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El boom de los "cines restaurante" está matando a las salas de cine

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Uno de los críticos de cine más importantes en España lo tiene claro: “¿A estos cines se va a comer o a ver la película? Si el film es lo de menos abre directamente un restaurante"

Marc Casanovas

22 Junio 2018 12:36

Imaginad rápidamente dos secuencias famosas de las películas más taquilleras de la historia.

Ejemplo 1: Titanic

Leonado DiCaprio sumergido en aguas congeladas. Kate Winslet en el tablón de madera con espacio para los dos. ¿Ese clímax de la muerte próxima de DiCaprio con olor a pescado rebozado en la sala no sería dantesco?


Ejemplo 2: Jurassic Park

Momento crucial con la cáscara de huevo quebrada. Estamos a punto de ver a la primera cría de dinosaurio recuperada millones de años después y... ¿lo hacemos comiendo huevos fritos con papas convirtiendo en una broma de mal gusto el sufrimiento animal?


Son dos ejemplos llevados al extremo para entender que, muy a pesar de los cinéfilos, los empresarios llevan años intentando introducir cantidades enormes de comida en las salas de proyección. Esta semana Hannah Goldfield se preguntaba en The New Yorker : ¿Por qué no se puede gozar con una comida decente en el cine? Mi primera respuesta instintiva sería: "Porque no. Porque no se puede".

Pero busquemos una explicación más razonada. Es una pregunta que cuesta resolver. Históricamente nunca ha funcionado porque parecen dos conceptos incompatibles, pero en EEUU siguen empecinados en la idea. Los cines Alamo Drafthouse en Austin (Texas) o iPic Theaters en varios puntos del país llevan años intentando demostrar que la fórmula “película + cena” gusta, pero nadie sigue su ejemplo con enorme entusiasmo.

iPic Theater

“A pesar de la fiebre rumiante de la mayoría de los espectadores en las salas de cine, la idea de una comida "normal" nunca ha cuajado en el cine”, dice Fausto Fernández, crítico de cine en Fotogramas. “Al cine se va a ver tranquilamente la película, sin estar pendiente de la vista en el plato. ¡Por Dios... Los tiempos de fiambrera y bocata en los cines de reestreno y de barrio desde la posguerra hasta bien entrados los 70, ya desaparecieron!”.

Fausto está haciendo referencia a que tampoco es algo novedoso. Y tiene toda la razón. "Los autocines ya eran un poco eso". Pero en la actualidad el factor económico es esencial para entender por qué no hay más salas que lo intenten pese a que supondría más dividendos: “A las salas no les interesa esa recogida de servicios y limpieza extra y la mayoría no tendrían los recursos suficientes para adecuar una cocina o un lugar de recalentamiento de la manduca. Pero, aún surgiendo ese lugar elitista que te ofrece la posibilidad de ver una película mientras cenas de tenedor y cuchillo, no estamos hechos para ello fuera de casa. Por favor, si ni siquiera la ópera o el teatro, que son los modelos "respetables" en los cuales se mira el cine, han llegado a tamaña ofensa”. Aquí aparece un concepto nuevo aparentemente contradictorio con la idea de querer comer en las salas: el elitismo.

Porque, ¿qué es lo más molesto de la gente comiendo en una sala de cine? “Como solía decir cierto director español muy de arte y ensayo, lo que más molesta de una sala de cine son los espectadores. Pues eso. Suponiendo que el cine que sirve comidas o cenas se abra a un público más amplio que el elitista o hipster que quiera pagarse un extra por ese servicio, por ese acontecimiento de tener una mesa delante suyo y degustar un menú de cierto nivel mientras debe ver la película y/o leer los subtítulos, la verdad es que todo resulta molesto. Claro que... ¿se va a estos locales a comer o a ver la película? ¿Es el film lo de menos, la excusa?”.

Es algo parecido a los palcos VIP en los estadios deportivos donde no se come como en un restaurante y te pierdes la mitad de lo que pasa en el terreno de juego. Los defensores de este formato dirán que con las palomitas, dulces y bebidas azucaradas extra grandes ya pasa lo mismo y que lo importante es mejorar la oferta: “Vale, no es nada que no esté ya en cualquier sala de exhibición invadida por el maíz frito y ese olor a mantequilla repugnante. Pero los inconvenientes son los mismos no siendo los precios los mismos. Y no es lo mismo cenar mientras un cuarteto de cuerda bielorruso te ameniza la velada que hacerlo en penumbra tratando de seguir una trama e ficción en una pantalla”.

Con sus pros y sus contras, plantear la situación de una cadena de salas de cines en España con este formato no sería descabellada. Fausto tiene algo que decirle al empresario que se atreva: “A ese empresario osado (o a ese emprendedor, a ese suicida en suma) que decidiera o decidiese abrir una sala de cine con restaurante integrado, le diría que lo integrara en una sala fuera del anfiteatro o de los palcos VIP. Que preparara al público para el cine o que les aguardara tras la proyección de una película con un local anexo donde pudieran discutir la película que acaban de ver. Le recomendaría que no se hiciera elitista, que no primara la comida servida sobre el hecho de ir a ver un film. Si haces eso, abre directamente un restaurante sin más”. Incluso se atreve con una propuesta: “Convertir cada sesión en algo interactivo, juguetón: menús temáticos según la película que exhibas”.

Cada vez es más complicado hacer que la gente salga de casa y vaya al cine, y el gancho de cena-espectáculo parce tentador: “pero recordemos esa máxima del agua y el aceite que "El padrino" traía sabiamente a colación, porque muchas veces hay cosas que no acaban de ligar bien, ni en la cocina de vanguardia”.

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