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Mundos horribles de la literatura en los que no querríamos vivir

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De Angela Carter a Mark Z. Danielewski: compilamos 13 universos literarios asfixiantes y repugnantes que, sin embargo, nos fascinan como ninguno

Eudald Espluga

07 Febrero 2018 08:46

Evocamos con cierta facilidad aquellos universos fantásticos en los que desearíamos poder pasear. Nos acercamos a la King's Cross Station de Londres para sentir la nostalgia de ese andén 9 y 3/4 al que nunca podremos acceder; el 16 de junio recorremos Dublín siguiendo los pasos de Leopold Bloom; y todavía hoy nos empeñamos en descubrir la geografía real que esconde la geografía narrativa de Flaubert, para intentar visitar la casa en la que hubiera vivido Emma Bovary.

Pero no siempre es así. A las distopías, por ejemplo, nos acercamos con otro espíritu, mucho más apaciguado, mucho más racional. Las tomamos como rompecabezas intelectuales, juegos ingeniosos que desafían nuestros prejuicios y nos permiten fabular con ese "¿y si...?". Tampoco sentimos devoción por los universos infernales y pasadillescos, aunque su arquitectura narrativa esté tan desarrollada como la Tierra Media de Tolkien. Hay mundos horribles en los que no querríamos vivir. Las "islas de enfermedades" que imagina Joyce Mansour nos fascinan, pero apenas podemos detener nuestro pensamiento en su viscosidad agresiva, en su sabor a entraña.

Por ello, debido al carácter elusivo de estas geografías intimidadoras y repugnantes, hemos seleccionado y descrito algunos de los peores destinos literarios que uno pueda imaginar:

1. Un mundo al revés, Rudolf Arnheim

Para entrar en el mundo inverso que dibuja Arnheim en Un mundo al revés (Pepitas de Calabaza) estamos obligados a responder a la pregunta del funcionario de adunas, que nos interroga antes de cruzar la frontera: "¿Lleva usted opiniones formadas sobre las instituciones de la vida humana? [...] ¿Tiene usted la costumbre o el propósito de exponer esas opiniones públicamente, venderlas o cederlas a terceros? [...] ¿Lleva libros que describran cómo debería estar ordenada la vida humana?".

Como el protagonista, despertamos en una ciudad sin nombre, en la que la trillada expresión "el mundo al revés" se torna inquietantemente literal. La gente vive de noche y duerme de día. Se pasea desnuda pero oculta pudorsamente el rostro tras una máscara. Los pobres constituyen la élite y los ricos se organizan para protestar. Los vehículos van más lentos que los peatones. No hay autoridad policial, solo un sistema de hipervigilancia constante entre ciudadanos. Ni tan solo el tiempo está institucionalizado. El protagonista, un excéntrico extranjero que pervierte a los niños —"Mamá, ¿por qué este hombre tiene la cara desnuda?"— poco a poco irá mimetizándose con el entorno, incluso terminará por hacerse él también una máscara. Pero nosotros, los lectores, lejos imitar esta asimilación, nos veremos cada vez más superados por el esperpento y la confusión, por la incapacidad de imaginar una vida posible pero absurda. Quizá tan absurda como la nuestra propia, y por ello tan intolerable.

2. Las infantas, de Lina Meruane

A lo largo del s. XX, tanto la industria editorial como la cinematográfica —con Dinsey a la cabeza— se dedicaron a blanquear el imaginario cruel y embrutecido de los cuentos tradicionales: Caperucita Roja, Blancanieves, Pinocho o la Cenicienta eran en su origen historias truculentas, insoportables, espantosas. Pero a día de hoy son muchos los escritores que se han decidido a recuperar ese universo arquetípico, que no se rige por la psicología moderna, para ensayar una imagen mítica del mundo que permita atrapar el carácter transhistórico de la brutalidad humana. En Las infantas (Eterna Cadencia), el primer libro de relatos de Lina Meruane, se cruzan diversas historias llenas de vasos comunicantes. Los cuentos se reflejan, se responden y se contradicen entre ellos. El único hilo conductor que va trenzando estas narraciones fragmentarias —por las que desfilan Hansel y Gretel, el lobo o un séquito de enanos— es la aventura de dos infantas fugitivas, Hildegreta y Hildeblanca. Sin embargo, las aventuras que viven ambas princesas durante su escapada (antropofagia, violaciones, abusos de todo tipo) resuenan en otras historias, desprovistas de la estética de cuento o leyenda, que toman un cariz mucho más realista. La interpretación de la obra, cuyos relatos discurren siempre en paralelo, queda abierta: ¿quién está soñando qué? ¿qué conexión hay entre ambos mundos? ¿por qué esta exhibición de atrocidades? Al final, de Las infantas solo podemos sacar una inquietud esencial, atávica, que echa raíces en el imaginario estructural de nuestra cultura.

