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"En España no tenemos libertad para decidir lo que comemos"

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Hablamos con Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria, el hombre que tiene las ideas más contundentes para cambiar el sistema alimentario español: " El 45% de la población no se puede permitir una dieta sana"

Rosa Molinero Trias

23 Abril 2018 13:06

Javier Guzmán probablemente tiene las ideas más contundentes de toda España para cambiar el sistema alimentario. ¿Qué otra persona compara la mala alimentación con el tabaquismo o con las estafas piramidales? Guzmán es el director de Justicia Alimentaria en España, una organización sin ánimo de lucro que trabaja con el objetivo de conseguir la soberanía alimentaria. El año pasado impulsó la campaña Dame Veneno, gracias a la cual se aprobó en Cataluña un impuesto sobre las bebidas azucaradas que ha reducido las ventas un 20%.

Hay una frase que siempre te acompaña: “la alimentación es el primer problema de salud pública”. Y hace unos días decías en una conferencia que “el 80% de los alimentos que se comen en España son procesados". ¿Cómo hemos llegado a este punto?

Algo determinante ocurrió en los 90: globalizaron la alimentación. Aparecieron los tratados internacionales, los mercados empezaron a desregular los precios y la alimentación comenzó a fortalecer a las grandes industrias. La Organización Mundial del Comercio habló entonces de la alimentación como de un producto más, una mercancía. Y hay que tener algo bien claro: la alimentación es un derecho y es un bien público, no una mercancía. Porque puedo decidir si me compro un teléfono o no, pero no puedo decidir si como o no. Sin embargo, la alimentación ya es hoy un activo bursátil con el que se especula. El hambre cotiza en los tratados internacionales. Se ha generado un mercado global con unos impactos tremendos en términos de huella ecológica. Así, la industria alimentaria ha logrado externalizar todos sus costes, tanto los medioambientales de la producción, la distribución y el consumo, como los de salud.

La alimentación es un derecho y es un bien público, no una mercancía

Por otro lado, las políticas públicas sobre agricultura y alimentación nacionales y europeas son insignificantes. La PAC (Política Agraria Común), con cada reforma ha ido a peor: Permitió la desregulación, se desacoplaron las ayudas sobre de la producción y se comenzó a ofrecer la agricultura europea como moneda de cambio en el mercado internacional. La PAC subvenciona hoy principalmente a las grandes explotaciones, en un 60% a los cultivos de pienso, azúcar o grasa, los que tienen que ver con la mala alimentación, y así pueden proveer a la industria de materias primas baratas. Y vamos viendo cómo, día tras día, desaparecen las pequeñas producciones. En Europa, del 2003 al 2013, se esfumaron el 24% de los agricultores y en España el 14%. La defensa de la pequeña producción, que fija el territorio, es imprescindible, porque ya estamos viviendo una catástrofe en el ámbito rural enorme.

Y en cuanto a las políticas actuales para combatir la mala alimentación, son carísimas, inasumibles, parches que nos llevan a un camino sin retorno. Se invierte en medicamentos contra la diabetes y en operaciones de reducción de estómago, pero lo que hay que intentar es que un niño no desarrolle obesidad, no esperar a que esté obeso para luego intentar curarle.

Justicia Alimentaria

Hay que intentar que un niño no desarrolle obesidad, no esperar a que esté obeso para luego intentar curarle.

Leo en tu blog una pregunta que, por retórica, me pareció escalofríante: “¿Comemos lo que queremos?”

No, no tenemos libertad para decidir lo que comemos. Primero, por el nivel de renta. Cada vez más los productos frescos son más caros y los productos procesados y comida chatarra, más baratos. En España ya sabemos que el 45% de la población, aunque siguiera las pautas, tuviera educación y formación, no se puede permitir una dieta sana, ya no hablamos de ecológico ni local. Pero es que, por otro lado, el supermercado se ha convertido en un enorme cuello de botella que genera una ficción: ves diferentes productos y diferentes marcas y, en realidad, son muy pocas empresas que existen. Y casi todo el mundo compra en supermercados, por lo que hay muy pocas puertas para acceder a los alimentos.

Por otro lado, existe lo que yo llamo “el timo de la estampita”: todos esos reclamos de la publicidad como “casero”, “natural”, “sanísimo”, que vienen avaladas por el sello de alguna asociación científica o pseudocientífica pagada o financiada por la misma empresa. No tenemos legislación dirigida a regular estos conflictos de interés, que son los mismos que cuando empresas alimentarias financian carreras populares o estudios. Como ahora mismo ningún alimento es nocivo según la ley, porque al día siguiente no te va a matar, el Estado no está mostrando que hay alimentos buenos y alimentos malos. El Estado ha hecho aquí una dejación tremenda de su responsabilidad pública y se limita a culpar a la gente, a los padres, a uno porque es pobre y al otro porque es tonto o no lee.

