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El viaje suicida para recolectar miel alucinógena de las abejas más grandes del planeta

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“Alternas entre la luz y la oscuridad. No te puedes mover, pero sigues lúcido. La parálisis dura más o menos un día”

PlayGround

12 Julio 2017 14:42

Andrew Newey/PlayGround

En las laderas del valle de Hongu, en Nepal, se produce una miel alucinante. Y no por su buena calidad, que también: la miel rojiza de las abejas gigantes del Himalaya tiene efectos psicotrópicos que duran todo un día.

La dosis correcta está entre  2 y 3 cucharadas. Una hora después te sobreviene la urgencia de defecar, orinar y vomitar. “Después de la purga, alternas entre la luz y la oscuridad. Puedes ver y luego no puedes ver. Un sonido -jam jam jam- retumba en tu cabeza, como un nido de abejas. No te puedes mover, pero sigues lúcido. La parálisis dura más o menos un día”.

Todas las fotos Renan Ozturk/National Geographic

Esto cuenta Jangi, de la comunidad kulung, para la que esta miel ocupa un lugar sagrado en su cultura. National Geographic viajó hasta allí para seguir a uno de sus recolectores en la ascensión hasta el preciado néctar, a más de 90 metros de altitud.

Mauli Dhan, de 57 años, tuvo un sueño con Rangkemi, el espíritu guardián de las abejas y los monos, y desde los 15 años es el recolector que tiene el visto bueno de los suyos para encaramarse a las laderas de la montaña con la sola ayuda de una escalera, un palo y una cuerda hechos con bambú hasta llegar a los enormes panales con forma de medialuna. Los que no tuvieron el sueño y se atrevieron, murieron en el intento de conseguir la miel.

El viaje de Dhan es peligroso: a medida que se acerca al néctar, las abejas lo rodean como una niebla negra, le pican la cara y a través de la ropa. Aunque el mayor peligro es dar un traspiés y morir despeñado.

Pero con el aliento hediendo a raksi, el alcohol tradicional de la zona hecho a base de mijo, y la lluvia resbalándole por el cuerpo, Dhan no tiene ningún miedo: tiene una fe ciega en que Rangkemi lo protegerá. Lo acompaña un ayudante que carga un palo de bambú que usará para desprender los panales y unos hierbajos encendidos para que el humo ahuyente a las estas abejas, que son las melíferas más grandes del planeta. Y va repitiendo un mantra “No somos ladrones. No somos saqueadores. Estamos con nuestros ancestros. Por favor, volad. Por favor, iros”.

Cuando llegue al suelo, las abejas le habrán picado en la cara entre 20 y 30 veces. Pero ya tendrá su botín, que habrá serrado de la roca donde se engancha y habrá descendido en unos cubos hacia el suelo.

Dentro de la comunidad, usarán la miel en dosis muy reducidas como jarabe para la tos y antiséptico. La mayor producción tendrá salida en el mercado negro asiático, que aprecia los efectos neurotóxicos del polen del rododendro que recogen las abejas. Allí se venderá por entre 60 y 90 dólares el medio kilo.

Pero Mauli no lo hace para enriquecerse: “Estoy cansado, y no quiero hacerlo más. La única razón por la que todavía lo hago es porque soy pobre, y nadie más lo haría. La gente que escala acantilados son idiotas. Mis hijos van a la escuela para no tener que hacerlo”.


[Vía National Geographic]

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