3. La casa de hojas, Mark Z. Danielewski

Traducción espacial de la angustia, La casa de hojas (Alpha Decay / Pálido Fuego) de Mark Z. Danielewski aprovecha el tópico literario de la casa encantada para plantear una premisa fantástica aparentemente ridícula: la existencia de una casa que, por dentro, se amplia algunos milímetros cada cierto tiempo, mientras que, por fuera, permanece exactamente igual. De esta dislocación espacial nace un pasillo que conduce a una dimensión oscura, laberíntica, abismal. El horror anida en la cotidianidad, en esos alarmantes seis milímetros de diferencia que anuncian la transformación irremediable. No hay demonios, monstruos o fantasmas: es una falla infima de la realidad la que nos aboca a una turbadora atmósfera en la que literalmente nos falta el aire.

4. Érase una vez una mujer que sedujo al marido de su hermana y él se ahorcó, de Liudmila Petrushévskaia

Aunque parezca improbable, Liudmila Petrushévskaia ganó en 2010 el World Fantasy Award. Improbable porque Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina (Atalanta), si bien se sirve de algunos recursos clásicos de la ciencia ficción, presenta un universo opresivo de habitaciones cerradas y soledad tormentosa. La Rusia que dibuja es una versión macabra de Alícia en el país de las maravillas, una pesadilla lynchiana en el que la fantasía difícilmente se separa de lo real: "no hago ficción, sino prosa documental", dijo la misma Petrushévskaia cuando visitó Barcelona en 2015, "soy cronista de mi tiempo. También hago un género místico, un género en el que lo invento todo". Sin embargo, el pesimismo existencial que destilan todos sus cuentos hace imposible esta distinción. De hecho, el universo de Érase una vez una mujer que sedujo al marido de su hermana y él se ahorcó (Marbot / Periscopi), de un realismo oscuro sin fisuras, puede considerarse su construcción más terrible, armado con una tristeza tan desprovista de humanidad que no podemos concebirla sino como mera fabulación, tan fantástica como los unicornios o los muertos vivientes.

5. La conjura contra América, Philip Roth

No hace falta entrar en muchos detalles para descubrir por qué el universo que nos plantea Philip Roth en esta ucronía es enormemente detestable. En La conjura contra América (Random House) se remonta hasta los Estados Unidos de 1940 y reinventa la historia a partir de allí, cuando el aviador antisemtia Charles A. Lindberg gana las elecciones presidenciales al demócrata Franklin D. Roosvelt. El nazismo echa raíces en el corazón de Washington: acuerdos políticos con el III Reich, persecución de los judíos y adopción de medidas gubernamentales filonazis. Roth juega con el mundo que podría haber sido, con la amenaza de un supremacismo siempre acechante. Es lo plausible de este escenario, que el escritor de Newark va construyendo lentamente, lo que nos incomoda. No podemos leerlo sin pensar en el auge electoral de la ultraderecha —en Francia, en Chile, en Austria, en Grecia, en los propios Estados Unidos—, sin imaginar para nosotros un futuro muy parecido al de La conjura contra América.

6. Lotería solar, Philip K. Dick

No por obvia es menos importante: la Federación de los Nueve Planetas imaginada por Philip K. Dick en su primera novela, Lotería solar (Minotauro), es la traslación a la ficción de la teoría de juegos, una área de la matemática aplicada que desde los años 50 se ha usado para hacer teoría política. En la Federación rige el azar, un azar dirigido por el Presentador, líder mundial cuya función consiste en administrar la lotería que gobierna los destinos de todas las personas. Es un sistema pretendidamente igualitario, una suerte de democracia radical que redistribuye cíclicamente los recursos y las posiciones sociales. Sin embargo, pronto descubrimos que también en este modelo hay espacio para la corrupción: dominar el aparato que rifa los destinos supone acceder a un poder incomparable. Y no solo eso. La elevación de un ideal político de redistribución arbitraria, llevada al extremo y convertida en un sistema de loterías cíclicas para cada aspecto de nuestra vida, al final, convierte la justicia en un tormento inconstante. El mensaje de Philip K. Dick es claro: llevar la racionalidad político-matemática del "minimax" al límite —minimizar la pérdida máxima esperada en los juegos sociales de resultado incierto— acaba deshumanizando nuestra existencia.

