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Tengo un skinhead en el tobillo

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Tengo un skinhead en el tobillo

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Sobre banderas, sobre escaleras y sobre el peligro de mediatizar al naziskin sin antagonizarlo

Un hombre es lanzado por las escaleras del metro de Barcelona por llevar una bandera de España. Agresión en el metro de Barcelona por llevar una bandera y una gorra españolas. Herido un hombre que llevaba una bandera de España al ser empujado por las escaleras del metro de Barcelona. Brutal agresión en el metro de Barcelona por llevar una bandera de España. Tiran por las escaleras del metro de Barcelona a un hombre con la bandera de España. Ataque en Barcelona contra un hombre que llevaba la bandera de España.

Puedo pasarme así toda la mañana: repasando las noticias que regurgita Google si tecleas “escalera” y luego “agresión” y luego enter. El qué: tras una manifestación por la equiparación salarial organizada por el sindicato policial Jusapol en Barcelona, uno de sus simpatizantes es empujado escaleras abajo por uno de los militantes antifascistas que participaron en la contraprotesta. El cómo: la inmensa mayoría de medios destaca, en titulares, cómo la bandera española que portaba el hombre fue lo que motivó la agresión.

La inmensa mayoría obvia la camiseta neonazi del agredido.

Obviar es legítimo: cada uno sabe a qué línea editorial se encomienda. Cada uno sabe qué omite y por qué. Para qué. Lo peculiar de teclear “escalera” y luego “agresión” y luego enter es que asistes a una omisión en directo: cada titular donde la palabra nazi brilla por su ausencia viene ilustrado con una foto donde la simbología neofascista se puede localizar con nitidez. Incluso si desconoces quiénes son Arjuna, incluso si no sabes que ese grupo llama a la “santa guerra racial”, la esvástica de la camiseta te saca de dudas.

¿El uso de lenguaje LGTBfobo del agredido del hospital? Tampoco ocupará titulares.

Obviar es legítimo: la mediatización de los naziskins en España siempre se ha basado, en mayor o menor medida, en la omisión. Durante los años 90, la década de mayor virulencia y agresividad skinhead en el país, la figura del neonazi se vaciaba de contenido nacional. Pese a que muchos naziskins lucían emblemas rojigualdos (pre y postconstitucionales), tanto el periodismo como la ficción de la época eran cautos a la hora de relacionar el patriotismo español con el supremacismo blanco.

'Compañeros' (Antena 3, 1999)

En un capítulo de su tercera temporada, Compañeros abordó la problemática de la violencia skin en las calles españolas. En la escena culmen del capítulo, aquélla que recrea cómo una manada de neonazis dan caza a un grupo de politoxicómanos, muchos de los skins aparecen con un trapo amarillo y rojo cubriéndoles media cara. No es una bandera rojigualda como tal, sino una versión de la misma que no apela a lo nacional: son los mismos colores, pero combinados de una forma no-problemática.

Tengo un skinhead en el tobillo, el título del capítulo en cuestión, se nutría de un conflicto de percepciones sobre lo skinhead: la de Marisa, profesora de literatura contraria a los supremacistas, y la de Rocío, conserje preocupada por la floración de jeringuillas en el parque dónde juegan sus hijos. Spoiler: la moraleja del capítulo se alinea con la visión de Marisa, cuando la policía irrumpe en una de sus clases para detener a los alumnos skinheads que, noches atrás, agredieron a la profesora en la calle.

Como sus contemporáneos de no-ficción, Compañeros tenía claro quiénes “son los malos”.

'Compañeros' (Antena 3, 1999)

“Si son neonazis, son neonazis y son los malos: eso antes era una cosa muy sólida y sin matices”, señalaba meses atrás el director Nacho Vigalondo en el podcast de Borja Crespo La Hora Caníbal. “Hace siete años, hace seis años, todos los medios mayoritarios tenían a los nazis absolutamente antagonizados; no había término medio. De repente, los medios están rehaciendo su discurso para meter en el mismo saco a todas las fuerzas antisistema, vengan de dónde vengan, antagonizándolas por igual”.

“Como no pueden antagonizar a un okupa de la misma manera que a un nazi”, alertaba, “inventan términos medios que ensucian a unos y medio blanquean a los otros”.

La cuestión ya no es a quién se blanquea sino con qué: como ya ocurriese con Víctor Laínez, cuya muerte se mediatizó haciendo hincapié en los tirantes de España que éste vestía al encontrarse con Rodrigo Lanza, la filiación política del agredido en el metro de Barcelona se está intentando cubrir con una bandera rojigualda para convertir el episodio en material de campaña. ¿Qué ha pasado, en seis años, para que presidenciables como Albert Rivera, Pablo Casado o Santiago Abascal se solidaricen abiertamente con un naziskin?

Ayer, el día de la “brutal agresión en el metro de Barcelona por llevar una bandera de España”, fue el decimoprimer aniversario de la muerte de Carlos Palomino. Carlos fue agredido en el metro, también. Lo mataron en la parada de Legazpi, cuando se dirigía a una contramanifestación antifascista. Josué Estébanez le clavó una navaja en el corazón. Carlos tenía 16 años. Josué una sudadera Three Stroke. Teclea “three” y luego “stroke” y luego enter. ¿Cuántos metros de bandera necesitas para tapar eso?

Obviar es legítimo: la opinión sobre la idoneidad de lanzar a un nazi escaleras abajo es estrictamente personal (o editorial). La empatía que pueda o no pueda tenerse con alguien acorralado en un búnker, debatiéndose el 30 de abril de 1945 entre el suicidio y el juicio aliado, también lo es. Legítimo es todo aquello que se legitima. Todo aquello que, por acción o por omisión, legitimamos. Le decía Willy Toledo a Juan Carlos Monedero que “el fascismo sólo se combate a hostias”. No entraré a valorar su comentario.

Y es legítimo, supongo.

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