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Millones de obras de arte escondidas en búnkeres financieros: una distopía real

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Imagen: Arte PG
 

Picasso, Da Vinci, Warhol, Van Gogh o Rembrandti: más de un millón de obras están encerradas en un almacén libre de impuestos en Suiza. Pero hay más: Singapur, Estados Unidos, Luxemburgo, Mónaco y muchos otros países también poseen "puertos francos" en los que guardar y comerciar con obras de arte. Para la artista y ensayista Hito Steyerl, este modelo amenaza el mundo del arte

Eudald Espluga

15 Junio 2018 08:28

Imaginemos que se acerca el apocalipsis: un ataque extraterrestre, la tercera guerra mundial o un desastre nuclear. Y supongamos también que ya tenemos nuestra supervivencia asegurada. Entonces decidimos salvar las grandes obras de arte que están a nuestro alcance, como si fuera el arca de Noé, pero con pinturas, esculturas y dibujos. Las obras más importantes, como la Gioconda o el Guernica, las metemos en cajas de seguridad en un búnker.

Lo hacemos para salvarlas; para preservar su valor artístico, su significado social y político, su relevancia histórica. Pero, ¿qué pasará si nadie nunca puede llegar a rescatarlas? Encerradas para siempre en una caja, ¿seguirían siendo arte?

Museos privados en búnkeres militarizados: una distopía real

No es una hipótesis absurda o cinematográfica, ni tampoco un dilema filosófico del tipo "si un árbol cae en medio del bosque y no hay nadie para escucharlo, ¿hará ruido?". Es un problema auténtico, una distopía real que hoy debemos afrontar.

Como explica Hito Steyerl en su ensayo Arte duty free (Caja Negra editora), actualmente existe un circuito oculto de obras de arte que —por sobreprotección o por privatización— amenaza el acceso del público a estas obras. Se trata de una estructura de comercio invisible, que discurre al margen de los Estados, dedicada a almacenar y traficar con arte en "puertos francos libres de impuestos".

A la práctica, son museos privados o búnkeres hiperseguros que funcionan como paraísos fiscales para las obras de arte: permiten a los multimillonarios guardar sus mercancías sin pagar impuestos, dado que legalmente se considera que están en tránsito. Los almacenes más importantes se encuentran en zonas aeroportuarias de Suiza, Luxemburgo, Mónaco, Estados Unidos, China o Singapur.

El puerto libre de Ginebra, uno de los más conocidos, cuenta con un solo edificio —construido a prueba de terremotos y explosiones— y una estación de cargas para distribuir el material. Aunque la documentación es opaca, se calcula que podría albergar hasta 1000 obras creadas por Picasso —entre pinturas, dibujos, esculturas y escritos— y más de 1,2 millones de obras en total.

"Existe una creencia extendida entre los vendedores, los consultores y las aseguradoras de que aquí hay escondido suficiente arte como para crear uno de los museos más grandes del mundo", explica David Segal en The New York Times. Después de que algunos escándalos salpicaran la institución —tráfico con el arte espoliado de los judíos, blanqueo de capitales y fraude fiscal— se ha sabido que también esconden obras de Da Vinci, Rothko, Van Gogh, Warhol, Modigliani, Rembrandt o Jeff Koons.

Los museos se convierten en negocios, cuyo objetivo ya no es difundir la cultura sino generar dividendos: los puertos francos son la expresión radical de esta idea, un transacción económica perpetua que ha dejado al público fuera.

De los actuales puertos francos, el más impresionante es Le FreePort de Singapur, una instalación de 82.000 metros cuadrados que es mitad búnker, mitad galería. Cris Prystay, en The Wall Street Journal, la describía así: "a diferencia de las instalaciones de los puertos libres suizos, que son almacenes seguros y sobrios, el puerto libre de Singapur intenta combinar seguridad y estilo. El vestíbulo, los salones y los muebles fueron encargados a los diseñadores contemporáneos Ron Arad y Johanna Grwunder. Una escultura curva gigante, realizada por Arad y titulada Jaula sin fronteras, ocupa todo el vestíbulo. Un conjunto de pinturas alineadas sobre las paredes de hormigón le da al edificio un aire de galería de arte".

