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Una hora intentando entender a Poppy, uno de los fenómenos más siniestros de YouTube

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Nada de lo que Poppy hace parece tener sentido, pero tras observarla un rato podemos entender por qué sus vídeos tienen millones de visitas y ya da conciertos por medio mundo

Elena Rue Morgue

12 Diciembre 2017 13:28

Si esta es la primera vez que entras en contacto con el mundo de Poppy, te adelanto algo: de primeras, no vas a entender absolutamente nada.

¿Cómo es posible que un vídeo de una chica diciendo “I’m Poppy” durante 10 minutos seguidos haya logrado acumular casi 13 millones de visitas en YouTube?


Misma frase, mismo tono de voz, mismos cortes pegados una y otra vez durante 10 eternos minutos.

Es desquiciante.

Y un poco hipnótico.

Y ahora necesito saber quién es esta chica, qué carajo acabo de ver y cómo es posible que no me haya enterado de su existencia hasta ahora si todo apunta a que es un fenómeno en YouTube desde hace años.

Tiene hits que acumulan millones de visitas.

Desde que publicó el primer vídeo en su canal allá por 2014, Poppy ha alcanzado una fama que ya le ha permitido publicar su primer álbum e iniciar su primera gira, que inició el pasado noviembre y terminará este próximo febrero.

Poppy es un personaje encarnado por la cantante Moriah Rose Pereira, y dirigido entre bambalinas por el director/artista/creador en general Titanic Sinclair.

Juntos han creado a esta especie de muñeca, a una chica que tiene más de maniquí o de robot que de persona, y que a priori no parece estar diciéndonos nada de nada.

Aquí tenemos a Poppy básicamente leyéndonos la información que ya podemos leer por nosotros mismos impresa en una caja de jabón para la lavadora.

Todo el mundo de Poppy está pintado en colores pastel, con un maquillaje impecable, fondo neutro y vestidos dignos de una Blair Waldorf edulcorada y siempre lista para la semana de la moda.

Pero el mundo aséptico y visualmente perfecto de Poppy es jodidamente siniestro.

Tanto que ella misma ha aclarado que no forma parte de ninguna secta.

Y Sinclair ha desmentido que forme parte de un "culto" dirigido por la cantante, ni que él la esté manipulando a ella de esta manera. Y todo con el cachondeíto de basar su defensa en una camiseta que especifica esa información, y que por supuesto está a la venta para quien quiera comprarla.

Escoger un vídeo de Poppy para ejemplificar su creepiness es complicado, porque hay cientos, pero este me ha perturbado especialmente por su sencillez y lo deprimente que es su mensaje.

En estas imágenes la vemos charlando con su mano, una mano que no parece poder controlar. Poppy no entiende su cuerpo, ni el mundo, y tiene miedo del futuro.

Poppy es una crítica a la fama, la frivolidad y todas las vidas perfectas que nos venden las celebrities y los influencers a través de las redes sociales.

Poppy es preciosa, su expresión es inmutable, y está terriblemente sola.

Tan sola que su único amigo es un maniquí.

Y que se “emociona” al poder entrevistar a esa planta de interior.

Poppy es perfecta, pero se aburre.

Poppy no vive, no siente. Poppy no es real, como no lo es la felicidad que pretenden que compremos en Zara, eBay o Asos con un solo click en PayPal, como no lo son las sonrisas clónicas creadas con carillas de porcelana de todos los actores de Hollywood, ni las curvas de las Kardashians, ni tus “amigos” de Facebook.

Si alguien pudiera tener alguna duda de que Poppy es una crítica brutal a todo lo que hemos asimilado como ideales de éxito, no tiene más que ver si videoclip del tema Lowlife.

En él, además de verla haciendo referencias illuminati y cenando con el demonio, podemos ver cómo para variar, Poppy sale de su marco perfecto para señalar a los hombres poderosos que controlan la industria, a la presión de las fans, y a las amistades de conveniencia y las drogas que tienden a suplir el efecto y la protección real que necesitan en realidad los artistas que alcanzan la fama demasiado jóvenes.

Hasta su nombre es una clara burla a todo lo que implica la cultura pop.

En media hora he pasado de pensar “¿Por qué la gente pierde el tiempo viendo esta puta basura?” a quedarme fascinada del fenómeno Poppy, suscribirme a su canal original, al de Vevo, a seguirla en Twitter, en Facebook y en Instagram, comprobar si tiene fechas programadas en España y rabiar viva al descubrir que no.

En una hora he entendido a la perfección por qué un vídeo de una pseudo Barbie inexpresiva diciendo su nombre a cámara durante 10 minutos tiene más de 12 millones de visitas.

Poppy tiene todas las preguntas, pero no te da ninguna respuesta, “¿Aprenderemos a amar en 2018?”.

Bueno, viendo cómo ha ido 2017, a lo mejor nos sale a cuenta conformarnos con no odiarnos más.

O hacer como Poppy y seguir disfrutando de la falsa felicidad que la sociedad de consumo nos pone en bandeja.

"Todo es perfecto.

Creo que todo irá bien.

Todo está bien".

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