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En una escuela feminista, ¿se deben prohibir estos libros?

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Imagen: Getty / Arte PG
 

En una escuela feminista, ¿se deben prohibir estos libros?

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/OPINIÓN/ “No, las feministas de CCOO no quieren prohibir los libros de Marías, Reverte y Neruda: lanzan una propuesta sobre qué currículum debería tener una escuela feminista”

Eliminar del currículum escolar los libros de Javier Marías y de Arturo Pérez Reverte es una de las propuestas que encontramos en el 'Breve decálogo de ideas para una escuela feminista' que Yera Moreno y Melani Penna ha publicado en la Revista Trabajadores de la Enseñanza de CCOO. La formulación contundente de las autoras se presta a malentendidos y la polémica amenaza con desbordarse. Los paladines de la poscensura lo tienen fácil: ¡las feministas de CCOO piden prohibir los libros de Reverte, Marías y Neruda!

Pero no, no se trata de un arrebato censor. Sus autoras están lanzando una hipótesis contrafáctica —en un artículo de opinión— bajo el siguiente interrogante: ¿cómo debería ser una escuela feminista? ¿cómo queremos que sea? Analizan a continuación la institución escolar como espacio para la reproducción de las estructuras sociales patriarcales —que abordan desde la perspectiva interseccional de bell hooks— pero también, desde el pensamiento de Michel Foucault, como "dispostivo de saber-poder", señalando que las relaciones de dominación permean toda la esfera del saber.

En otras palabras: en su columna, las autoras defienden que la desigualdad no sólo debe rastrearse en las condiciones poco equitativas de acceso al conocimiento, sino en la definición del mismo. Nos obligan a preguntarnos: ¿qué autores forman parte del cánon literario, filosófico, científico, musical? ¿Qué lenguaje se utiliza en el aula? ¿Qué temas —y bajo qué perspectiva— forman parte del currículo? Pero podríamos tirar del hilo e ir incluso más allá: ¿por qué un tipo de pensamiento —racional, frío, abstracto— está validado para su uso experto y otros no? ¿Qué tipo de disciplina corporal está aceptada como buen comportamiento? ¿Cuáles son las implicaciones sociales del ideal de excelencia académica?

Se trata de una cuestionamiento muy potente que ya se está produciendo en el mundo del libro, pero que todavía no ha llegado a la escuela. Pensemos en como el mercado editorial se está llenando de enciclopedias, antologías y manuales que recuperan, reivindican y narran las historias de mujeres artistas, políticas, científicas o deportistas que a veces han sido silenciadas o ninguneadas por la historia. O en la lucha por visibilizar a las pensadoras -filósofas, sociólogas, antropólogas, politólogas- que han sido apartadas y silenciadas. O en los cientos de escritoras que cada vez más recuperan espacios centrales en bibliotecas y librerías.

El objetivo explícito del decálogo es convertir la escuela en un espacio para la revolución social, en "un lugar extraño, alejado de la normalidad en la que está inmersa".

Sin embargo, el objetivo explícito del decálogo es convertir la escuela en un espacio para la revolución social, en "un lugar extraño, alejado de la normalidad en la que está inmersa". Pero, ¿es eso posible? Precisamente desde una perspectiva foucaultiana, ¿es posible imaginar la escuela —al fin y al cabo, una institución disciplinaria— como un espacio totalmente heterológico y transgresor? ¿es posible pensarla como subversión permanente y no simplemente como una nueva normatividad?

Pensemos en la polémica que ya está generando titulares. Eliminar del temario los libros de Javier Marías o Arturo Pérez Reverte parece inoperante si con ellos no eliminamos también una larga lista de obras que reproducen ideas socialmente peligrosas como las que Kate Millet analizó en su Política sexual: Henry Miller, D.H. Lawrence o Norman Mailer. Si fuera así, la lista debería ser mucho más amplia, pues ciertas retóricas de la violación —que blanquean la violencia sexual en nombre del amor romántico o la desigualdad natural entre hombres y mujeres— están presentes desde Homero hasta Thomas Hardy, pasando por el mismo Cervantes.

Pero si la subversión total y constante no es posible —y difícilmente lo puede ser en una institución cuya función, en parte, consiste en trasladar un conocimiento estático—, quizá sea hoy más urgente dotar a los alumnos con las herramientas necesarias para enfrentarse a la lectura crítica de Marías, Miller, Ovidio o Cervantes. Abrir las puertas de la escuelas al pensamiento crítico feminista es más fácil que filtrar lecturas. ¿Por qué Corazón tan blanco no pero la La genalogía de la moral sí?

Esta idea, por lo demás, ya está presente en el artículo de Yera Moreno y Melani Penna. Sin embargo, una vez más, nos quedaremos discutiendo la opresiva censura feminista en lugar de sentarnos con ellas a debatir los 20 puntos del catálogo y tratar de responder de manera colectiva a su pregunta: ¿cómo debería ser una escuela feminista?

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