PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Entrevista "El gobierno de Sánchez busca reflejar lo que España querría ver en el espejo" Now

entrevista

Jordi Graupera

"El gobierno de Sánchez busca reflejar lo que España querría ver en el espejo"

H

Stephen Lyne/Manu Pastrana
 

19 Junio 2018 10:25

1'

390

2.000

share on


El nuevo gobierno de Pedro Sánchez o la tensión entre ciudad-estado son algunos de los temas que tratamos con el pretendiente a la alcaldía de Barcelona

Jordi Graupera (Barcelona, 1981) está en la ciudad condal preparando su vuelta. En marzo de este año anunció que se presentaba como candidato independiente a la alcaldía de Barcelona. Hablamos de vuelta porque desde hace 10 años vive en Nueva York. Aunque aparentemente son dos ciudades antagónicas, a Graupera le parece todo lo contrario. Su viaje emocional y político hasta esta candidatura, rara donde las haya, sin estar inscrita en ningún partido y con el eje soberanista en la base, es inexplicable sin estos 10 años.

Las cosas se torcieron pronto en la vida de Graupera. Él no quiere hacer especial hincapié en esta circunstancia pero es inevitable mencionarla para entender quién es: su madre murió cuando él tenía 19 y su padre tres años después. Le quita hierro al asunto: “Si te pasa esto con 13 es una tragedia. Con 20 es solo un drama”. Así, con el drama encima, dejó de estudiar las tres carreras en las que se había matriculado, Filosofía, Filología y Derecho.

Se puso a trabajar con la sensación de haber perdido toda la red que le podía sostener para alcanzar sus sueños. Con lo que aprendió en un restaurante que tenían sus padres pasó por la hostelería, hizo de negro literario, colaboró con medios de comunicación, con los que ya estaba vinculado desde los 17 años cuando le ofrecieron una columna en El Mundo, y se le abrió una oportunidad para ser el director de gabinete de la rectora de la Universidad Ramon Llull.

La limonada que Graupera hizo con sus limones era más que pasable: con 24 años tenía mucho más dinero que sus amigos, pareja estable y se dedicaba a vivir. Pero una Semana Santa en Ámsterdam fue el golpe que lo cambió todo. "Estaba fumando un porro en el sofá de un apartamento espectacular que había alquilado con mi novia en el centro de la ciudad y de pronto me dije: qué estoy haciendo con mi vida y por qué hago lo que hago. Te aseguro que no fue la marihuana. Me pregunté por qué me había acostumbrado a la idea de que no me merezco intentar lo que más quiero".

Volvió a Barcelona y decidió acabar con todo. Las vacaciones de Semana Santa terminaban un lunes de Pascua y Graupera fue el martes al rectorado de la universidad a presentar su renuncia. Le ofrecieron el doble del sueldo. "Saborea por un momento qué significa doble", dice. Pero siguió adelante con su plan y se fue.

"En toda vida hay un acto de fe. Me aferré al concepto de espíritu lúdico sobre la vida. Esa sensación en la vida que no lo tienes todo controlado y que si esperas a tenerlo todo controlado para dar el paso no lo das"

De pequeño una profesora le regaló Un poeta en Nueva York de Federico García Lorca. Entre la vanidad que le provocó el regalo y una visita que hizo a su tía, residente desde hacía años en la Gran Manzana, Graupera tenía un flechazo no resuelto con la ciudad. Y luego se añadió la Filosofía y la posibilidad de hacer carrera académica en las mejores universidades del mundo.

Terminó las asignaturas que le quedaban de Filosofía el mes y medio después de renunciar. Luego pidió la beca de La Caixa y, sorpresa: no se la dieron. Se fue todo a la mierda. "Aunque me fue muy bien que me dijesen que no porque eso me puso en mi sitio", dice.

En lugar de ir a por un plan B, se ciñó al plan A: se iría igualmente. Tenía ahorros, pediría un crédito y se buscaría la vida como fuese. En aquel momento de impasse, el documental biográfico de Bob Dylan No direction home, dirigido por Martin Scorsese, le enseñó una importante lección: "Esa sensación en la vida que no lo tienes todo controlado y que si esperas a tenerlo todo controlado para dar el paso no lo das... Lo que me enseñó aquel documental es que en toda vida hay un acto de fe. Me aferré al concepto de espíritu lúdico sobre la vida. Y me fui un poco así. No es ninguna heroicidad: me iba con dinero, con educación, a probarlo, si tenía que volver no pasaba nada. No me iba a la guerra".

