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No escribe literatura millennial: quiere empezar una revolución

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Imagen: Jonny I. Davies
 

A Sally Rooney le colgaron la etiqueta de "la Salinger de la generación Snapchat", pero más bien deberíamos pensar en ella como la Jane Austen del precariado, porque la suya no es literatura de tacitas posmoderna: aunque su novela habla de amor, sexo y matrimonio, es una escritora eminentemente política

Eudald Espluga

11 Junio 2018 06:00

Cuando el editor de Faber llamó a Sally Rooney "la Salinger de la generación Snapchat", probablemente no sabía muy bien qué era Snapchat. "La Salinger de la generación Snapchat" era sólo la etiqueta, una coletilla atractiva que significaba: adolescentes atribulados + tecnología, con el subtexto erótico que siempre ha siempre ha rodeado la fugacidad de Snapchat.

Y sí.

En Conversaciones entre amigos (Literatura Random House), la novela debut de Rooney, aparece una dickpick. Pero el sexting importa mucho menos que los pellizcos que la protagonista se da en el antebrazo; o que las referencias a las leyes irlandesas contra el aborto; o que el epígrafe de Frank O'Hara con el que se abre la novela: "en tiempos de crisis, todos debemos decidir una y otra vez a quién queremos".

"La esencia que define a los millennials", explica en una entrevista para The Tangerine, "es que se encuentran en una posición económica precaria. Esto es lo que me interesa. Me importa una mierda si la gente se hace selfies o no. No es relevante. Algunas personas lo hacen y otras no, mientras que la característica esencial es la económica".

No sorprende, entonces, que cuando le preguntaron qué buscaba con la publicación de Conversaciones entre amigos, una novela romántica, aparentemente ligera, divertida y fresca, su respuesta fuera: "empezar una revolución, obviamente".

La conquista política del cielo millennial

Sally Rooney tiene hoy 27 años. Nació en 1991, y como para la mayoría de jóvenes nacidos alrededor de esa fecha, la crisis financiera fue su ritual de paso a la madurez. En el momento en el que se disponía a conquistar el mundo —ir a la universidad, vivir sola, lograr la independencia económica— el mundo entero se venía abajo. Las reglas del juego habían cambiado de golpe. Nadie gozaba de estabilidad laboral y todas las miradas apuntaban a la empleabilidad de los jóvenes: ¿eran suficientemente flexibles? ¿estaban bien formados? ¿demasiado sobreprotegidos?

Para la novelista, sospechar de las capacidades de los jóvenes que acababan fracasando era una estrategia perversa, que tapaba la dimensión estructural del problema y los responsabilizaba individualmente de su descalabro. Pero igualmente perverso era sobredimensionar el éxito y tejer narrativas heroicas, como la que encarna la propia Rooney, aislando a los sujetos de su dimensión sociopolítica.

Nacida en Castlebar, en Conunty Mayo —una ciudad de apenas 10.000 habitantes en el noroeste de Irlanda—, asistió al Trinity College de Dublín, donde se convirtió rápidamente en una universitaria modelo. Licenciada en lengua inglesa y máster en literatura norteamericana, no sólo se hizo merecedora de becas y premios sino que se coronó como la campeona europea de ligas de debate y oratoria. Rooney provenía de una familia de clase media. Su padre trabajaba en una empresa de telecomunicaciones y su madre en un centro de arte, de ahí su precocidad: con 15 años había escrito su primera novela, que sin embargo ahora describe como una "basura absoluta". Pero lo cierto es que sus textos empezaron a aparecer en revistas importantes como Granta, The New Yorker, The Dublin Reviw o The Stinging Fly.

Escribió Conversaciones entre amigos en tres meses, bajo la presión de los deadlines de su máster. Entre exámenes y trabajos, diseñó y publicó la novela con la que ha conquistado medio mundo. "Nunca cogí el portátil y pensé 'vale, hoy es el día, voy a convertirme en novelista". Empezó con lo que creía que sería un relato y, literalmente, se le fue de las manos. Algo que todavía hoy la sorprende, dada su aversión al fracaso y un perfeccionismo casi patológico. Su prolijidad le resulta incomprensible: en septiembre se publicará Gente normal, su segunda novela.

