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¿Qué onda con los frijoles?

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El linchamiento de Miriam Celaya, la migrante hondureña que se quejó de los frijoles o por qué cualquier excusa es buena para ponerse racista

Rosa Molinero Trias

27 Noviembre 2018 18:02

“Mira lo que están dando: puros frijoles molidos, como si le estuvieran dando de comer a los chanchos. Y ni modo, hay que comernos esa comida porque si no, nos morimos del hambre”. Estas fueron las declaraciones que Miriam Celaya, una mujer hondureña que camina junto con sus dos hijas pequeñas en la caravana de migrantes hacia México, dio a la cadena alemana Deutsche Welle, en un albergue de Tijuana, en Baja California. Alguien recortó los 21 segundos donde aparecía Celaya de los 4 minutos de reportaje y los viralizó. E incluso Míster Cumbia le dedicó la canción “No quiero frijoles”, cuyo estribillo dice así: “No quiero frijoles, no quiero frijoles. Tráiganme una pizza o mejor unos tacos. ¿Unos frijolitos, mi amor? ¿O te hondureas?”

La mujer, que se unió a la caravana con el fin de encontrar ayuda médica para Brittany, su hija de 11 años que es sordomuda, ha recibido fuertes amenazas en persona y mediante sus redes sociales y las de su familia, tanto de mexicanos como de los propios hondureños, que la acusaban de empeorar la imagen de los migrantes, que ya han estado sufriendo ataques xenófobos a lo largo de la caravana.

Míriam fue más tarde entrevistada por la BBC y aprovechó para pedir disculpas y para poner en contexto sus declaraciones. “Uno de los jóvenes que estaba repartiendo la comida, intentó forzar a mi hija a que comiera, cuando ella estaba enferma del estómago. Como ella no quería, él se quejó: ‘Estos putos hondureños no quieren comer frijoles'”.

La hondureña se disculpaba entre lágrimas: “Yo pido perdón a los mexicanos. Mil disculpas. Hemos caminado por todo México y hemos recibido mucha ayuda. Tengo todo que agradecerles. Yo he criado a mis hijos con muchos esfuerzos y dándoles frijoles y tortillas”. Conociendo la gastronomía hondureña, que tiene platillos típicos como la sopa de frijoles con costilla o chicharrón y los tamales de frijoles, no era difícil entender que la queja de Celaya era más bien por lo repetitivo de los frijoles o por el tratamiento que se les había dado. Sin embargo, se mostraba agradecida: "Nos han dado comida, ropa, medicina, cuando no era su obligación”.

Pero el linchamiento contra Celaya porque se quejara de comer todos los días frijoles persiste. Su hermana Mirna denunció con un vídeo en Huffington Post México que Miriam se encontraba desaparecida desde el día 20, pero más tarde se supo que estaba sana y salva en un albergue, protegida por las autoridades, que habían activado un protocolo de seguridad por culpa de las amenazas recibidas.

Lo irracional de estas muestras de xenofobia solamente llevan a la conclusión de que cualquier excusa es buena para ponerse racista, para odiar al migrante. Pero todavía sorprende más este linchamiento motivado por los frijoles cuando en México se usan algunos ingredientes tradicionales de la gastronomía mexicana para proferir insultos racistas. Porque, no lo tal y como lo recordó el cineasta Alfonso Cuarón hace unas semanas, en México hay racismo, que en muchas ocasiones no se identifica como tal y se dice que tan sólo es clasismo. Adivina qué: en una sociedad racista, el color de la piel más blanco significa que tendrás más oportunidades y más medios.

“Si como frijoles se me olvida el inglés”.

“Yo no como frijoles porque se me rajan las patas”.

“El que nace para naco, de los frijoles no pasa”.

“Ni con auto nuevo se te quita lo nopal”.

“Quién fuera diccionario pa quitarte lo nacario y quién fuera detergente pa’ quitarte de la frente lo nopal”.

“Ya se te olvidó cómo huelen los tamales”.

Todas ellas son expresiones comunes que vinculan el hecho de comer ingredientes tradicionales de la gastronomía, como los nopales, el maíz o los frijoles, con el hecho de pertenecer a una determinada comunidad para, así, señalarla, menospreciarla. Las recopilaba hace unos años Jorge Vallejo, chef del restaurante Quintonil, donde recupera y cocina precisamente con esos ingredientes indígenas, en el congreso gastronómico Mesamérica.

Entonces, Vallejo se encargaba de señalar cómo las recetas típicamente mexicana, la cocina de los quelites, del maíz y del frijol, no tenía cabida en la alta cocina que se hacía en México hace 20 años atrás, donde todo el prestigio se lo llevaba la cocina francesa, la italiana o la española.

“Tú vas al campo y una familia rural es muy posible que se sienta apenada si te sirve frijoles porque hay una idea que el frijol es de los pobres, cuando es uno de los mejores alimentos del mundo y nunca se ha valorado. Hemos cambiado el consumo de frijol por vasitos de sopas instantáneas”, afirmaba para PlayGround Alejandro Calvillo, de El Poder del Consumidor, que reivindicaba una campaña para que se aumente el consumo y el cultivo de frijol, que a día de hoy se sigue importando de Estados Unidos, Canadá y China porque no puede satisfacerse la demanda interna, según datos de la Planeación Agrícola Nacional (2017-2030).


Esto ha sido algo recurrente en México desde que el país interesó cómo potencial mercado consumidor. Ocurrió con el destierro de el pulque, la bebida fermentada que fue estigmatizada en beneficio de los industriales cerveceros. Más tarde, también ha ocurrido con la expansión de los refrescos y la comida basura, que gracias a tratados comerciales como el NAFTA, sustituyeron a las aguas o zumos de fruta y a la dieta alta en vegetales y legumbres. El desenlace de esa historia ya lo sabemos: México padece una epidemia de diabetes y obesidad la que el sistema sanitario no puede hacer frente.

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