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¿Se merece mi hijo esta maldición?

H

 

Seguramente sí

Ignacio Pato

08 Enero 2018 06:00

"Pies". "Oro y plata". "Pares y nones". "Pan y queso" en Argentina. "Gallo-gallina" en México. "Pico-monto" en Colombia. Da igual cómo se le llame, el ritual es igual de cruel casi siempre: dos niños echan a suertes quién elige primero a los compañeros que formarán en su equipo para el partido. Se van repartiendo jugadores, alternativamente, hasta que todos están detrás de uno de los "capitanes".

La humillación de ser de los últimos -al último ni siquiera se le elige propiamente, es una opción obligada- puede durar días, semanas o, normalmente, todo un curso. A efectos de autoestima, importa más que un suspenso. Algunos ven en ello la primera toma de contacto con el capitalismo feroz: el niño medido en función de su productividad. Su compañía, solo deseable si produce beneficio.

Lo recuerda Galder Reguera en su sólido Hijos del fútbol (Lince Ediciones). Sin embargo, como en toda regla existen excepciones. A él y a otros cuatro compañeros, su amigo Iñaki siempre les seleccionaba. "Quizá esa selección de compañeros solo fuera cruel cuando cruel era el niño que elegía", escribe Reguera. Su narración en diario libre está llena de llaves de jiujitsu a los tópicos de un deporte despreciado y romantizado a partes parecidas.

Lo denigra, tomando la parte por el todo, quien solo ve una punta del iceberg hecha de futbolistas mediáticos, egocéntricos, millonarios y automarginados de la realidad. Para estos críticos, ver un partido -y no digamos comprar una entrada o una camiseta- es sinónimo de complicidad en los males del planeta. Lo degrada también quien peca de omisión de pasión. Lo sabe bien cualquier aficionado iniciado: es imposible ver un partido sin desear que uno de los dos equipos gane. Y que otro pierda, claro. Da igual quién juegue, pronto viene a la cabeza una simpatía por haber visitado la ciudad o el país de uno de los equipos, una camiseta que te regalaron de pequeño, la sonoridad del nombre del club, una tendencia hacia lo que crees que simboliza socialmente tal o cual equipo o selección... o que determinado resultado le venga bien a tu equipo.

Porque esto, a nivel de aficionado -no de formador en fútbol base, ni mucho menos de padre- va en el fondo de ganar. Y Reguera gana otra partida, cuando recuerda, con Toni Negri revoloteando, que si hay un fútbol de izquierdas, no es precisamente bonito. El interés colectivo defendido a cara de perro y con lo puesto. Puede además un cerrojazo resiliente ser observado con admiración táctica por un futbolero. El trabajador que hace su particular plan quinquenal en julio para sacar el abono de su equipo, ¿se va más contento a casa tras un partido con cuatro paredes y tres caños que con una victoria casera?. Reguera sospecha que además la mercantilización del fútbol está directamente relacionada con la estetización de este deporte. Cada vez hay más espectadores distantes gracias a una televisión omnipresente, y en los estadios el asiento del hincha se sustituye por el del cliente. Lo importante en este nuevo modelo es que el evento sea disfrutable. Experiencia de usuario, lo que pasa es que el sentimiento de pertenencia no es conducir un coche nuevo.

Es un embudo. Y tienen las de ganar los engranajes financieros mastodónticos, un par de clubes aquí, los mismos seis o siete en Europa. El lema de una campaña como la de la Real Sociedad estas navidades, Nik ez dut bigarren talderik -Yo no tengo segundo equipo- ilustra a las claras la autodefensa de ese 99%.

Acierta también Hijos del fútbol cuando despeja la romantización del fútbol antiguo. Todo parecía mejor cuando éramos jóvenes claro, y da para buenos ratos de conversación, pero elevarlo a tesis seria no deja de ser una autozancadilla. "Tanto el césped como la grada era el hábitat natural del macho, con todo lo que eso implicaba: racismo, violencia, xenofobia, homofobia", refresca Reguera.

Para ir con un niño, los campos son mejores ahora. La paternidad, y más en concreto la transmisión de la obsesión esférica, es el gran tema del libro. Contagiarle horas, días, meses de vida dedicados a una cosa de la que el aficionado entregado, como buen creyente, duda varias veces a lo largo de una vida.

El fútbol te configura desde muy pronto. Los cromos del sábado por la mañana hacen que el lunes vaya a ser menos lunes en el colegio. El 'nosotros' contra 'ellos' de cada partido con los mismos equipos puede ser fácilmente aprovechable para dibujar amistades e incluso, trasladado a equipos de barrio en torneos con equipos de toda la ciudad, conciencia de clase. Las primeras aspiraciones: "Me pido Argote" escribe el autor sobre su infancia, pero yo recuerdo el "capital cultural" que demostraba un chico del barrio que se pedía jugar siendo Elkjaer-Larsen.

Con suerte, una portería de plástico en la habitación donde duermen los abuelos cuando vienen. El movimiento de las redes, en cada gol diferente, hipnótico.

O, como dice Reguera, ser niño en verano de Mundial. La perfección absoluta.

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