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Cuando el ruido importa

Opinión

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Marc Pallarés / El amor después del amor
 

Cuando el ruido importa

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/OPINIÓN/ “¿Qué pasa cuando la peor intimidad de un escritor se convierte en noticia? ¿Por qué seguimos relegando la verdad a las sombras?” #loslibrosdeluna

Yo estaba pensando en Sylvia & Ted pero al final acabé en un texto sobre J. D. Salinger. No fue casual llegar a ese post de 2002 a propósito del libro que su hija, Margaret A. Salinger, acababa de publicar sobre la relación tormentosa y de maltrato que había mantenido con su padre. En la última línea de esta reseña, Rafael Lemus quiso dejar bien claro que lo que para muchos era una confirmación de la personalidad malhumorada y violenta del gran escritor, para él sólo era ruido, venganza, mediocridad. O en sus propias palabras: “leerlo es conocerlo: el Salinger que importa está en sus obras, no en sus hábitos privados”.

Margaret A. Salinger no es la única mujer a la que se ha mandado a callar cuando ha querido dar su versión de los hechos. La escritora Joyce Maynard, por ejemplo, ya fue tratada como una traidora, como una lolita y como una aprovechada cuando contó los horrores a los que el autor de El guardián entre el centeno le había sometido —su relato, de hecho, volvió a removerse recientemente con la llegada del #MeToo al terreno editorial y literario—. También el francés Frédéric Beigbeder dedicó algunas cuantas páginas de su penúltima novela a la soberbia de Salinger y a su enfermiza manera de tratar a las mujeres jóvenes con las que solía emparejarse. El relato de Beigbeder demostró que se podía hablar de la grandeza de la obra de un autor sin tener que dejar en un segundo plano esos “hábitos privados” que, por otro lado, también son los que, en otros términos, solemos celebrar.

Resulta irónico, por no decir hipócrita, que nos enamoremos de la oscuridad ermitaña de del autor de Frany y Zoey, pero que luego temamos hablar de su misoginia. O que le riamos las gracias a Charles Bukowski cuando habla de su alcoholismo pero luego neguemos que era un maltratador machista. O tal vez que admiremos el compromiso político de Pablo Neruda pero más tarde insultemos, como han hecho muchos críticos y escritores, a quienes no temen en resaltar que fue un violador.

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Como decía, antes de pensar en todo esto, yo tenía a Sylvia Plath y a Ted Hughes en la cabeza. Habían llegado a mí porque esta mañana abrí las páginas de El amor después del amor —un libro que la novelista Laura Ferrero y el diseñador e ilustrador Marc Pallarès acaban de publicar en la editorial Bridge— y me encontré con un retrato hermosísimo que Pallarès había hecho a la pareja de poetas. Reconozco que al principio sentí dudas de que una antología de historias sobre amor fuera el lugar indicado para contar los episodios que involucraban a estos dos escritores.

Hace alrededor de un año, salieron a la luz algunas informaciones de la existencia de documentos que podrían probar que el escritor laureado habría maltratado física y psicológicamente a Plath, y que incluso habría abusado de ella sexualmente. Algunos críticos no tardaron en burlarse de los medios que habían dado esta noticia, reclamando otra vez que lo privado de un escritor se tenía que quedar ahí, en la sombra, porque lo que importa es la obra, y el resto, como dijo Lemus, sólo es ruido.

Aunque sea un libro de narraciones muy breves. Aunque las páginas de El amor después del amor parecieran destinadas a contar historias demasiado bonitas y demasiado perfectas, lo cierto es que el capítulo que Laura Ferrero le ha dedicado al triángulo amoroso de Sylvia Plath, Ted Hughes y Assia Wevill es grandioso.

En apenas unas líneas, Ferrero es capaz de sintetizar la importancia de lo íntimo en nuestra manera de leer las obra de los tres escritores, así como de retratar la importancia de la figura de Hughes sin que eso signifique perdonarlo. “Es difícil leer a Ted Hughes desgajándonos del dedo que lo señala como el tiránico seductor que infligió tal nivel de sufrimiento a aquellas dos mujeres que lo amaron. En la lápida de Sylvia Plath aparece con su nombre de casada: Sylvia Plath Hughes, y fue atacada varias veces con la intención de eliminar el apellido de Ted. Como si borrándolo pudiera borrarse también el estigma y el dolor, el horno, el gas y la orfandad de esas otras vida que terminaron en el mismo lugar de Sylvia”.

Ferrero tiene razón. Eliminar el nombre de Hughes no sirve de nada. Como tampoco serviría eliminar el de Salinger, o el de Neruda, o el de Roth, o el de todos esos autores que forman parte de nuestra historia, de nuestra literatura y de nuestra vida. Pero es que igualmente injusto y ridículo sería seguir negando los ruidos terribles que ellos cometieron. Ser honestos con su intimidad también comporta ser honestos con el modo en que muchos la retrataron en su propia obra. Y por eso Laura Ferrero recupera con inteligencia estos versos de Ted Hughes contenidos en Cartas de cumpleaños: “¿cuánto de tu muerte se debió a mis insanas decisiones? / ¿y cuánto de la muerte de ella a mis insanas indecisiones?”

Si el ruido puede ser literatura, entonces, es que el ruido importa.

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