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James Rhodes: hay un hombre en España que lo come todo

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Ha nacido un nuevo gurú de la gastronomía española, pero es cuestión de tiempo que alguien meta la pata y esta bonita historia de amor termine mal

Marc Casanovas

09 Julio 2018 12:09

Astrud mentía descaradamente en su canción fetiche. Mentían porque se equivocaron de hombre dando pistas falsas al oyente. "No hay un hombre en España que lo hace todo". Hay un hombre en España que lo come todo y ese hombre se llama James Rhodes. Este pianista y escritor tuvo una epifanía hace unos pocos meses. Una revelación que le entró por la boca y se instaló en su estómago. Un nuevo gurú de la gastronomía española ha nacido con una misión entre ceja y ceja: convencer a los españoles de que son seres superiores al resto del mundo gracias a la comida.

Aprovechando la gira de sus conciertos de piano por las Españas, este londinense está sufriendo un amor a primera vista sin precedentes. En la actualidad no existe un periodista, cocinero o crítico gastronómico que logre más por menos. Y lo mejor es que se está ligando a todo los españoles tuit a tuit y plato a plato para acabar con esa dinámica perdedora de valorar más lo de fuera que lo de dentro. Puede sonar precipitado, pero quizás ha llegado el momento de que alguien o algo recompense sus servicios prestados con la ciudadanía española express. Para que deje de ver a España como un país adoptivo y lo sienta como su nuevo hogar.

Si alguien cree que no hay suficientes motivos y todo lo aquí descrito es excesivo, aquí va una pequeña gran muestra de una españolización en vena:

James ha descubierto en España que es posible comer 6 veces al día sin engordar. Que cuando el hambre aprieta, la merienda cena y la "recena" nos hacen mejores personas. Que la sobremesa es la mejor de las reuniones laborales. Que es una vergüenza que RENFE sirva platos no españoles. Que aquí se queda para tomar copas cuando el resto de países ya duermen. Que el agua del grifo es jodidamente deliciosa si brota de un grito madrileño. Que las torrijas bien valen una pared con miles de “I love you”. Que Rusia merece un boicot a la ensaladilla rusa por eliminar a España del Mundial. Que la tortilla de patatas está más buena sin cebolla.

Que un salmorejo dentro de una tortilla es dos veces más bueno. Que se puede vivir sólo con naranjas y paella valenciana. Que un bocadillo de jamón reglamentario tiene que ser más grande que tu brazo. Que la musicalidad de la palabra "zamburiña" es digna de su sabor. Que la merluza gallega es Dios. Y que “coño” se queda corto cuando se puede soltar un “doble coño” ante el sabor de un buen plato.

Incluso se ha venido arriba y ha decidido tener una bandera española bien visible en todos sus camerinos antes de sus conciertos.

¿A qué estamos esperando? ¿Seremos los últimos en negar la realidad? Los ayuntamientos de las ciudades españolas deberían contratar sus servicios para promocionar la gastronomía local. Las marcas alimentarias en horas bajas deberían patrocinar sus conciertos con pegatinas en su piano. Y la Real Academia de la Gastronomía Española debería imponerle la medalla de oro y brillantes.

No haría falta que escribiera el discurso porque podría aprovechar uno de sus artículos:

“La cultura se suele entender como una contribución a la literatura o a la música o al arte, como algo creativo que mejora el tejido de una sociedad durante generaciones. Pero igual de importante es lo que alimenta a esa cultura. Porque y una mierda Falla habría compuesto Noches en los jardines de España sin merendar algo a media tarde. Y ni de broma Las Meninas se habrían pintado sin tomar un tentempié por la mañana. ¿Y qué me decís de escribir el Quijote con el estómago vacío? Seguro que habría sido la mitad de largo”.

Pero hay que actuar rápido antes de que le entre la bajona del primer amor. O algo mucho peor. Es cuestión de meses, semanas, días, horas o segundos que algún desalmado meta la pata y le sirva fritanga congelada, paella con chorizo, una naranja amarga, agua con sabor a cloro, torrijas duras, jamón del malo, zamburiñas pasadas o una tortilla con cebolla.

Imaginar todo este amor por la gastronomía española convertido en odio sería demasiado doloroso. Porque alguien tendría que pedirle disculpas y aquí todos escurrirían el bulto. Probablemente aceptaría el perdón con elegancia británica, pero este cuento tan bonito habría acabado.

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