En cierto modo, Usula K. Le Guin hizo lo mismo en La mano izquierda de la oscuridad, publicada en 1969: la novela radicaliza un ideal político deseable (la supresión de los roles de género en una sociedad hermafrodita) y explora los resortes problemáticos de una igualdad insensible. Ambos mundos son un alegato contra el dogmatismo, contra las sociedades monolíticas que aplican sus ideales de forma rígida: sociedades extremadamente equitativas que, sí, también nos horrorizan.

7. Quemar las naves, Angela Carter

"Todo hombre debería ocultar un secreto, aunque sólo sea uno, a su esposa". Quien lo dice podría ser Barba Azul, un Barba Azul sádico que tras lanzar el azuelo y destapar la curiosidad, arma a su esposa con el manojo de llaves. Un gesto ambiguo que es paradigmático de la narrativa corta de Angela Carter, en la que la escritora inglesa regresa a los cuentos tradicionales para hablar de los temas que la obsesionan. Los personajes que pueblan su imaginario —artistas que viven en aldeas desoladas, embaucadores propensos al incesto, hipnotistas de pacotilla y titiriteros convertidos en títeres— contrastan con su estilo preciosista y delicado, con una prosa sobria. El choque entre la vulgaridad temática y el refinamiento formal es característica del espíritu gótico que impregna el universo de Quemar las naves. Los cuentos completos de Angela Carter (Sexto Piso); un espíritu que se encuentra resumido en la pasión morbosa de una de las protagonistas, que está tan enamorada de su amante que querría poderlo embalsamar para mirarlo todo el tiempo, para que no se le pueda escapar.

8. Ratas, Julio César Pérez

Es cierto: al principio nos reímos mucho con las ratas de Julio César Pérez. Sus roedores son impertinentes y petulantes, tan esnobs como cualquier académico, y su mundo laboral se rige por la misma burocracia absurda que el nuestro. Ratas (Rata editorial) coge un desvío de los muchos posibles que estaban latentes en el díptico Amarillo indio, dos libros repletos de escenas absurdas protagonizadas por todo tipo de bichos, personas y entes. El universo de las ratas, allí marginales, es el que descubrimos en este nuevo cómic, que da continuidad a la atmósfera de asfixia existencial que caracterizaba sus interiores publicaciones. Nos reímos con las ratas porque son una caricatura de nuestros miedos, pero vivir en su mundo —que es una radicalización aterradora del nuestro— tiene que ser un suplicio. "La muerte es pequeña, peluda, suave", reflexiona una de las ratas. "Quiero estar solo y desnudo, quiero sentir" dice otra. "Sufro", anuncia una tercera, montada en un monociclo. Poco a poco, el surrealismo de estos roedores que interpretan a Mozart y discuten sobre el infinito deja de hacernos gracia. Especialmente cuando, al llegar al epílogo, nos preguntamos, como ellas mismas preguntan al autor, "¿nos estás llamando ratas?".

9. Michelíada, Antoni Munné-Jordà

La sociedad del hiperconsumo radicalizada; la realidad transmutada en un peligroso parque temático; el apocalipsis con esponsors. Esto es lo que propone Antoni Munné-Jordà en su Michelíada (Les Males Herbes), una obra que presenta una épica capitalista absurda e histriónica: adapta y reescribe la Iliada como un choque de civilizaciones paródico entre la Coalición Occidental y los Fundamentalistas Islámicos, una guerra mundial que se ha alargado durante siglos y que es retransmitida en directo por los canales televisivos de la Corporación. El espectáculo bélico se perpetua gracias a los pingües beneficios que genera. Pero la nueva estrategia para hacer augmentar las audiencias amenaza con poner fin al conflicto: han creado una arma mutante, un descomunal robot con la apariencia del Muñeco de Michelin, que finalmente acabará con todo. La ira de este Aquiles neumático es la rubrica de un imaginario tan desmedido como esperpéntico que nos devuelve una imagen bastante pobre del rumbo que ha tomado el mundo: no hacia la gravedad bélica que vaticinaba Samuel Huntington sino hacia la exacerbación de la lógica del vídeo viral.