Nos encontramos que la gente está buscando cómo hacer para comer bien, que nunca ha habido tanta información sobre alimentación, pero a la vez tanta desinformación y confusión, porque las soluciones a las que llega son las creadas por la misma industria, sean los superalimentos, las dietas locas o los productos fraudulentos. Necesitamos una política básica para reducir el ambiente insano de la alimentación. Hay que prohibir y hay que regular.

En España, el 45% de la población no se puede permitir una dieta sana, aunque siguiera las pautas, tuviera educación y formación

Pero muchas personas pueden ver como una pérdida de libertad que el Estado se inmiscuye en su alimentación, ¿no?

Es lo contrario. Si yo tengo más información y, por ejemplo, no tengo a mis hijos condicionados por la publicidad, mi capacidad de decidir libremente aumenta. Nosotros lo que decimos es que no han servido las políticas de responsabilidad social corporativa de las empresas, que son de acogida voluntaria y básicamente una estafa porque las incumplen constantemente. Que ante una respuesta pública insignificante, que además apoya el argumentario y estrategia de las industrias, lo que necesitamos son políticas duras, de regulación, como muchos países ya están haciendo y que están funcionando. Porque, si no tienes regulación de publicidad, si a la gente la engañas con los etiquetados, si no existe regulación de conflicto de intereses, si no se invierte en alimentación saludable, ¿cómo vas a hacer que la gente coma bien?

El momento de colapso del sistema sanitario ya ha llegado

Por eso en vuestra última campaña ‘Mi Primer veneno’ pedís medidas para terminar con que tildáis de “estafa de la alimentación infantil”, que hasta la comparáis con el escándalo de Forúm Filatélico.

La alimentación infantil ha sido un invento de la industria, porque vio que había un target entre los 0 y 3 años, concretamente 1,6 millones de consumidores en España. Es una estafa enorme y nos han hecho creer que la alimentación de los niños tiene que ser la de un enfermo, una dieta blanda y de papillas, cuando la OMS recomienda que tras los seis meses mínimos de lactancia, los niños pueden comer cualquier elemento. Pero no: el 95% de los bebés españoles toman papillas, potitos, galletitas, yogures y leches adaptadas que no sirven absolutamente para nada. Es más, suelen llevar una carga de más del 25% de azúcar e incluso nutricionalmente son más pobres que su equivalente para adultos. No obstante, confunden, porque tienen el aval de las farmacias donde se venden y de las asociaciones de pediatría que prestan su logo en un acuerdo comercial. Lo más preocupante es que este tipo de alimentación genera un paladar que se acostumbra a lo dulce y condiciona el resto de su alimentación. La industria lo sabe y de ahí que los productos más insanos de todos se dirijan a la población infantil.

Desde Justicia Alimentaria pedimos que se estos productos se retiren de las farmacias y como al resto de alimentos insanos, se los haga lo más inaccesibles posible, como hicimos con el tabaco. Hoy nadie se plantearía estas cuestiones con el tabaco, pero son las mismas para los alimentos insanos: si tú quieres fumar, fumarás; pero como tiene un impacto tan grande en el sistema sanitario y está siendo una carga tan grande en muchos países, pagarás más. Lo que está claro es que este sistema de alimentación lleva a la quiebra del sistema de salud. Hablamos de un presupuesto de 20 mil millones destinados a curar estas enfermedades, sumando las bajas laborales, etc, llegas a 30 mil millones de euros. El momento de colapso del sistema sanitario ya ha llegado.

Nos han hecho creer que la alimentación de los niños tiene que ser la de un enfermo, una dieta blanda y de papillas. Es una estafa enorme

Recientemente se ha publicado un estudio que afirma que puede predecirse si un adolescente terminará por desarrollar obesidad según sus habilidades para cocinar algo sano. ¿Crees que habría que implementar una asignatura de alimentación y cocina en las escuelas?

Necesitamos que se inserte la alimentación en el currículum escolar y recuperar los comedores, que se han dejado como algo ajeno a la educación, en manos de cáterings. A nuestros chavales les va la vida a la alimentación y para ellos va a ser muy importante saber alimentarse. Lo que pasa que existe un denostamiento de la cultura culinaria de a diario, a favor de la gourmet: nunca antes había habido tanto interés en la cocina y nunca como ahora habíamos cocinado menos minutos a la semana. Y esto, si no empieza en la escuela, los trastornos de la conducta alimentaria que te encuentras luego en secundaria son enormes porque, claro, hay un déficit importante de saber diferenciar entre qué es la alimentación y qué es un producto comestible.