Pasó un año hasta que se fue. A una semana de que volviesen a salir las becas de La Caixa, un amigo le animó a volverla a pedir. Tenía ya el vuelo para Nueva York. Y, a falta de tres días para despegar, se la dieron.

Nueva York vs. Barcelona

Después de 10 años en Nueva York, Graupera sabe más ahora que entonces los motivos por los que se fue, y sobre todo por los que se quedó, y por los que quiere volver. Para él, ambas ciudades son un espejo de la otra: urbes donde hay un modelo de libertad urbana, donde el hombre es la medida de la vida, donde todo puede pasar a pie; donde, de barrio en barrio, el ciudadano encuentra un árbol, una tienda, un bar, una vivienda y un lugar de trabajo, espacios donde todo es posible… "No es menor la cuadrícula del Eixample que la cuadrícula de Manhattan", dice.

En sus primeros meses allí se sentía completamente perdido, con la angustia de una ciudad que ofrece demasiado y que es inabarcable. Al final, se hizo: "Pasado un tiempo, la sensación es la contraria, te puedes ir a dormir tranquilo todas las noches porque cada momento que sales a la calle puedes hacer lo que quieres y la ciudad te lo da".

Un año se obsesionó con la ópera, otro con los conciertos del Carnegie Hall, otro con el teatro, mientras estudiaba, daba clases y creaba una familia con una periodista con quien tenía una relación de amistad desde hacía años en Barcelona. Tiene dos hijas.

Lo que Manhattan tenía que el Eixample no tenía, sin embargo, era algo profundo: la libertad. "El tipo de libertad y de plenitud a la que se aspira en Nueva York es muy parecida a la que nosotros creemos que podríamos tener si nos desligásemos", dice. Su paso por Nueva York le hizo reflexionar sobre esto, sobre por qué él y tantos barceloneses admiran la Gran Manzana, aparte de, obviamente, ser una capital mundial y ofrecer una vida excitante. La razón original que Graupera da es dura pero cierta: "Nueva York es una ciudad que invita a afirmarte, a cumplir sueños y a ejecutar tus ideas. Por contra, la paz social de Barcelona se aguanta sobre la capacidad de renunciar a uno mismo".

"Nueva York es una ciudad que invita a afirmarte, a cumplir sueños y a ejecutar tus ideas. Por contra, la paz social de Barcelona se aguanta sobre la capacidad de renunciar a uno mismo"

Es aquí donde se fundamenta parte de su posición política, partidaria de la soberanía de Cataluña a través del fin del catalanismo.

Graupera profundiza: "En Nueva York, la regla es become who you are. Esto Barcelona no lo deja hacer y Cataluña, en general, tampoco. Para tener poder en esta ciudad —y no solo político— tienes que renunciar a quién eres. Primero tienes que demostrar que quieres renunciar a quien eres para que el sistema se fie de ti".

Hay algo muy cierto en lo que afirma Graupera que es ese gregarismo de colegio de pago en el que si destacas por algo, la masa se encarga de igualarte o hacerte sentir vergüenza hasta que la única estrategia de supervivencia es el silencio y, a partir del silencio, la aceptación en el statu quo.

La explicación que da Graupera es la explicación histórica del instinto de supervivencia —no "complejo de inferioridad", aclara—que tienen en su ADN los pueblos colonizados: "El gran trauma que sufre Barcelona, que es la Guerra Civil, es un trauma en el que los más valientes mueren o se van al exilio. Y la juventud, que ya era una juventud europea en cuanto a sus valores, o bien muere o bien desaparece o se encuentra con una dictadura que le enseña que el modo de sobrevivir es callar".

***

Incluso en la época en la que los actuales partidarios de la unidad de España afirman que Barcelona era un oasis de libertad y afirmación individual, los 70, se repite esta tendencia.

"En ese momento hay un grupo de intelectuales españoles y latinoamericanos que vienen a Barcelona y encuentran un paraíso. En los años 70, Barcelona era una ciudad ocupada por una dictadura donde se impulsaba una cultura que promoviese la asimilación y que ellos viviesen y se moviesen con total libertad. Era gente que tenía el poder último: la dictadura trabajaba a su servicio aunque ellos no fuesen proclives a las ideas fascistas. Mientas, en la misma época, Pla o Rodoreda, vivían una situación de asfixia. De todos los que vinieron, Vargas Llosa, Losantos y otros, el único que vio esto fue García Márquez. Bajo la capa de la libertad de los autores del boom había otra capa de artistas que vivían escondiendo quienes eran".

