su fiel y peludo compañero, se conocen por primera vez. El primer contacto, el primer recuerdo común que generarán, será el de una pelea a puñetazos en la que terminarán llenos de barro. Moratones y ropa para lavar, ¿acaso hay otra forma en la que dos varones adultos puedan conectar entre sí?

Viendo a Solo (Alden Ehrenreich) y a Chewie (Joonas Suatomo) enmarañados, lanzándose golpes y gruñidos, pienso, (1) ¿existe palabra para la indiferencia que te causan las escenas de acción en las que, sabes a ciencia cierta, no peligra la vida de ninguno de los implicados? No sólo ocurre con las precuelas: es esa sensación que te invade viendo la crucifixión de La Pasión de Cristo sabiendo que el protagonista, más tarde, resucitará. Pienso, (2) si en el prólogo de Error Humano (Chuck Palahniuk, 2004) se nos alertaba de que “no vemos muchos modelos nuevos para la interacción social masculina” y década y media después seguimos más o menos igual, ¿cuándo es legítimo empezar a preocuparse?

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Han Solo, el segundo spin-off de Star Wars, lleva meses siendo material incandescente en manos de Disney: dirigida de penalti por Ron Howard, la cinta arrancó bajo la batuta de Phil Lord y Christopher Miller, dos realizadores que abandonaron el proyecto por “diferencias creativas” con la productora. Esa bicefalia, esa paternidad compartida, se convulsiona bajo cada uno de sus fotogramas. Han Solo avanza como un adolescente que acaba de llegar borracho a casa: intenta caminar recto, domar el tono, controlar sus gestos; un triple esfuerzo en vano. Han Solo son sus problemas, y sus problemas van más allá de su ejecución; más allá de Howard, de Lord, de Miller. El problema de Han Solo es Han Solo.

Han Solo: Una Historia de Star Wars (Ron Howard, 2018)

En un zeitgeist cultural fundado en remakes, reboots, corta-pegas en forma de secuela, precuela o spin-off, Han Solo hace honor a su nombre: no hay otro producto que pueda hacerle compañía. Es una particularidad dentro de otra: (1) la diferencia de Star Wars con respecto al resto de cine de entretenimiento es que, mientras los demás traen al presente personajes, historias y aventuras imaginadas décadas atrás –Infinity War, por ejemplo, clava sus pezuñas en una imaginería creada en los sesenta–, el universo de George Lucas parece incapaz de moverse de un espacio-tiempo fijado. Es innegociable: todo ocurre “en una galaxia muy lejana” y, lo que es aún peor, “hace mucho, mucho tiempo”.

(2) El protagonista de la película es el ‘otro’, funciona en contraposición: frente a Luke Skywalker, se erige antihéroe; frente a Leia Organa, en novio indolente.

–Te quiero –le dice el personaje de Carrie Fisher en El Imperio Contraataca.

–Lo sé –le contesta él, encarnado por Harrison Ford.

La escena está homenajeada en Han Solo de la única forma posible: como parodia. Chistes para sublimar una tragedia: todos los personajes alrededor de Solo son más duros, más canallas, más malévolos; todos son el ‘otro’. Es como una función de circo en la que los payasos no se han puesto de acuerdo en quién será el triste y quién el imbécil. Una entrega de Resacón en Las Vegas donde la resaca nunca llega, porque la fiesta nunca terminó.

Han Solo: Una Historia de Star Wars (Ron Howard, 2018)

A vueltas con la particularidad (1), no hay que olvidar que, ese “hace mucho, mucho tiempo” en el que se enmarca cada nueva entrega de Star Wars, está tan cerca y tan lejos como lo está 1977, año en que se estrenó Una nueva esperanza. Si bien ciertas formas de rodaje han acabado en la papelera de la Historia –ya no se estila cubrir los pechos de una actriz con cinta aislante porque George Lucas no quiere ver “las tetas de Leia rebotando por el espacio”–, el contenido y el fondo de aquellas películas, con todas sus astillas, están siendo volcados generación tras generación. Al primero que le preocupa ese trasvase es al mismo Lucas: al reestrenar Una nueva esperanza en los noventa, remontó, retocó y maquilló ciertas impurezas, ganándose la enemistad ancestral de sus propios seguidores.

Uno de los cambios que más dolió a los fans atacaba, directamente, la virilidad de Han Solo: si en la película original, Han lanzaba un disparo mortal al extraterrestre Greedo antes de que éste le atacase, en el remontaje 90’s es Greedo quién dispara primero. El backlash que recibió esa decisión todavía colea: en camisetas, en gorras, en pósters, se serigrafió y se serigrafía la leyenda ‘Han disparó primero’. La reacción escondía cierto poso retrógrado: disparar antes de preguntar era lo que hacía masculino a Han, y George Lucas, a golpe de moviola, con sus hijos en mente, había castrado al personaje. La integridad artística no estaba en juego aquí: lo que se ponía en tela de juicio era la hombría de Solo.

Han Solo, de nuevo como homenaje, de nuevo como parodia, toma partido en esta discusión: dónde Lucas lo castró, Ron Howard, feliz 1977, procede a la testiculoplastia.

Han Solo: Una Historia de Star Wars (Ron Howard, 2018)

La masculinidad importada de 1977 no sólo está en el pálpito de un Alden Ehrenreich permanentemente fuera de su elemento –la sombra de Harrison Ford es tan alargada que no puedes ver en Ehrenreich otra cosa que no sea un cosplayer–, sino en un spin-off donde los personajes femeninos sólo pueden ser killjoys suspicaces (Thandie Newton), revolucionarias en apuros (Lilly Newmark) o traidoras ambivalentes (Emilia Clarke). Alison Bechdel tendría espamos: la única conversación entre dos mujeres que tiene Han Solo –si consideramos al droide doblado por Phoebe Waller-Bridge como una mujer– gira en torno a dos hombres.

Han Solo como error de cálculo: la Disney pre-Black Panther no podía imaginar lo que supondría desaprovechar un personaje como Lando Calrissian (Donald Glover) dándole un papel secundario en una película que, aunque lo intenta, es incapaz de despegar. La secuencia que mejor resume sus toxicidades acontece, precisamente, en un aerocoche, con Ehrenreich al volante y Clarke de copiloto. “No va a caber”, le dice ella, viendo el vericueto al que se dirige el vehículo, “es demasiado estrecho”. Han Solo pisa el acelerador, el aerocoche queda atascado, Clarke suspira.

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