La soberanía alimentaria empieza en la cocina. Y las campañas de la industria, aquellas de “no pierdas el tiempo haciendo un gazpacho, que ya lo hace alguien por ti”, lo que hacen es discapacitarnos (en inglés, deskilling) y así nos generan una dependencia de los procesados. Por esta razón también necesitamos políticas que tengan que ver con los cuidados, con las conciliaciones familiares y de los horarios, necesitamos tiempo, porque sólo tiene tiempo la gente con dinero. Pero fundamentalmente, antes que eso, necesitamos la voluntad y saber que cocinar es muy importante y que no es una cosa anecdótica o que puedes vivir sin ella.

Nunca antes había habido tanto interés en la cocina y nunca como ahora habíamos cocinado menos minutos a la semana

¿Qué alternativas ves al modelo de los supermercados? Las cooperativas de consumo resultan caras para la mayoría y piden que les dediques un tiempo que muchos no tienen.

Sabemos que las cooperativas privadas tienen un límite. Por eso pensamos que es muy importante hacerlas escalables, para que sean para la mayoría de la población. Y la única manera que esas cooperativas privadas aumenten su escala es con una inversión pública en planeamiento y en infraestructuras alimentarias. Y sabemos quién, cómo y dónde se tienen que producir nuestros alimentos: pequeños agricultores, de forma lo más local y ecológica posibles. Y tienen que hacerlo para las mayorías sociales de este país. Con una cooperativa impulsada por el Estado conseguiríamos alimentos sanos a un precio asequible para los consumidores y con un precio remunerativo para los agricultores. Tenemos un ejemplo de ello en Vancouver, donde han creado almacenes para la compra pública de alimentos. No decimos que sea el estado el que haga un supermercado, sino que habilite, facilite espacios, permisos, financiación, e impulse que la sociedad civil pueda montar un súper cooperativo. Si las escuelas, hospitales y demás consumieran una producción local y sana, revitalizarían y transformarían el sistema alimentario.

Con una cooperativa impulsada por el Estado conseguiríamos alimentos sanos a un precio asequible para los consumidores y con un precio remunerativo para los agricultores.

Uno de los temas más candentes ahora mismo tiene que ver con la producción de carne: su gran huella ecológica y su consumo desenfrenado hacen predecir que este modelo es insostenible.

El impacto es brutal: el alimento que más se importa en Europa es pienso para el ganado que causa una huella ecológica y humana desastrosa en los países de América Latina y una dependencia absoluta. Si cerráramos durante una semana el puerto de Barcelona, nos quedaríamos sin cabaña ganadera. Por eso necesitamos un cambio de políticas dirigidas, primeramente, a la bajada del consumo, que pasan por controlar la publicidad, los menús de comedores públicos, etc. El consumo que quede tiene que ser sostenible, a pequeña escala, local, que sea en extensivo y ecológico lo máximo posible, que sea familiar. Antes se comían cosas con carne y ahora se come carne con cosas. Tenemos que volver al modelo anterior.

Antes se comían cosas con carne y ahora se come carne con cosas. Tenemos que volver al modelo anterior

Se habla mucho sobre que el futuro de la agricultura pasa por la robótica, los hidropónicos y los algoritmos. ¿Estás de acuerdo con esto?

Esa tecnología, ¿de quién es, en manos de quién está? Porque si es tecnología pública en manos de campesinos, pues genial. Pero la mayor parte de tecnología que se ha generado hasta ahora no es para ayudar a los sistemas sostenibles, sino para ayudar a la industria. Lo que tienen en la cabeza fundamentalmente es un sistema de agricultura sin campesinos, sin tierras, robotizado al máximo, como si el territorio no tuviera nada que ver con la alimentación, con un control enorme de los datos, que es el gran negocio, para agruparlos y poder venderte productos a los agricultores. Lo que hay que repetir más es que no tenemos un problema con la producción de la alimentación, tenemos un problema con el acceso, la distribución y el control de la alimentación. En el mundo hay alimentos para todos, ese no es el problema. En definitiva, este tipo de soluciones mágicas del capitalismo verde, en realidad lo que te están vendiendo es una ficción y se trata de aumentar el modelo donde ellos tienen el control desde la semilla hasta tu boca. Esta es la gran pelea.

No tenemos un problema con la producción de la alimentación, tenemos un problema con el acceso, la distribución y el control de la alimentación.

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