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Opinion Tres cosas que la chilena de Cristiano nos dice sobre nuestra sociedad Sports

Tres cosas que la chilena de Cristiano nos dice sobre nuestra sociedad

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Tres cosas que la chilena de Cristiano nos dice sobre nuestra sociedad

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/OPINIÓN/ ¿Hasta qué altura subió el pie Cristiano anoche? ¿Cómo se lo vamos a contar a nuestros nietos? ¿Es el portugués la estrella definitiva de la cultura del esfuerzo?

Mirando, midiendo

La chilena de Cristiano Ronaldo anoche fue fantástica. Tan cierto como que el mayor tema de conversación en torno a ella es la altura a la que subió el pie para empujarlo a la red de Buffon. De 1,80 a 2,20 va casi medio metro pero ambas cifras comparten poder cuantificar uno de los gestos plásticos por excelencia del fútbol, parte de esa Santa Trinidad junto al regate y la palomita del portero.

Vemos en tertulias a hombres de mediana edad desafiando las costuras de la axila de sus chaquetas, elevando el brazo para señalar la altura del golpeo de Cristiano. Ya no lo hacen con afán de hipérbole como antiguamente, sino tratando de racionalizar lo visto una y mil veces con ayuda de infografías en pantallas caras. Si todo lo mirable es mercancía, si toda imagen es vendible, mejor medirla.

Guy Debord se suicidó hace un cuarto de siglo y, aunque los predijo, no cató Instagram ni clickbait, pero dejó escrito que en la sociedad del espectáculo este último "no es una colección de imágenes, sino una forma de relación social, entre personas, mediada por imágenes". En ella, decía el francés, la identificación pasiva con el espectáculo suplanta la actividad genuina. En el fútbol los mirones, aficionados o no, se llaman genéricamente espectadores. Pero todos necesitamos seguir sintiéndonos partícipes del evento, y más si el evento es —se nos repite, también— histórico.

Vi, luego fui

Esta necesidad, que en parte parchean las redes sociales —pics or it didn't happen—, tiene en el fútbol un antecedente analógico: el "yo vi jugar a".

Nuestros abuelos vieron jugar a Ben Barek, a Gento, a Sívori o a Kubala. De ellos hay más memoria humana que infalibes y objetivas imágenes en movimiento. De otros, ninguna. El origen concreto de la chilena es difusoen la hemeroteca del fútbol, aunque los historiadores convergen en Ramón Unzaga en la década de 1910. De Unzaga tenemos una estatua haciendo la chilena pero no imágenes de ello. La oralidad, pues, confirmó el hecho.

A la de Cristiano anoche poca oralidad tenemos que añadir, todos la hemos visto. De hecho, ser contemporáneos al portugués, como ocurre también con Messi, se ha convertido en un "yo vi jugar a" hasta ahora inédito.

Si el de nuestros abuelos sirve como memoria histórica para rellenar lagunas documentales, y el de nuestros padres nos ayuda a contextualizar cómo eran los trabajos, cómo se vestían o qué comían mientras Maradona regateaba a todo el equipo inglés, el "yo vi jugar a Cristiano y Messi" es literalmente innecesario para otros que no seamos nosotros. De ellos quedarán millones de minutos de vídeo para las próximas generaciones.

Ser coetáneos de la chilena de Cristiano en Turín solo nos sitúa históricamente, y nos agrega valor a nosotros mismos.

Cultura del "esfuerzo"

Cristiano, para llegar a esta chilena, ha dejado una larga ristra de intentos, todos más voluntariosos que eficaces. En la mayoría no llegó a tocar el balón y en alguno de ellos se ha pegado un costalazo que le ha obligado a retirarse del campo dolorido. De 649 goles oficiales solo uno, el último, ha sido de chilena.

Lo que con la lógica en la mano —y teniendo en cuenta la obsesión del portugés por conseguirlo— sería una anomalía, una ligera mancha en la carrera de un jugador tan dominante, ha tornado en ser un ejemplo más de la autosuperación del delantero.

Si Messi personifica un talento casi displicente e imposible de convertir en ejemplo aplicable por el actual sistema a un chico que necesita estudiar más para sus exámenes, un comercial que vende poco o un repartidor que no corre lo suficiente, Cristiano es todo lo contrario. Cualquier minuto improductivo para su cuerpo y su carrera parece un minuto tirado a la basura. Si llevas todo el día en la oficina intentando cuadrar unas cuentas o escribir un texto que no te sale, quédate haciendo horas extras. Llama a casa, no irás a cenar. Tampoco a dormir. En el duermevela del amanecer siguiente, poco antes de que vuelvan tus compañeros, quizá se te aparezca Cristiano animándote a seguir intentándolo.

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