Para él, estos hechos históricos concretos solo son eslabones en la larga cadena del catalanismo, "la ideología que ha explicado a los catalanes que la forma de sobrevivir era adaptarse al poder, fuese cual fuese", dice. "Esto es algo que ha traspasado a todas las áreas, a las empresas, a las universidades, a la literatura… Y a Barcelona le falta esta reconciliación consigo misma”.

'No te hagas la víctima'

El 1 de octubre de 2017 hubo otro punto de inflexión en la vida de Graupera. Aquel día se había organizado el referéndum por la independencia de Cataluña que el estado español había declarado ilegal. Decenas de dotaciones policiales fueron a los colegios electorales a impedir la votación y las imágenes de la represión policial sobre cientos de miles de votantes desarmados dieron la vuelta al mundo.

"Aquel fue el día en el que se acabó el catalanismo, el día en el que la gente decide ponerse delante de los antidisturbios y decide no callar", asegura. De aquel día, Graupera, que estaba de paso en Barcelona, se llevó un casquillo de bala de goma que había usado la policía. Lo guardó en su cartera como un recordatorio a no normalizar lo que no era normal.

"El catalanismo es la ideología que ha explicado a los catalanes que la forma de sobrevivir era adaptarse al poder, fuese cual fuese"

Poco después, una compañera de trabajo en su universidad de Nueva York, vio el casquillo y le dijo: "Ese casquillo te recuerda que eres una víctima, y no lo eres. Haz algo". Fue en ese momento cuando reflexionó, decidió dejar el souvenir en casa y "montar un pollo", que terminaría materializándose en su candidatura a la alcaldía de Barcelona y en el paso definitivo para volver.

"Perdón por la analogía, pero para mí, dejar ese casquillo de bala en casa fue como cuando Frodo se quita el peso del anillo. Fue la liberación de dejar de verme como víctima y de moverme por lo que quería", dice Graupera.

Hablando de victimismos, Graupera es alguien que ha estado muy cerca de movimientos explosivos en Estados Unidos como el #MeeToo o Black Lives Matter, cuya crítica más sonada, junto a la que se hace del independentismo catalán, es precisamente el jugar a hacerse la víctima.

Para él, los tres movimientos están conectados de alguna forma, en cuanto que son fuerzas surgidas en el seno de la vida urbana y de las problemáticas que surgen en las ciudades. "Lo que nos pasa en las ciudades es un descontento generalizado. No solo por un tema material, sino por algo más, que es una carencia de sentido porque el lenguaje que habla el poder y la política es un lenguaje que no habla la gente", apunta.

Ante esto, defiende Graupera, por contra de movimientos nacionalistas como los de Trump y Le Pen, las ciudades generan movimientos como el feminismo interseccional, BLM o la autodeterminación: "Son movimientos empoderadores, no son llorones ni pretenden encontrar el confort de tener la razón de la víctima, sino que toman una responsabilidad sobre el conflicto que hay de fondo. No crean el conflicto sino que lo hacen explícito. Esto se vio el 1 de octubre. Se vio la ruptura entre la gente y el poder de los partidos sometidos al catalanismo, que sí es victimista".

"#MeToo y BLM no son movimientos llorones ni pretenden encontrar el confort de tener la razón de la víctima, sino que toman una responsabilidad sobre el conflicto que hay de fondo. No lo crean, sino que lo hacen explícito."

Esto es algo que en el 15-M también se vio y cuyo final ya es conocido. Y sí, para Graupera, el 15-M gastó su última bala con la investidura de un Pedro Sánchez, apoyado por Podemos y los partidos catalanistas, escenificando su gran derrota frente al poder. Pero esto no significa que necesariamente el independentismo tenga que repetir lo mismo, a pesar de las fuerzas inevitables de la normalización y la institucionalización que viven históricamente los grandes movimientos sociales, desde el mayo del 68 hasta los indignados. "Existe el deber ético de no acostumbrarse a la injusticia", asegura.

Política 'outsider'

Su relación con aquel casquillo de bala de goma fue el detonante final para lanzarse a la carrera política, sí. Pero los últimos diez años, incluso los anteriores, su vocación ya era la de la filosofía política. Esto no quita que, el tiempo en Estados Unidos y su hándicap academicista hayan provocado que lo señalen como un outsider, con lo bueno y lo malo.