La Jane Austen del precariado

Sally Rooney es hoy una de las novelistas más importantes de los 90, no sólo en Irlanda. Pero su éxito no es una simple historia de superación, el relato sobre una joven brillante y esforzada que podamos exportar a las escuelas de negocio. Para ella, la universidad "era una comunidad de élite de la que quería formar parte, pero casi sólo para darme la vuelta y rechazarla". Y lo mismo puede decirse de su conquista del Olimpo literario: como demuestra con su escritura ensayística, que realiza en paralelo en artículos y cartas abiertas —como la que publicó hace unas semanas en favor del derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos— Rooney se ve a sí misma como una intrusa que trata de subvertir el orden desde dentro.

La trama de Conversaciones entre amigos puede resumirse fácilmente: una chica de 21 años se enamora de un actor de 30, casado y moralmente ambiguo, en el momento en que su futuro está en el aire. Dudas postadolescentes, amistades tumultuosas, sexo, familias disfuncionales y una bonita historia de amor. Pero aunque esta descripción nos pueda hacer pensar que su obra está más cerca de la literatura intimista de una Elena Ferrante o una Hanya Yanagihara que no de autores socialmente comprometidos como Virginie Despentes o David Peace, lo cierto es que su novela es eminentemente política.

Tanto por su ironía como por la lucidez con la que aborda las relaciones interpersonales se la ha comparado con Emma, de Jane Austen. "Para mí, las ideas siempre surgen de los personajes y de la dinámica", explica Rooney, que rechaza la etiqueta de autoficción. Leyéndola, entendemos por qué lo dice. La voz de la autora es omnipresente: en la elección de los temas, en la dirección de los diálogos, en la presentación de los escenarios, en la perspectiva con la que se tratan los temas. Pero a pesar de los parecidos que la propia Rooney guarda con France, la narradora y protagonista de Conversación entre amigos, la inteligencia de la novela no descansa en la brillantez de un solo personaje.

¿Es una novela feminista que aborda tabús relacionados con los genitales femeninos o el aborto? Sí. ¿Es una novela que cuestiona la naturaleza excluyente de las democracias liberales? Sí. ¿Es una novela que denuncia el clasismo de la sociedad irlandesa y el neoptimo del mundo literario? Sí. ¿Es una novela generacional, que explora los efectos subjetivos de una mundo laboral que ha normalizado la precariedad? Sí.

Son guapos, inteligentes, divertidos, cultos, disfrutan del sexo sin complejos. Son los grandes ganadores del juego. Y aun así hay algo que no está bien: esto es lo que nos enseña Conversaciones entre amigos. El entre. Es una novela que se juega en los intersticios, en el encuentro entre lo cuerpos.

Sin embargo, es casi imposible encontrar un sólo párrafo en el que se hable explícitamente de todo esto. O una afirmación contundente y efectista que nos sirva de estandarte. En Conversación entre amigos no hay anunciaciones programáticas. Está lejos de la literatura realista que para denunciar un problema se limita a presentarlo y criticarlo: la visión política de Rooney se derrama lentamente, como un líquido espeso, entre el sexo y la amistad de los protagonistas.

Su autora ha entendido perfectamente que el poder neoliberal no se ejerce verticalmente, sino de forma horizontal, a través de las subjetividades. Si el Estado y la Iglesia habían sido los grandes referentes represivos de la novela irlandesa, ahora nos encontramos a personajes más o menos exitosos que deambulan por el mundo editorial. Lo tienen todo. Son guapos, inteligentes, divertidos, cultos, disfrutan del sexo sin complejos. Son los grandes ganadores del juego. Y aun así hay algo que no está bien: esto es lo que nos enseña Conversaciones entre amigos. El entre. Es una novela que se juega en los intersticios, en el encuentro entre lo cuerpos. Aborda la vulnerabilidad esencial sobre la que construimos nuestras relaciones, una vulnerabilidad que no tiene nada de personal.

La propia Sally Rooney —como "joven promesa de la literatura", "como Salinger con Snapchat", "como bestseller internacional"— encarna en sí misma esta disonancia: su éxito es una una forma agradecida de sobrellevar el fracaso colectivo. Pero ella no escribe pensando en el éxito: escribe pensando en la revolución.


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