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El año que Pauline Delabroy-Allard no ganó el Goncourt

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Su primera novela 'Ça raconte Sarah' ha estado a punto de conquistar un premio Goncourt demasiado reticente a las escritoras, y ahora aspira a convertirse en un fenómeno nacional e internacional para la crítica

Eudald Espluga

12 Noviembre 2018 16:40

"Adiós, Pauline Delabroy-Allard. Está bien, para una novelista, haber llegado hasta aquí. Un poco como cuando los franceses se clasifican para octavos de final del Roland Garros: lo vemos como una casi-victoria". Con esta despedida irónica presentaban desde Le Nouvel Observateur el anuncio de que los cuatro finalistas del premio Goncourt serían cuatro hombres: en 113 años de historia, el jurado ha premiado solamente a 12 escritoras.

Pero no nos equivoquemos. El artículo no empezaba con una demanda de justicia, sino con la reivindicación de una novelista: Pauline Delabroy-Allard. La estocada al jurado del Goncourt —que acabaría premiando a Nicolas Mathieu— servía para contextualizar la importancia de lo que había conseguido esta joven escritora con su primera novela.

Ganase quien ganase, este iba a ser el año en que Pauline Delabroy-Allard no ganó el Goncourt.

Nacida en París en el año 1988, su trayectoria resulta tan excepcional como curiosa. Por pura superstición, Delabroy-Allard se había prometido a sí misma que publicaría la primera novela antes de cumplir treinta años. Y así lo hizo: el mismo día de su cumpleaños depositó el manuscrito de Ça raconte Sarah en Éditions de Minuit.

Esta pequeña excentricidad resulta sintomática al menos por dos motivos. Por un lado, está el tema de la superstición, ya que sin ponernos especialmente freudianos, podemos entenderla parcialmente como resultado de la influencia de su padre, el novelista y profesor universitario Jean Delabroy, que publicó su primer libro con 33 años. Por otro lado, está Éditions de Minuit, la prestigiosa editorial que dirige Irène Lindon: es la casa de pensadores como Bataille, Derrida, Deleuze, Bourdieu o Didi-Huberman, pero también la de autoras como Wittig, Duras y Sarraute, con los que la crítica ha emparejado la novela de Delabroy-Allard y cuya influencia ella misma ha reconocido: "cuando recibí la llamada de Irène Lindon, supe que no dudaría ni un segundo. [...] La mayor parte de los escritores que admiro han sido publicados por Minuit".

La sombra de su padre fue muy alargada desde el principio, y fue "por su culpa" que se puso a estudiar humanidades. Sin embargo, Pauline se rebeló muy pronto contra las expectativas que pesaban sobre ella y abandonó la carrera académica que supuestamente le estaba reservada. Viajó sola al Kirguistán en busca de aventuras, y con 22 años fue madre. En vez de dedicarse a la investigación, entró a trabajar primero en un cine, donde hacía tanto de acomodadora como de librera, y después de bibliotecaria y documentalista en un instituto de secundaria en Vanves, a las afueras de París.

Tampoco este último es un dato intrascendente. Su trabajo como documentalista se ve reflejado en su escritura, pues Delabroy-Allard reivindica los momentos de "escritura objetiva" en su novela: una vocación inusual por la descripción exacta, por el detalle, por los hechos. "Tengo una obsesión con la precisión geográfica, por la demografía", explica la novelista. El nombre de habitantes de un pueblo, la definición de una palabra, la ficha técnica de una película: son recursos que utiliza para frenar el ritmo de la narración y hacer que tanto la novela como los personajes vuelvan a un plano terrenal, especialmente después de aquellas partes en las que la relación romántica entre las dos protagonistas explota en la escritura.

No por casualidad, la crítica ha señalado que la frase "el amor con una mujer: una tormenta" es la que mejor resume el sentido de la novela, que cuenta la (trágica) historia de dos amigas que se convierten amantes y se ven separadas por la enfermedad y la muerte. La primera parte de Ça raconte Sarah está compuesta por 82 capítulos muy cortos, hechos de párrafos fragmentarios, casi aforísticos, que retratan el nacimiento de esta pasión fulgurante y traducen literariamente la fenomenología acelerada del enamoramiento: todo pasa demasiado rápido. La segunda parte, en cambio, está compuesta por 30 capítulos, algo más extensos, que cambian el compás de la narración.

Casi todas las aproximaciones críticas a Ça raconte Sarah acaban por comparar la novela con una composición musical —Sarah, la protagonista, es violinista—. Hay unanimidad a la hora de ver su estructura en analogía a las variaciones, distintos movimientos con un único tema, que se va modificando a lo largo de un mismo patrón armónico. Pero también se querido ver en ella una ópera, una "Traviata de amor lésbico en dos actos", que empieza con un andante de abrazos y borracheras y acaba con una escapada en adagio.

Reconocida con el premio de las librerías de Nancy y el premio Envoyé de La Poste, Delabroy-Allard se ha convertido también en la flamante no-ganadora del Goncourt, y desde su lanzamiento en setiembre está generando un fenómeno editorial que tiene grandes paralelismos con el caso de Permafrost, de Eva Baltasar: primera novela, procedencia del mundo de la poesía, descripción de una gran pasión entre dos mujeres, autoficción, una editorial histórica de gran prestigio que cuida su pequeño catálogo, éxito inmediato de crítica, reconocimiento en forma de premios...

Ça raconte Sarah fue además una de las grandes estrellas de la feria de Frankfurt. En junio será publicada en castellano como Voy a hablar de Sarah (Lumen) y presentada cual heredera de Duras y Ernaux. Pero aunque Delabroy-Allard se reconoce en ambas —especialmente en la Ernaux de Pura pasión—, todo apunta a que su novela desbordará las expectativas y se convertirá, también aquí, en una tormenta.

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