10. Marranadas, Marie Darrieussecq

Cocebida como una suerte de fábula sarcástica, la novela de Marie Darrieussecq exhibe la indecencia como una piedra preciosa, porque cree encontrar en ella la esencia de lo humano. Marranadas (Anagrama), escrita en 1997, despliega pacientemente un escenario futurista —indistinto, hoy, de nuestro presente— en el que la inesperada metamorfosis de la protagonista en cerdo deja de ser kafkiana —absurda, opresiva, metafórica— para servir de excusa a la procazidad y la provocación. Darrieussecq nos cuenta las historia de una empleada de perfumería que despierta en un cuerpo grasiento y maloliente, viéndose obligada a exiliarse camino de una vida insalubre junto a jabalís y hombres-lobo. No es una novela moralizante, porque es una parodia que se guarda de emitir juicio alguno. Exacerba dinámicas y cuestiona ciertos hábitos, sí, pero la distopía porcina —si es que puede llamarse distopía— no es ni una crítica de las costumbres sexuales ni una enmienda de la sociedad de consumo. Marranadas es una insurrección perversa, el chiste que no sé puede contar en la cena de Navidad, del que solo nos podemos reír mientras sigamos pensando que nunca seremos nosotros quienes terminaremos durmiendo sobre nuestros propios excrementos.

11. Meditaciones metafísicas, René Descartes

Por muy desgastada y repetida que esté, la hipótesis del genio maligno sigue siendo igual de inquietante que en el s. XVII, cuando Descartes publicó sus Meditaciones metafísicas (Alianza), especialmente si atendemos a su significado profundo y a las réplicas teóricas que ha ido originando con el paso de los años. El filósofo francés presenta un experimento mental que le sirve como recurso argumentativo en favor del solipsismo: si solo nos guiamos por la experiencia sensorial, y sabemos que los sentidos a veces nos engañan (podemos tener alucinaciones o estar soñando), nunca podremos estar seguros de que no exista un dios o genio maligno que manipule nuestra mente y nos haga ver, degustar, escuchar, oler y tocar un mundo que en realidad no existe. Hoy tenemos una versión cyberpunk de la misma idea: podríamos ser solo cerebros en cubetas, estimulados por un gran ordenador parecido a Matrix, y no podríamos saberlo.

La ruptura filosófica entre mente/cuerpo que propone Descartes —una versión secular de la relación alma/cuerpo— nos separa irremediablemente del mundo, nos condena a la soledad existencial. ¿Cómo podemos estar seguros de que los demás tienen una mente como la nuestra, que son realmente conscientes y no meros "zombis" —como los llamó David Chalmers— programados para interactuar con nosotros? Es el problema que tenemos con la Inteligencia Artificial: ¿si un ordenador es capaz de responder a un mensaje en chino, podemos decir que ese ordenador sabe chino? En el fondo, si el experimento mental de Descartes sigue siendo objeto de disputas, es porque cualquier teoría que imagine un mundo en el que la consciencia no es algo físico, al final, debe asumir el riesgo del solipsismo: el aislamiento total de nuestro pensamiento.

12. Como un guante de seda forjado en hierro, Daniel Clowes

Una farsa de ambientación onírica. Con estas palabras se ha descrito la primera de las historias cortas que componen el recopilatorio Bola ocho, 'Como un guante de seda forjado en hierro' (1993), un cómic que sintetiza como pocos el universo clowesiano. La trama es simple: un descubrimiento incómodo asalta la existencia gris de Clay Loudermilk, que se ve obligado a un descenso hacia un mundo grotesco y siniestro que incomoda tanto al protagonista como al lector. Clay accederá a un cosmos decadente, plagado de personajes aberrantes, disfuncionales, amenazadores; un lugar donde la única ley es una violencia —lasciva y arbitraria—, donde no hay monigotes simpáticos ni monstruos entrañables, donde la fría obsesión es la energía que hace girar el mundo. Sordidez sistematizada, snuff emocional: la fantasía que nos regala Clowes en Como un guante de seda forjado en hierro es un presente envenenado.

13. Gritos, desgarraduras y rapaces, Joyce Mansour

También la poesía nos regala geografías repugnantes. "Islas de las enfermedades / con leprosos como loros / mar de silencio helado por el elocuente reloj de la vejez / gritos de una joven perra descuartizada / el hospital vela por sus muertos-vivos no nacidos". No hace falta desastre nuclear alguno para que el mundo lascivo y nauseabundo que emerge de sus versos nos transporte a una realidad inhóspita. Sus poemas huelen a carne podrida, a semen, vómito y heces, a cuerpos descomponiéndose. "La carretera vacía negra polvorienta / las cuevas las tumbas los perros vagabundos / perros que aúllan por los cadáveres nuevos / por las frías tumbas por los féretros profanados". Abismarse en Gritos, desgarraduras y rapaces (Ediciones Igitur) es trasladarse a vivir a "una habitación tapizada con tripas floridas" mientras "esperas la visita de los caracoles enlutados".

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