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7 maneras de ser un perfecto imbécil

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Un imbécil reflexionando sobre la imbecilidad de otros imbéciles: así se define Maurizio Ferraris en su ensayo 'La imbecilidad es una cosa seria' (Alianza)

Eudald Espluga

01 Febrero 2018 06:00

"Imbécil" no es solo insulto capacitista, un exabrupto de mal gusto. También es una categoría de abasto universal, que se refiere a una condición común. Como el agua para los peces, la imbecilidad nos rodea, nos envuelve; la necesitamos para vivir y la necesitamos para movernos, la necesitamos porque no hemos conocido otra cosa. Por lo menos así lo entiende Maurizio Ferraris, un imbécil que ha escrito un libro sobre la imbecilidad de otros imbéciles: un manifiesto caótico y provocador que lleva por título La imbecilidad es una cosa seria.

"Defino la imbecilidad como ceguera, indiferencia u hostilidad a los valores cognitivos, más extendida entre quienes tienen ambiciones intelectuales". De hecho, Ferraris la entiende como una dialéctica constitutivamente humana: por un lado, "imbécil es el hombre en estado natural"; lo es como ave implume, como descendiente del mono, como expresión de una disposición innata; pero por otro lado, "la imbecilidad aqueja al ser humano también y sobre todo cuando trata de elevarse por encima del estado de naturaleza". Se entiende, entonces, que tal condición afecte especialmente a los intelectuales, quienes, paradójicamente, han hecho suya la tarea de recordarles a los demás su imbecilidad.

Sin embargo, aunque sea una realidad global, no debemos pensarla como un estado permanente, como un destino inescapable. La imbecilidad es transitoria, inconstante, sorprendente. La imbecilidad es el arranque imperialista de Napoleón —"¿quién sino un imbécil habría ido a Rusia arriesgando casa, imperio y patrimonio? ¿Quién habría ido doce años antes a Egipto a arengar la tropa a golpe de siglos y de priámides?"—, pero es también la risa tonta que se nos escapa ante los memes de gatos o el optimismo del "yes, we can". La imbecilidad no entiende de clases, de etnias, de causas políticas: es transversal y voluble, sin una naturaleza fija. Podemos ser imbéciles de muchas maneras.

Por esto es tan difícil hacer un clasificación de las imbecilidades, de las diferentes formas en las que uno puede ser imbécil. De entrada, se plantea un problema terminológico: "¿cómo se distingue entre un gilipollas y un idiota, entre un estúpido y un imbécil, entre un tonto y un cretino?". Pero además, la imbecilidad no es una categoría estática, como la de los números pares o la de las embarazadas. Los criterios de la imbecilidad varían según el contexto, y no siempre debe verse como un estigma: el imbécil puede ser un genio en su perfecta imbecilidad.

En su libro, Ferraris ofrece un catálogo heterodoxo de imbecilidades, que nos sirve como vacuna contra aquello de "los imbéciles son los otros."

1. Imbecilidad maligna.

Las masas son imbéciles por definición, en la medida que eliminan la agencia y neutralizan la responsabilidad del individuo. Son puro movimiento sin reflexión: funcionarios, ejércitos, fundamentalistas. Es lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal, que Ferraris adapta como "imbecilidad del mal":

"'Un pobre estúpido con la inteligencia de un cenicero vacío, que cree vivir en un videojuego y solo conoce del Corán unas cuantas interpretaciones que ha leído en internet'. Es lo que dijo el abogado de Salah Abdeslam, uno de los autores del atentado del 13 de novimebre de 2015 en París. No es más que la enésima prueba de la imbecilidad del mal, y sugiere que un hipotético monstruo al estilo Frankenstein o Golem sería, ante todo, un foregin fighter o un chico de buena familia que con cuatro amigos decide realizar una masacre en Daca. [...] Lo que hace al ser humano tan propenso a dejarse movilizar por las causas más diversas (una declaración de guerra, una instalación artística, un partido de fútbol o un correo electrónico) es que el movimiento, mucho más que la contemplación y la comprensión que de ella pudiera derivar, es la vocación profunda de un simio que comenzó a correr en las sabas y nunca ha dejado de hacerlo".

2. Imbecilidad creativa.

La creatividad es cosa de imbéciles, precisamente porque nos obliga a ser excéntricos, a ir más allá de nuestra naturaleza animal y ser únicos:

"Solo el mono imbécil es creativo. Podemos imaginarnos a un castor o un babuino con un hobby? ¿Un mapache fashion victim? ¿Un rottweiler vegano? Únicamente el mono imbécil puede permitirse ser diletante, loco, banal o idealista. [...] El individuo es inefable y es imbécil, su individuación raramente lleva a buenos resultados. La originalidad, la fragmentación del vínculo social, la ruptura de las tradiciones, todo ello ha sido la causa principal de que la imbecilidad se manifestara a plena luz".

