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Artículo Todas las canciones pop las ha escrito la misma persona Culture

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Todas las canciones pop las ha escrito la misma persona

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No sabemos si 'Under the Silver Lake', la última película de David Robert Mitchell, es un bluf o una genialidad, pero sí plantea algunas preguntas interesantes sobre la cultura pop, la necesidad de interpretación y la posición del espectador frente a la pantalla de cine

Eudald Espluga

04 Enero 2019 13:34

No tengo ni idea de lo que significa Under the Silver Lake, la última película de David Robert Mitchell. Ayer salí del cine sin saber si se trataba de un ejercicio narcisista, petulante y"posmoderno" —en el sentido peyorativo que le dan a lo posmoderno quienes utilizan mal el concepto— o si por el contrario se trataba de una refinada reflexión sobre las industrias culturales en la que Mitchell se burlaba de la sociología marxista de garrafón.

Hay algo reluctante en la propia estructura de la película —recursiva y paranoica— que impide que el espectador pueda proyectar un sentido general a su obra. El director de It Follows propone una violenta escapada hacia adelante, en la que la causalidad está absolutamente dislocada y las secuencias se suceden mediante conexiones delirantes. Para que nos entendamos, si la película interactiva de Black Mirror representa un nuevo horizonte de libertad narrativa en la que el espectador puede definir su propia experiencia, Under the Silver Lake propone todo lo contrario: la sumisión del espectador a una concatenación de imágenes que no llevan a ninguna parte, ni cumplen función ulterior alguna. En ella no hay opción de salir del laberinto: no hay afuera.

Quizá esta sea una de las pocas cosas que pueden sacarse en claro de la película de Mitchell: en tanto que reflexión sobre el cine, Under the Silver Like es una revisión de todos aquellos discursos que nos dicen que "la vida está en otra parte". Se trata de una creencia filosófica y religiosa que puede remontarse al menos hasta Platón: los humanos habríamos vivido siempre en una caverna ideológica, hecha de sombras y representaciones falsas. Hollywood, en tanto que "fábrica de sueños", ha sido durante años considerada el epítome de unas industrias culturales que hoy harían las veces de caverna platónica: el capitalismo, nos dicen, no solo modela nuestra identidad a través de las películas, la música, las series, los videojuegos o los cómics, sino también nuestra capacidad para representamos el mundo.

No es causalidad, entonces, que Mitchell ambiente este neo-noir en las colinas de Hollywood, en Los Ángeles. Under the Silver Lake se inscribe —¿irónicamente?— en la tradición de películas que, de Mulholland Drive a Vicio propio, se proponen explorar "la cara oculta" de esta industria. Quizá uno de los momentos más diáfanos de la película sea el encuentro del protagonista con el Compositor, una especie de demiurgo artístico que cumple la función de "genio maligno". El Compositor confiesa que es él quien escribió las mejores canciones de Nirvana con las que protagonista se educó sentimentalmente; que es él quien creó la banda sonora de sus películas de infancia; que es él quien sacó los ritmos rockabilly que bailaban sus padres cuando él todavía no había nacido. De hecho, oculto siempre en las sombras, reconoce que ha escrito todos los grandes éxitos musicales que han emocionado al mundo occidental desde principios del s. XX.

Por supuesto, el Compositor es una parodia. Su risa maligna se convierte en un ataque de tos, y acaba reconociendo que su conspiración mundial por conquistar la consciencia de millones de personas solo tiene un objetivo: ganar unos cuantos dólares. El Compositor no es más que una encarnación desquiciada de las teorías críticas para las que toda la industria cultural es una conspiración capitalista: Mitchell se está riendo de los productos presuntamente intelectuales que denuncian la corrupción ideológica de Hollywood.

Sin embargo, esta es solo una de las ideas qué rondan por Under the Silver Lake. Una de las muchas que voluntariamente no llega a desarrollar, y que parece entrar en contradicción con otra de las intuiciones que nos deja Michell: una crítica a la representación machista del cuerpo femenino en las industrias culturales.

El protagonista es una caricatura de la masculinidad hegemónica —con pósteres de American Psycho y Adiós a las armas en su habitación—, capaz de dar una paliza a un niño, cuya única dedicación es el voyeurismo. En varios momentos de la película, se nos deja entrever lo perverso de su idea de amor romántico: perseguir por toda la ciudad a una chica que solo a visto una vez. También se insinúa que para él existe una continuidad entre el star system, la publicidad, la pornografía y la prostitución: el protagonista se masturba con fotografías de revistas que proceden de todos estos ámbitos, y acaba por contactar con unas prostitutas que, de hecho, son actrices fracasadas. Por si fuera poco, después de haber asaltado a una desconocida en el baño, el protagonista percibe a las mujeres que lo echan del baño como perros que ladran. Y por último, en una de las escenas finales, Mitchell sugiere que quizá todo lo que estamos viendo es una fantasía esquizoide del protagonista, que ha perdido el sentido de la realidad después de la ruptura con su novia —cuyo rostro aparece en las vallas publicitarias de Silver Lake anunciando lentillas—.

Pero, ¿es realmente una película crítica con la representación cinematográfica hegemónica? ¿O es una película que se ríe de las películas que pretenden ser críticas con la industria audiovisual? ¿Puede ser las dos cosas a la vez?

A juzgar por las declaraciones del director, parecería que está última opción es la más plausible: "no sé si, efectivamente, la cultura pop está dirigida por élites, pero no es de locos decir que a veces parece que así sea. Soy el primero que duda en todo esto y la película te afirma eso y luego te puede defender lo contrario. Pero mi intención no era responder sino proponer la pregunta".

Aunque parezca una salida fácil y poco comprometida, es posible que Under the Silver Lake sea exactamente esto: un artefacto dedicado a generar nuevas preguntas, cuya única aspiración sea esta resistencia a verse encerrada en un aparato crítico reductivo. La escritora Susan Sontag, en uno de sus ensayos más conocidos, titulado Sobre la interpretación, afirmaba que vivimos en "una época en que el proyecto de interpretación es en su mayor parte reaccionario, sofocante. Como los gases de los autos y de la industria pesada que ensucian la atmósfera urbana, la efusión de interpretaciones de arte hoy envenena nuestras sensibilidades". Y es que para la estadounidense la crítica no hacía otra cosa que domesticar cualquier obra, convirtiéndola en "un bien de consumo adaptado, manejable, robándole la capacidad de inquietarnos".

Así, si la interpretación es para Sontag "la venganza del intelecto contra el arte", Under the Silver Lake puede verse como una venganza del arte contra el intelecto. Y quizá esta sea la intención del film: que salgamos de la sala sin tener ni idea de lo que significa. O quizá todo este artículo esté de más y las contradicciones de Mitchell no sean especialmente productivas, siendo Under the Silver Lake todo lo contrario a lo que pedía Sontag: un venganza intelectualoide contra el cine.

Por lo menos, una cosa está clara: viéndonos reflejados en la hipertrofia interpretativa del protagonista, en su paranoia por buscar el Significado y la Verdad, Under the Silver Lake nos obliga a revisar la relación entre el espectador y la pantalla, entre la representación y su recepción, entre la producción de discursos mediáticos y la idea que toda realidad está socialmente construida. Esto no la convierte en una buena película, por supuesto, pero nos da una buena razón para leer a Sontag y preguntarnos si "en lugar de una hermenéutica necesitamos una erótica del arte".

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