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Puede amar a quien le dé la gana

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Puede amar a quien le dé la gana

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La venta a la Universidad de Yale de las 122 cartas que Simone de Beauvoir le mandó a Claude Lanzmann durante su larga aventura amorosa ha vuelto a reabrir el debate sobre la aún incomprendida relación de amor libre que la pensadora feminista mantuvo con Jean Paul Sartre durante más de 50 años

Nunca seremos capaces de entender el amor de los demás, y eso se debe, en parte, a que nunca seremos capaces de entender nuestro propio amor. A pesar de ello, nos encanta rebuscar en el corazón de los otros. Quizá para vernos reflejados en él, o tal vez para condenar sus decisiones con la esperanza de justificar las nuestras.

Esta reflexión torpe sobre la envidia, la incomprensión o el simple cuchicheo ante las relaciones íntimas de los otros viene a colación de la reciente polémica que estos días puebla las páginas culturales de medio mundo.

Los hechos son los siguientes: la Universidad de Yale compró 122 cartas que el documentalista Claude Lanzmann había recibido del puño y letra de la pensadora feminista Simone de Beauvoir.

¿Por qué lo hizo Lanzmann? La respuesta que se conoce no es otra que la de una disputa entre herederos, así como la de la voluntad del documentalista en sacar a la luz unos documentos que supuestamente la hija adoptiva de Simone de Beauvoir, Sylvie Le Bon- de Beuvoir, no habría querido publicar jamás.

¿Y qué es lo que contienen las cartas para generar tanto desacuerdo? Pues, por lo que se sabe hasta el momento, un puñado de gestos amorosos, de líneas de cariño y locura que la filósofa envió al que durante siete largos años fuera su joven amante.

El vínculo entre Lanzmann y la autora de El segundo sexo era algo más que sabido. Pero la relación abierta que Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir mantuvieron durante cincuenta años también es un hecho.

Que la filósofa le escribiera con tanto fervor, que le llamara “mi niño” o “amor de mi vida”, que le dijera elegantes guarradas o que decidiera irse a vivir con él una vez muerto Jean Paul —con el que, por cierto, jamás compartió techo en medio siglo—, no significa necesariamente, como algunos críticos aseguran, que su relación con el autor de La náusea fuera una farsa o que entre ellos jamás hubiera existido “la pasión”.

A falta de conocerse buena parte de su contenido, es muy probable que el secretismo que hubo detrás de la venta de las 122 cartas, así como el recelo de la heredera a publicarlas, haya terminado sobredimensionando unos textos que sólo son la prueba del amor inmenso que de Beauvoir profesó por aquel chaval casi veinte años menor.

Es curioso leer el contenido de estas primeras líneas que Le Monde va dosificando a los lectores a la par que un volumen de las que durante aquellos años también envió a Sartre. Allí se cruzan piropos para el joven y bromas privadas para el viejo. Críticas de Sartre al joven y críticas de Lanzmann al viejo. Momentos en los que ella está con uno, pero piensa en el otro. O viajes en los que ella está con otro pero manda recuerdos al uno.

Al final, lo que desprenden estos textos no es ya un “amor loco”, sino una vida vivida de verdad. Una vida en la que Simone hizo lo que le dio la gana, y amó a quien le dio la gana, y escribió con los diminutivos y los cariños que le dieron la gana.

Nunca sabremos a quién amó más en la vida, porque eso es algo imposible de conocer y porque eso es algo indecoroso de preguntar. Sin embargo si quisiéramos seguir hurgando en su corazón, podríamos quedarnos con algo que le escribió a Claude: “tú eres mi primer amor absoluto”. O también con algo que declaró tras la muerte de Jean Paul: “Ha habido en mi vida un triunfo seguro: mi relación con Sartre”. Qué más da.

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