Parece como si la política de pronto volviese a tener glamour, pero Graupera insiste en que no se le considere una nueva cara bonita, parte de la “fórmula OT” que el nuevo gobierno de Sánchez ha vuelto a poner en la primera fila. "Me preocupa mucho que Macron, Sánchez y Trudeau se ven obligados a una dinámica de vacío sustancial y de construcción estética, un lavado de cara del statu quo. El caso de Pedro Sánchez es un problema grave, será peor que Rajoy", afirma.

Estas palabras suenan fuertes en medio de la euforia socialista, pero Graupera insiste hasta no dejar ninguna duda. Para él, Sánchez es un "oportunista" que ha hecho un gobierno que intenta ser un reflejo estético de cómo a España le gustaría verse cuando se mira en el espejo.

Y aunque la política se juegue en un terreno totalmente emocional, Graupera se resiste a la idea. "Mira las series: primero hay una evolución estética pero luego hemos ido a conquistar niveles de complejidad que hace 25 años jamás hubiésemos dicho que serían mainstream", asegura. Quizá es porque haya mamado de las fuentes de la teoría. Pero también cree en esa definición tan frankliniana de que la política es el arte de lo posible.

"El gobierno de Pedro Sánchez intenta ser un reflejo estético de cómo a España le gustaría verse cuando se mira en el espejo"

"Creo que jugar al juego de forma diferente y asumir que los ciudadanos son gente inteligente, que la gente cuando reacciona a los relatos porque es capaz de decodificarlos. Me gusta la idea de cambiar las herramientas y si no lo consigo, me contentaré al menos con poner esta idea en el debate público: ser sincero con las posibilidades y las ambiciones", dice Graupera, frente a los discursos simples y lógicos que intentan abarcarlo todo.

Además de pivotar sobre el eje soberanista, su ideario político se sustenta sobre la idea del antisectarismo y a favor pluralismo. Graupera ha visto cómo en los campus universitarios de la era de los safe spaces el pensamiento progresista se ha convertido en una "prisión ideológica". Pero lo mismo dice sobre la libertad individual y el emprendizaje como síntoma de un relato cerrado de la derecha y "poco poroso" a visiones alternativas. Él insiste sobre la capacidad de escuchar las cosas que cada uno puede aportar más allá del sistema de valores cerrado que ofrecen los marcos ideológicos.

Aunque la definición suena a centrismo, Graupera lo rechaza. Explica que su inspiración viene de quienes levantaron Estados Unidos después de la Guerra de Secesión: "Los vencedores abolicionistas, sabiendo que tenían razón, descubren que unas convicciones demasiado fuertes generan demasiada sangre, y que necesitamos un sistema filosófico que nos permita afirmar nuestras convicciones morales sin volvernos fanáticos". Es en ese momento cuando las consecuencias pasan a tener más importancia que la esencia de las ideas. "Hay que escuchar a los demás más allá de los fundamentos que tengan, porque hay unas posibles consecuencias que pragmáticamente nos pueden ser útiles. Por tanto, estar abierto a la heterodoxia desde un principio de practicidad es lo opuesto al centro", remata.

"Hay que escuchar a los demás más allá de los fundamentos que tengan, porque hay unas posibles consecuencias que pragmáticamente nos pueden ser útiles"

La boda entre el soberanismo y el pluralismo podría parecer igualmente la cuadratura del círculo. Pero al contrario de lo que expone el argumentario españolista, Graupera dice que el soberanismo tiene que reivindicar la existencia de un conflicto. "La negación de un conflicto es la no solución del conflicto", apunta.

Sus planes para Barcelona en 2019 es romper con el círculo de poder en el que se ha asentado Barcelona. Es ponerla, precisamente en la primera línea del conflicto. La Barcelona de Graupera no puede ser más una Barcelona callada. Le pregunto finalmente si no fue eso lo que intentó hacer, sin éxito, Ada Colau. Concluye: "Es imposible transformar socialmente Barcelona como ella querría y ponerla en el mundo como Barcelona puede estar sin estar dispuesto a sostener un grado de conflicto con el Estado que ellos no están dispuestos a sostener. Por primera vez en 400 años, las fuerzas transformadoras están en las ciudades y la única forma de que sean exitosas es manteniendo un pulso a la deriva autoritaria de los estados. Y en el caso de Barcelona, ese conflicto pasa por un conflicto con Madrid".

share