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Artículo Cómo cocinar con fuego, fuerza bruta y humor y conquistar los corazones de todo un país Food

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Cómo cocinar con fuego, fuerza bruta y humor y conquistar los corazones de todo un país

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Maïté será recordada para siempre por haber protagonizado el mejor programa de cocina de la historia de la televisión

Rosa Molinero Trias

03 Agosto 2017 06:19

En los 80, la televisión francesa vio cómo una cocinera batía récords de audiencia jamás logrados por un programa de cocina. Su protagonista era todo lo contrario a los grandes chefs del momento, ya que no era famosa, no tenía estudios culinarios formales y era genuinamente incorrecta. En un mundo de hombres, supo hacerse un hueco desde el primer momento con lo que puede definirse como anti show cooking. Y si hoy Francia recuerda el nombre de un cocinero por encima de todos, es el suyo: Maïté.

Junto con su pinche Micheline Banzet, Maïté (nacida Marie-Thérèse Ordonez el 1938, en Rion-des-Landes) llevaba el delantal en La Cuisine des Mousquetaires (1983-1999) y en À Table (1995-1999), dos programas de FR3 que estaban a medio camino entre lo didáctico, lo sádico y lo grotesco , una parodia perfecta de la cocina seria y puntillosa que copaba los televisores galos hasta la fecha.

Los siguientes vídeos, que ya forman parte de la historia de la gastronomía francesa, dan una buena muestra de qué estamos hablando:

Aquí la vemos comiendo ortolans asados, uno de los platos más siniestros de la cocina francesa que se prohibió en 1999 (y del que hablamos aquí) con el placer más grande que alguien haya experimentado frente a una cámara de televisión.

“Como está ardiendo, me lo pongo contra la mejilla. Y ya empiezo a tenerla llena de grasa, por eso es tan delicioso”. Besa a la ave en el culo y lo aparta. “¡Está caliente!”. Luego se la escucha rechupetear la piel del pájaro, porque Maïté no tenía reparos en mostrar cómo disfrutaba de la gastronomía. "¡Oh, qué bueno está! Me encantaría que estuviérais en mi lugar. (...) Podríais morir de golpe y estaríais contentos".


En este otro, aparece junto a Banzet aporreando unas anguilas vivas que no paran de escurrírsele con una mano de mortero que sale despedida por el gran empeño que le pone. “Bestezuela mía, querida mía, ven aquí”, le dice a una anguila que luego pelará.

Descubierta por el productor Patrice Bellot en uno de los banquetes que Maïté daba en su región, saltó de técnica en SNCF (el servicio de ferrocarriles francés) a la televisión, consiguiendo en poco tiempo una fama extraordinaria: para comer en su restaurante, el Chez Maïté (lo cerró en 2015 y luego se retiró), había que reservar con hasta 3 meses de antelación.

Todo fue posible por su gran talento y por su forma de ser, a los que con mucho acierto no se le pusieron límites: contundente, desbordante e inapropiada a veces, descolocó a los franceses con su naturalidad y hoy seguiría incomodando a más de uno con escenas como las anteriores. A algunos les parecía campechano y risible su acento sureño, a otros les hacían gracia sus ocurrencias y sus disparates y otros la adoraban porque les recordaba a las grandes cocineras de sus familias.


Los mejores momentos de Maïté

Pero es innegable decir que sus programas cumplían al dedillo la máxima horaciana prodesse delectare (‘enseñar deleitando’): seguramente atrajo tanto a gourmets como a fóbicos de la cocina, que viéndola entre fogones aprendieron el recetario francés más popular, rieron a mandíbula batiente y sobre todo pudieron conocer qué sucede realmente en una cocina, algo que raramente se muestra ahora en programas similares. Porque Maïté se enfrentaba a los fogones con maestría pero a veces cometía errores, torpezas, que hacía comentarios fuera de guión y subidos de tono, se exclamaba con pasión cuando algo le gustaba y resoplaba y refunfuñaba con unos ruidos guturales por el esfuerzo. “Mah !”, “Là !”, “Ou, ou, ou, ou !”, se la escuchaba aullar en cada programa.  

No es de extrañar. Nunca una cocina de plató ha recopilado tantas llamaradas de más de un metro como con Maïté. Le gustaba el flambeado y no dudaba en someter al fuego un pavo y unas codornices ante la cámara a la vieja usanza, con un trozo de grasa ardiendo, “Porque esto lo termina y lo mejora enormemente”, decía.



Y tampoco se ha vuelto a presenciar más cómo se empalaba a un lechón o cómo un jabalí con pelo y todo esperaba a ser desollado en la mesa de la cocina. Ambas son técnicas que ya no se muestran, pero que deberíamos haber visto o conocer para saber qué nos estamos llevando a la boca. Tal vez así tendríamos más conciencia de lo que supone el sacrificio de un animal. 

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