Hay dos protagonistas en este vídeo. Uno es un minúsculo animal acuático, un “apalochlaena”. Difícil de pronunciar, así que lo llamaremos un pequeño pulpo azul. El otro es un humano. Este humano sostiene al pulpito azul en la palma de su mano. Y ese gesto resultó ser... casi suicida, sin él saberlo. Suicida para el humano. Vamos, que bien podríamos decirle al tipo aquello de "Toma nota de esta fecha, porque has vuelto a nacer”.
También podríamos decirle simplemente un “¿a quién se le ocurre?”. Pero claro, eso implicaría que tú sí que sabes. Que con Jacques Cousteau hablabas de tú a tú. Y que conoces el dato de que esa minúscula criatura que este inconsciente ha tenido sobre la palma de su mano por unos instantes, posee en el interior de su pequeño organismo bastante veneno como para matarle a él y a otras 25 personas adultas en pocos minutos. Veneno contra el cuál, por cierto, no hay antídoto.
Este afortunado ser humano era en ese momento un turista. Y haciendo turismo, los humanos no siempre sabemos lo que nos traemos entre manos. Nunca mejor dicho. Pisoteamos costumbres, ofendemos creencias, maltratamos tesoros y… tocamos lo que no debemos. Lo que hace este hombre es como si hubieras ido a un safari africano y hubieras dicho “voy a meter la cabecita en la boca de ese gato tan grande”... El concepto "turismo responsable" se vuelve más amplio después de analizar lo que pudo pasar aquí.
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Alguna parte del instinto de este peligroso espécimen (nos referimos al de 8 bracitos) se retrajo de tomar la situación como un asalto y de considerar la presencia de ese enorme animal como la de un peligroso enemigo, proyectando en él su mayor arma defensiva y depredadora. ¿Por qué no atacó? Desgana, aburrimiento, sensación de comodidad, azar…
Como dijo uno de los comentaristas en las redes sociales a las que se ha subido el vídeo y que sí saben de la peligrosidad de esa minúscula criatura, “así es cómo los turistas se convierten en estadísticas”.
Este turista no llevaba escrito en la palma de la mano la fecha de su muerte. O bien el pulpo no sabía leer.
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