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Uruguay campeón: el sueño del maestro de barrio

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Con 71 años Óscar Washington Tabárez es el entrenador más mayor del Mundial. Su historia es la historia fascinante, de los barrios pobres y obreros hasta el triunfo, de un paisito con mucho más orgullo que habitantes

Ignacio Pato

25 Junio 2018 15:28

A tres días de salir para el Mundial de Sudáfrica 2010, hubo una pequeña tormenta mediática en Uruguay. Los jugadores y el cuerpo técnico cenaron con el presidente José Mujica y la federación se quejó de que no se lo habían comunicado.

Ese asado, en el que los jugadores le regalaron un retrato al presidente, fue autorizado por el seleccionador, Óscar Washington Tabárez.

Uruguay acabó cuarta, el mejor resultado desde 1970. Aquella no era solo vacía "garra charrúa", Tabárez tenía un bloque sólido, con Muslera, Lugano, Godín, Maxi Pereira, Ruso Pérez, Arévalo Ríos, Cavani, Suárez o Forlán, elegido mejor jugador del torneo.

A ese equipo lo recibieron unas 200.000 personas en Montevideo. Hablamos de un país que no llega a los 4 millones de habitantes. Pero con un orgullo futbolero casi inversamente proporcional -comparado con países más grandes- a su tamaño.

Ser cuartos era parte del plan de Tabárez, gestado cuatro años antes, cuando comenzó su segunda etapa en La Celeste. Ahí Tabárez presentó un plan para todo el fútbol uruguayo. No solo estaba basado en la mejora profesional, sino también en la educativa. Una de las medidas dejaba claro que todos los jugadores y miembros del staff técnico que entrenasen con cualquier selección uruguaya debían decir buenos días a todo el mundo cuando entrasen cada mañana a trabajar. También se institucionalizó la existencia de un parrillero para hacer asados y tomar mate. Es decir, para hacer grupo.

El creador de ese Proceso -como es llamado en Uruguay- era un maestro. Literalmente maestro.

Cuando acabó su discreta carrera como jugador, Óscar Washington Tabárez pudo centrarse en su otra vocación, la docencia. Era maestro en escuelitas de barrio. De barrios tradicionales, humildes, como eufemismo de obreros, de pobres, de pesados.

Paso de la Arena -el barrio de infancia de Mujica-, La Teja -bastión de la guerrilla de los Tupamaros y del Frente Amplio, y cuna del expresidente Tabaré Vázquez- o Villa del Cerro. Ahí, en el Cerro, fue donde le hicieron a Tabárez una fotografía mágica.

A la escuelita nº30, en la primera semana de septiembre de 1983, llegó un redactor y un fotógrafo de El Diario. La Uruguay sub-23 acaba de ser campeona panamericana con un profesor al mando. Tabárez, de 36 años entonces, señala con la tiza dos palabras recién escritas en la pizarra. "Uruguay campeón". Sus alumnos y alumnas miran a cámara junto a él.

La carrera de Tabárez despegó y justo cuando celebraba sus cuarenta fue campeón de Libertadores con Peñarol, el equipo de las capas populares de Montevideo. De ahí a su primera etapa con la selección, dirigiendo en Italia'90 aunque con un papel discreto de La Celeste. A la vuelta, ganó Clausura y Apertura con Boca Juniors. Se sentó en los banquillos de Cagliari, Milan y Oviedo, antes de volver a celebrar su mayor éxito hasta la fecha: campeón de América con Uruguay al año siguiente -2011- de la cuarta plaza en Sudáfrica.

Como en cada Mundial, el eurocentrismo nos engaña, nos creemos que es verano sí o sí. No en Uruguay, donde hay ola de frío. Allí muchos partidos, como el de hoy contra Rusia, se celebran en plena mañana lectiva. Ya hemos visto a los chicos y chicas, muchos pequeños, otros preadolescentes, abrigados, pintados con la bandera, mirando absortos la pantalla y celebrando los goles de Giménez o Suárez.

Corriendo como pollos sin cabeza, abrazándose. Haciendo piña. Con una idea que tiene mucho más de orgullo colectivo por el esfuerzo que de nacionalismo banal, con el lema Uruguay nomá en la cabeza. Con Tabárez, el viejo maestro, el entrenador más veterano de Rusia'18 con 71 años, con una neuropatía crónica, apoyado en su muleta, al frente de todo.

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