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Quién era monseñor Romero y por qué lo rechazaba el Vaticano

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VÍA ROMERO.ES
 

"El gobierno está matando al pueblo y a la iglesia le toca estar con el pueblo, no con el gobierno"

Rafa Martí

15 Octubre 2018 16:18

El 24 de marzo de 1980 un francotirador mató en el altar de una iglesia a Óscar Arnulfo Romero, conocido popularmente en El Salvador y en Latinoamérica como monseñor Romero. Sus últimas palabras, en el sermón de aquella misa, fueron "cese la represión".

El francotirador, miembro del equipo de seguridad del presidente depuesto, recibió órdenes del coronel Roberto d'Aubuisson, formado en la infame Escuela de las Américas, creador de los escuadrones de la muerte y uno de los artífices de la represión durante la dictadura salvadoreña.

Después de que su figura fuese desprestigiada en el Vaticano por sus posturas políticas progresistas, el papa Francisco lo ha elevado, ahora, a la categoría de santo, otorgando así a Romero el máximo reconocimiento que la iglesia puede dar. Han pasado 38 años de su asesinato.

Para el régimen ultraderechista, monseñor Romero era un personaje incómodo que se había convertido, desde su posición de poder en la iglesia del país, en la voz más notable contra las violaciones sistemáticas de derechos humanos que sufrió El Salvador durante el gobierno autoritario del general Carlos Humberto Romero. Este alcanzó la presidencia en 1977 en medio de acusaciones de fraude electoral y su mandato se caracterizó por una cruel represión de los sectores populares, sobre todo, obreros y campesinos.

También en 1977 el papa Pablo VI nombró a monseñor Romero obispo de San Salvador, hecho que provocó recelos por parte de la iglesia del país, que consideraban a Romero un candidato de los sectores más conservadores. En aquellos años, la iglesia latinoamericana había abrazado en gran parte la doctrina de la "teología de la liberación", una corriente católica en la que se habían implicado sacerdotes de base para proteger a sus comunidades de los abusos de los regímenes autoritarios y capitalistas que gobernaban en ese momento el continente. En algunos casos, los curas llegaron a armarse y unirse a guerrillas marxistas para oponerse a estos gobiernos.

Para sorpresa de sus críticos más progresistas, Romero aprovechó su posición de obispo para hacer frente a los abusos del régimen militar hasta convertirse en un importante activista por los derechos humanos. En sus apariciones públicas, Romero denunció los incontables asesinatos de campesinos, obreros y activistas, así como de sacerdotes que se opusieron a los abusos del poder. Su implicación con los perseguidos le costó el odio del régimen y de los sectores de la derecha, hasta el rechazo de la propia iglesia. En Roma, el papa estaba convencido de que Romero se había apartado de su misión religiosa para pasarse al bando del activismo político liderado por los teólogos de la liberación.

Romero viajó a Roma para reunirse con el papa Juan Pablo II con el objetivo hacerle llegar las denuncias sobre los graves crímenes que se producían el El Salvador. La periodista cubana-nicaragüense María López Vigil, que en ese momento entrevistó al obispo, describió ese encuentro. Romero llegó a Roma donde se le negó la audiencia con el papa hasta que el mismo Romero se presentó ante el pontífice y le urgió a reunirse haciéndose valer de su figura de obispo.

El monseñor le explicó a Juan Pablo II los casos de sacerdotes asesinados por las fuerzas de seguridad. A uno de ellos, lo habían ejecutado extrajudicialmente después de acusarle de guerrillero, a lo que el papa le espetó a Romero si acaso esa acusación no era cierta. El pontífice exigió a Romero que se llevara bien con el gobierno para no alterar la paz social. Ante la negativa del papa, la periodista cuenta que monseñor Romero le contestó: "No se puede porque ese gobierno está matando al pueblo y a la iglesia le toca estar con el pueblo, no con el gobierno".

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