(Imágenes promocionales de Le Port, en Singapur)

Sin embargo, es una galería especial: hay habitaciones privadas para los clientes, que, como el resto de salas, se encuentran bloqueadas por puertas de siete toneladas. El equipo que dirige la instalación "está disponible para recoger a los coleccionistas en sus aviones y conducirlos directamente a ella en cualquier momento del día o de la noche. Si el cliente compra obras valiosas, se le brinda una escolta armada".

Dejar que el Guernica se estropee

Una de las consecuencias de este fenómeno cada vez mayor —desde 2010 más y más países están abriendo free ports— es que las obras de arte dejan de estar disponibles para el público. Las colecciones viajan ocultas de un puerto a otro, quizá sin llegar a ser desembaladas nunca: para escapar a los impuestos, deben mantenerse en tránsito permanente. Por ello, como explica Steyerl, "permanecen en sus cajas, y viajan por fuera de los territorios nacionales con un mínimo de seguimiento y registro, como los insurgentes, las drogas, los derivados financieros y los denominados vehículos de inversión. Por lo que sabemos, las cajas podrían estar vacías".

(El 'Salvator Mundi' de Da Vinci, que estaría en Suiza)

En el caso de los puertos libres, ocultar arte responde a una lógica mercantil. Algo que no puede entenderse al margen de la gestión privatizadora de muchos gobiernos, que dejan la administración del patrimonio cultural en manos de grandes empresas —bancos, compañías telefónicas o aseguradoras— o de mecenas multimillonarios. Los museos se convierten en negocios, cuyo objetivo ya no es difundir la cultura sino generar dividendos: los puertos francos son la expresión radical de esta idea, un transacción económica perpetua que ha dejado al público fuera.

Además, como nos recuerda Steyerl, después de que Estado Islámico empezara a destrozar antigüedades y saquear tesoros culturales, tiene sentido plantearse si no deberíamos proteger las obras de arte con más tesón, especialmente si para sus propietarios están en juego miles de millones. ¿Y si el MOMA se convirtiera en objeto de un ataque terrorista? ¿No sería más deseable encerrar su contenido en un puerto blindado para evitar que nadie lo deteriorase? ¿Es sensato arriesgarse a perder la mayor colección de arte del mundo?

En este contexto, la pregunta por la necesidad de un Arca de las Artes ha dejado de ser una preocupación hipotética y abstracta, propia de la ciencia ficción. Tanto la violencia física como la violencia económica nos está llevando hacia un escenario en el que tenemos que empezar a tomar decisiones. Por ello, la respuesta de Steyerl al dilema es tajante: "el arte no es arte si no puede ser visto. Y si el arte no es arte, no tiene sentido conservarlo. [...] El arte requiere visibilidad para ser lo que es y, sin embargo, esta visibilidad es precisamente la que está amenazada por los intentos de preservarlo o privatizarlo".

(El Guernica en la Exposición Universal de París en 1937)

Preferir la destrucción del arte a su privatización total no es una provocación. La propia Steyerl utiliza el ejemplo de Picasso para explicarlo. El Guernica fue pintado para el pabellón de la República Española en la Exposición Universal de París en 1937. Su objetivo era denunciar los bombardeos aéreos sobre la población civil: era una obra eminentemente política que quería interpelar al público, que tenía sentido en ese contexto. En la Exposición, la pintura fue exhibida al aire libre durante meses. Algo que, en términos de conservación, era una decisión horrible: dejar el Guernica "en la calle", con el conflicto de fondo, era un riesgo enorme.

Pero en 1937, igual que hoy, el Guernica necesitaba ser visto. ¿Qué pasaría si lo encerrásemos en Le FreePort de Singapur? ¿Seguiría siendo arte? ¿Qué estatuto tienen hoy las más de 1000 obras de Picasso ocultas en Suiza? La respuesta de Steyerl es clara: mientras estén encerrados, son meros productos financieros.




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