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Sufrió un aborto y 30 años después escribió estas desgarradoras palabras

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“A nuestro aborto, que ahora tiene treinta años” es un poema con el que se identificarán todas las mujeres que han sufrido pérdidas gestacionales. Lo escribe Sharon Olds en el magnífico libro ‘El salto del ciervo’ (Igitur)

Luna Miguel

04 Junio 2018 14:56

Dicen que si algo no se menciona, no existe. Pero a veces sospecho que es mentira. Que a fuerza de mencionárnoslo en nuestra cabeza, le damos vida. Es un saber oculto. Es una verdad a voces, que aunque sean susurradas son eso, voces. Ocurre también que cuando ese algo se grita, lo que existía sólo en algunas cabezas empieza a tomar fuerza. El secreto que era de muchos ahora es de todos: se hace al fin tangible.

De esos secretos está poblada la literatura, de esas medias certezas.

Cuántas veces algo que no era para todos ha empezado a serlo gracias a un verso, a una novela que rompe el silencio, o a un testimonio o a una carta.

Y de esos versos está poblada la obra una escritora en concreto, me refiero, a Sharon Olds, poeta estadounidense quien desde su primer libro, Satán dice (Igitur), fue capaz de romper todos los tabúes que podamos imaginar.

Desde el sexo en la adolescencia y el reto directo a la figura del padre, hasta su manera crudísima de tratar la muerte y el duelo, pasando por su libro sobre el divorcio —una especie de revisión más punk de lo que ya supuso La belleza del marido, de Anne Carson— y hasta el repaso en Odas a una sexualidad en la menopausia, a una belleza y un placer pocas veces mirado, no ya por la literatura, sino por la propia sociedad.

Sharon Olds lleva toda la vida escribiendo desde los márgenes, para lanzar lo marginal al centro y convertirlo en tema de debate. En su penúltimo libro, de hecho, El salto del ciervo —publicado ahora en castellano con traducción de Joan Margarit y Eduard Lezcano— los temas tabú que la autora aborda son muchos. Cada poema esconde algo casi inédito en la poesía, algo que, lejos de ser sugerido, es puesto encima de la mesa quizá con la voluntad de que nunca jamás vuelva a darnos vergüenza.

Ahí están los celos, y las mentiras del marido, y la incapacidad de rehacer una vida cuando todo lo que tuviste se rompe, y las botellas de vino de cien dólares consumidas no ya para disfrutar sino para embravecer la memoria, y los detalles íntimos de un matrimonio roto, ¿a dónde se va todo ese cariño?, y también el dolor compartido: ese mismo que supuso para los dos perder un hijo, ese aborto espontáneo tan pocas veces escrito —salvo en la boca de Plath, o en la de Mansour, o en la de Bonet, o en la de Varela— y del que ella se acuerda 30 años después del suceso. Y lo cuenta. Y lo analiza. Y se emociona al escribirlo. Porque aunque no lo hubiera escrito antes, existió. Porque ahora que está escrito: seguirá existiendo.

A NUESTRO ABORTO, QUE AHORA TIENE TREINTA AÑOS, un poema de Sharon Olds

Aunque yo nunca te vi, sólo tus nubes,

tenía miedo de ti, de cómo te diferenciabas

de lo que nosotros habíamos querido que fueras. Y es como si

entonces tú esperases, en donde tiene lugar esa espera,

a que yo mirase a mi lado —y aquí

estás, en el mundo de las formas, donde mi ser esposa

está ahora, y cada acción con él,

como si a mil años de ahora

tú y yo estuviésemos en una antecámara

donde la diferencia entre nosotros fuese de poca importancia,

tú quizás con poco más que una cabeza todavía,

mi querido jardín, entre picos y palas

y el fuelle y el protector del apicultor

y los guantes azul-cielo de piel de cabrito.

Que él me abandonara no es mucho, comparado

con que tú abandonaras la tierra —tus móviles lugares

sobre ella, y móviles formas— tú te sacaste tus

ropas de trabajo de brazos y piernas,

y cambiaste de casa, del útero

a la taza del váter y la articulación del mecanismo

y la alcantarilla para salir flotando a los ríos y

bahías en pedazos indoloros. Y sin embargo

la idea de ti ha vuelto donde

hoy te podría ver como un pequeño, espontáneo

dios de lo parcial. Cuando yo me vaya para siempre,

tómame con tu mitón azul

para partir de aquí. Nunca pensé

en verte otra vez. Nunca pensé en buscarte.

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