3. Imbecilidad técnica.

Muchas veces asociamos imbecilidad y técnica, como si la tecnología sometiera nuestro intelecto con una fuerza irreprimible, pero los caminos de la imbecilidad son inescrutables:

"La técnica, sea cual fuere, no nos aliena ni nos idiotiza. Se limita a potenciar vertiginosamente las ocasiones en las que podemos dar a conocer lo que somos. A más técnica, mayor es la imbecilidad que se percibe. No somos hoy en absoluto más imbéciles que nuestros antepasados. Más bien al contrario, es muy probable que seamos un poco más inteligentes. [...] En el mundo de internet asistimos a un fenómeno que, en su conjunto, puede considerarse resultado de la ilustración, de la capacidad de las personas para pensar por sí mismas, pues la gente busca, se documenta, discute. Que luego el producto de estos pensamientos autónomos no pueda gustar, dada tal arrogancia, agresividad o simplemente su imbecilidad, es innegable. Debido a las características intrínsecas de la red, la imbecilidad está hoy mucho más documentada y difundida."

4. Imbecilidad pretenciosa.

Aquí no hay duda: el pretencioso siempre está siendo imbécil.

"¿Qué decir de personajes como Nietzsche, enfermísimo y tímido Superhombre, o de Pirrón, escéptico que dudaba a tal punto de la existencia que no movió un dedo para socorrer a un discípulo que terminó muriendo en unas arenas movedizas. ¿Cómo? ¿Aprender algo de estos gilipollas? Sí, en el sentido en que errando uno aprende, o aprenden otros. Si Musil distingue dos tipos de imbecilidad, la simple y la pretenciosa, por mi parte sugiero que la auténtica es la segunda, pues lo típico del imbecil es sentirse más listo que los demás

5. Imbecilidad elitista

Si la uniformidad de la masa puede ser imbecilizante, el extremo contrario no es menos peligroso. Para comprobarlo, basta con ojear la historia de la filosofía:

"La imbecilidad asegura el bajo continuo de la existencia humana, tanto en las élites intelectuales como en las masas. Las imbecilidades intelectuales suelen estar mejor documentadas, porque hasta hace no mucho eran las únicas que accedían al texto escrito y por esa vía a la memoria a largo alcance. [...] Un patriarca de la filosofía analítica como Wittgenstein ha sido más de una vez víctima de fraves ataques de imbecilidad. Además de maltratar a los niños de la escuela de primaria de la Baja Austria, maltrató a los estudiantes d Cambridge al admitirlos en su seminario con modos de vigilante de seguridad de una discoteca ("tú sí; tú no"), amenazó a Popper con un atizador, estropeó las vacaciones de más de una persona, comprometió el futuro de un prometedor obrero graduado en filosofía convenciéndolo de que retronara a la minería y, en el plano especulativo, se perdió a menudo en penosas reflexiones que no conducían a nada"

6. Imbecilidad política.

Aunque ante esta tautología sobre toda explicación, Ferraris se detiene también a analizar algunos de los usos políticos de la imbecilidad:

"'¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!' es la consigna de la Legión Española que José Millán-Astray y terreros, comandante de la Legión y luego ministro de propaganda de Francisco Franco, lanzó el 12 de octubre de 1936 contra el filósofo Miguel de Unamuno, quien lo había definido en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca como un "'inválido obsesionado con rodearse de muerte y más mutilados'. '¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!'. ¿Es acaso posible imaginar algo más imbécil que el grito de este inválido corporal y espiritual? Es como decir: no solo soy indiferente a los valores del conocimiento ('¡Muerte a la inteligencia!'), sino que además, a diferencia del más imbécil de los imbéciles, que al menos aprecia la salud, celebro la muerte."

7. Imbecilidad solemne

La imbecilidad ajena acostumbra a ser origen de carcajadas, pero la propia siempre se resguarda en el silencio:

"Catón, nos cuenta Cicerón, solía preguntarse cómo era posible que un arúspice [sacerdote que leía el futuro en las entrañas de los animales muertos] no se riese al encontrarse con otro arúspice. Pero, si es por eso, ni siquiera Heidegger se rio cuando, en 1975, ya víctima de un ictus, se encontró en su casa con Lacan, que había ido a explicarle, en francés, sus últimas teorías. Ninguno rio, y el motivo por el que no rieron es muy simple: la risa estaba inhibida por la imbecilidad, por la imperturbable paranoia que anidaba en el elevado concepto que tenían de sí mismos y de sus ideas. ¿No habría sido mejor que se rieran? "

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