PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Opinion Michelle Obama y yo solo tenemos una cosa en común: las dos sentimos que somos un fraude Life

Michelle Obama y yo solo tenemos una cosa en común: las dos sentimos que somos un fraude

Opinión

H

 

Michelle Obama y yo solo tenemos una cosa en común: las dos sentimos que somos un fraude

3'

390

2.000

share on

¿Por qué tantas mujeres brillantes siguen pensando que "no deberían estar aquí"?

“Todavía sufro un poco el síndrome de la impostora, nunca se va. De hecho, estáis aquí escuchándome y tengo que decirme a mí misma que si estoy dando esperanza a las personas es una gran responsabilidad y, por tanto, tengo que estar segura de que soy responsable (...) mi consejo para las jóvenes es que debéis comenzar por sacaros algunos demonios de la cabeza”. Nunca pensé que me sentiría identificada con Michelle Obama. Nuesta vida no ha tenido nada en común. Ni siquiera hemos estudiado las mismas cosas. Pero de pronto, ella ponía palabras, delante de todas esas niñas del colegio Elizabeth Garrett Anderson, a la sensación que tantas veces he sentido: “no deberías estar aquí”.

Michelle Obama, igual que antes hicieron Emma Watson, Jennifer López, la directora de operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg o la escritora Maya Angelou, se han revuelto en sus sillas de oficina, en sus sillones de conferencias, en la entrega de premios igual que lo he hecho yo y muchas de las mujeres brillantes de mi entorno. La sensación ha palpitado en su interior. Les ha gritado que eran una farsa. Que estaban engañando a todo el mundo.

Ese temor que nos hace creer que realmente no somos tan inteligentes y que no nos merecemos nuestros logros fue estudiado por primera vez en la década de los 70, cuando las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes acuñaron el término “síndrome del impostor”.

¿Cuántas veces te has preguntado por qué te eligieron en tu trabajo si hay mucha gente mejor que tú? ¿Cuántas tardes te has quedado perfilando ese informe hasta dejarlo perfecto mientras veías como tu compañero salía por la puerta sin preocupaciones? ¿Cuántos aumentos de sueldo te has callado por-si-acaso-descubren-que-sigues-allí? ¿Podrías contar el número de opiniones que no has verbalizado porque creías no eran lo suficiente válidas?

Hay una extraña sensación que nos afecta a muchas, nos hace revolvernos un poco en nuestras sillas de oficina y que termina con un solo pensamiento en la cabeza: “no deberías estar aquí”

Las mujeres que vivimos con el síndrome de la impostora a cuestas creemos que todos nuestros logros se deben a factores externos, no a nuestras propias capacidades intelectuales. Somos incapaces de internalizarlos o asumirlos como completamente nuestros.“He tenido suerte esta vez”, pensamos cuando nos felicitan por un trabajo bien hecho y para no sentirnos un fraude nos ponemos a trabajar más, nos obligamos a ser más minuciosas. Tampoco reclamamos lo que es nuestro, sea un sueldo o un ascenso. Queremos el éxito pero cuando nos llega la oportunidad nos retiramos sutilmente, por la puerta de atrás, sin hacer mucho ruido. No vayan a descubrir, otra vez, que aún seguimos allí.

Desde pequeñas se nos hace sentir que no pertenecemos a ciertos lugares. Que hay roles y valores que no son para nosotras y terrenos en los que es mejor no entrar. Esto provoca que niñas de tan solo 6 años crean ideas preconcebidas que asocian una mayor brillantez intelectual al género masculino y hace que casi sin darnos cuenta tendamos a rehuir actividades que creemos que son para niños “muy inteligentes”. Se nos educa para se discretas, para comportarnos como es debido y ser excelentes pero sin que se note mucho. Sin destacar. No hables demasiado fuerte, no te pongas metas tan altas ¿Cómo vas a ser tú lo suficientemente buena?

Poco a poco, toda esta socialización hace que lleguemos a un punto en el que no nos sorprenda de que todos nuestros jefes sean hombres y de que, un día tras otro, salgamos del trabajo pensando ¿qué hago yo aquí?

Pero frente a la parálisis ha llegado el momento de reivindicar nuestro derecho a equivocarnos, a ser mediocres, a lanzarnos con nuestras ideas sin importar lo buenas o malas que nos parezcan (spoiler: seguramente no sean tan malas). Apoyarnos entre nosotras, valorarnos más, exigir más a los otros y menos a nosotras mismas. No temer al fracaso y celebrar los éxitos. Porque el día que dejemos de autolimitarnos, dejaremos de sentir que no debemos estar allí.

share