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Artículo ‘Deadpool 2’ humilla a sus propios creadores en una secuela muy incorrecta Culture

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‘Deadpool 2’ humilla a sus propios creadores en una secuela muy incorrecta

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Wade Wilson es como el niñato payaso de clase: cuanto más le ríes las gracias, más se envalentona.

víctor parkas

18 Mayo 2018 10:30

Wade Wilson es como el niñato payaso de clase: cuanto más le ríes las gracias, más se envalentona. Deadpool 2 se desarrolla, precisamente, en ese frenesí post-validación: el éxito arrollador de la primera parte en 2016 ha repercutido, no ya en la producción de una secuela ordenada desde el despacho contable de Fox, sino en una película aún más sangrienta, aún más cáustica, más metareferencial, más bocazas.

Deadpool fue un atracón. Deadpool 2 también lo es. ¿La diferencia? El menú ha salido de un autoservicio, lo devoramos mientras conducimos, y la carretera está llena de curvas.

El hilo narrativo de Deadpool 2, aunque sepultado bajo los chistes y la hemoglobina, nos dice: Wade Wilson iba a ser padre. Nos dice: Wade Wilson enviuda tras un allanamiento de morada. Añade: Wade Wilson encontrará en Russel, otro mutante, al hijo que nunca tuvo. Añade: Cable, proveniente de un futuro distópico, viajará a nuestra época para matar a Russell y evitar, a la postre, ese futuro distópico.

Aun y con esas premisas sobre la mesa, el respeto de Deadpool 2 hacia su argumento, hacia todo aquello que hace que nos impliquemos con una historia y con unos personajes, desaparece en pos de la coherencia interna: la película es tan anárquica y volátil como su personaje, funcionando antes como spoof movie de sketches que como blockbuster de superhéroes –piensa en Aterriza como puedas, no en Guardianes de la Galaxia.

Deadpool 2 (David Leitch, 2018)

Bajo esa epidermis excesiva y puntiaguda, Deadpool 2 plantea discursos que permanecían inexplorados en la saga –y sus satélites– X-Men. ¿Por qué una alegoría a la segregación racial de los años sesenta sigue contando entre sus filas con una mayoría caucásica? ¿Por qué siguen llamándose Hombres-X cuando una parte importante de sus miembros son mujeres? Estas cuestiones, aunque desplegadas en la película como chascarrillos de brocha gorda, son tan legítimas como urgentes.

Pese a conocer la retórica y los tics de los social justice warriors, Deadpool 2 acaba cediendo ante su naturaleza destructora: después de presentarnos X-Force, “un supergrupo de género neutro”, la cinta no tarda ni cinco minutos en hacer pasar, a todos y cada uno de sus miembros, por los accidentes más aparatosos y humillantes que un guionista misántropo sería capaz de imaginar. La secuela de Deadpool conoce perfectamente los códigos de la corrección política. Es incapaz, pero, de hacer otra cosa que lanzar gas mostaza contra ellos.

Deadpool 2 (David Leitch, 2018)

Que Deadpool 2 sea inclemente con X-Force no es menor; X-Force, no en vano, es la cabecera cuyas viñetas vieron nacer, a principios de los noventa, a Wade Wilson. Creados por Fabian Nicieza y Rob Liefeld, X-Force eran un grupúsculo grim and gritty, dientes apretados, pose amenazante, cuyos integrantes, en el salto al cine, son presentados como una pandilla de weirdos inútiles –la escena de reclutamiento evoca al mítico casting de Mistery Men, la olvidada y extraña incursión en la parodia superheroica de Ben Stiller.

Deadpool 2, así, no está tanto repasando un álbum de recuerdos como practicando collage con él, tijera y pegamento en mano. La ambición de Wade Wilson no pasa por matar al padre, sino por someterlo a una humillación pública: “¿Una superheroína cuyo superpoder es la suerte?”, la pregunta Deadpool a Domino. “¿A quién se le ha ocurrido algo así? ¿A alguien que no sabe dibujar pies?”, añade, en referencia a la poca –nula– pericia de su creador, Rob Liefeld, para con las formas anatómicas más elementales.

Deadpool 2 (David Leitch, 2018)

Las multireferencias de la película, por suerte, suelen ser más accesibles que el liefeldshaming: de Logan, a Batman v Superman, pasando por Infinity War, Deadpool 2 no deja de apelar y burlarse de sus compañeras de género más recientes. Los disparos también alcanzan a clásicos como Terminator o Un gran amor, de la que roba su escena más icónica –aquella en que John Cusack sostiene un radiocassete con In your eyes de Peter Gabriel frente a la casa de Ione Skye.

Que el tiempo haya recalibrado esa escena de Un gran amor como lo que es –una situación de acoso, de amor romántico mal digerido– evidencia, guiño mediante, ciertas toxicidades y lapsus reaccionarios con los que la película no dejará de lidiar en su transcurso: que la bragueta de Wilson impactando contra la cara de Cable se trate como una hetero-humillación, o que el actor indio Karan Soni tenga que forzar su acento para rebajarse a hombre beta, son manchas anacrónicas que entorpecen los aciertos de filme –Domino es, sin duda, el mayor de ellos.

Deadpool 2 (David Leitch, 2018)

A Deadpool 2, por momentos, dan ganas de despedazarla. Puedes hacerlo; lo que no conseguirás es que, con el mismo poder que su protagonista, la película vea imposible curar sus heridas hasta verse, como al principio, de una sola pieza. La cinta se abre con Wade Wilson calzando unos crocs y autoinmolándose, ¿cómo iba a dañarla una opinión en contra? De kamikaze, de hiperbólica, Deadpool 2 se vuelve inmune a juicio alguno.

Como gran paradoja, Deadpool 2 nos regala su escena más extrema durante un alto al fuego; durante una escena de conversación. En lo que dura un cruce de piernas, el director David Leitch consigue, con la ayuda de CGI, grabar el que quizás sea el fogonazo más arriesgado, incómodo, freak y punible no ya de cine big budget, sino también de la liga autoral. Lars von Trier se desintegraría, de pura envidia.

¿Spoiler inocuo y cierre? Sale Brad Pitt.

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