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Artículo Rediseñando la amistad masculina: el mejor antídoto para un futuro feliz Life

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Rediseñando la amistad masculina: el mejor antídoto para un futuro feliz

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"Los hombres no tienen amigos y las mujeres cargamos con eso"

Eikki Eckert , Cristina Ortiz

21 Junio 2019 13:21

Tienes ganas de llorar pero pides otra ronda.

Tú no necesitas ir a terapia, sino pensar en otra cosa.

Claro que te enfrentas a tus problemas: simplemente, no dejas que te hundan. Los masticas, te los tragas y, si hace falta, clavas el pie en el acelerador.

Ya sabes que esa puerta no tiene la culpa.

Puede que estés deprimido, pero sigues contando chistes en el gimnasio porque eres fuerte. Cuando sales a la calle notas ese vacío. Te pones la capucha y te lo guardas para ti.

A veces es difícil ver las paradojas si nadie te las señala. En los razonamientos anteriores se oculta uno de los mayores equívocos de la humanidad, una trampa de efectos adversos que ni siquiera hemos empezado a calcular. Una terrible paradoja: en la forja del hombre como el lado duro de la humanidad, hemos fallado. Lo hemos hecho todo al revés y, sin querer, hemos terminando diseñando a una criatura demasiado frágil que, sin embargo, se cree invulnerable. Es lo que concluyen la mayor parte de los tratados sobre roles de género y masculinidad, y lo que Melanie Hamlett desmenuzaba recientemente en su exitoso reportaje para Harper’s Bazaar, titulado provocativamente "Los hombres no tienen amigos y las mujeres cargamos con eso". “La masculinidad tóxica y la idea persistente de que los sentimientos son cosa de mujeres ha dejado a toda una generación de hombres hetero atrapados en una isla emocionalmente atrofiada, incapaces de forjar relaciones íntimas con otros hombres. Son las mujeres quienes pagan el precio”, escribe Hamlett.

Para muchos hombres, el grupo de amigos funciona más como una tribu de cazadores que como una familia o una red de confianza y soporte. Ante su círculo de semejantes, sienten más necesidad de mostrarse estables y fuertes que de compartir aquello que les preocupa o les apena. Justo lo contrario que la mayoría de las mujeres.

"La idea persistente de que los sentimientos son cosa de mujeres ha dejado a toda una generación de hombres atrapados en una isla emocionalmente atrofiada, incapaces de forjar relaciones íntimas con otros hombres"

La clave de este comportamiento heredado, al que ahora nos referimos ampliamente como masculinidad tóxica, es la vergüenza. Al menos esa es la conclusión a la que llegó Brené Brown, profesora en la universidad de Houston, después de años de investigación: “Los hombres se sienten avergonzados de mostrar signos de fragilidad. Debido a que la vulnerabilidad aún se percibe como una debilidad en lugar de una fortaleza, tener conversaciones difíciles es algo que tratan de evitar”.

En su famosa charla TED Un llamado a los hombres, Tony Porter, un imponente afroamericano criado entre Harlem y el Bronx, explica cómo él dejó de ser un amigo para su hijo Jay mientras lo seguía siendo para su hija Kendall. Cuando ella se le acercaba llorando, Tony la cubría con sus enormes brazos y se mostraba cariñoso y comprensivo. Sin embargo, cuando era hijo Jay el que lloraba, le preguntaba cuál era el motivo de su llanto y lo mandaba a su cuarto. El mismo Tony lo admite: se sentía incómodo al ver a su hijo sollozar. Probablemente, Jay empezó a sentirse incómodo con sus emociones también.

¿Por qué mostrarse vulnerable hace más fuerte a alguien? La respuesta es sencilla: procesar los sentimientos dolorosos es el camino más rápido y seguro para superarlos.

Parece ser que muchos hombres no saben cómo lidiar con sus emociones negativas. Tratan de ocultarlas pero a menudo la tarea resulta imposible y sus conductas terminan derivando en situaciones autodestructivas o violentas, en ciclos vitales que se repiten una y otra vez. Los pocos que piden ayuda, cuenta Hamlett, ni siquiera encuentran palabras para describir sus emociones, una situación tan común que incluso tiene un nombre: alexitimia masculina normativa.

Como resultado, son las mujeres las que terminan haciendo trabajo emocional para sus parejas. Buscan ayuda, recursos, consuelan.

Los hombres no solo son menos propensos que las mujeres a buscar ayuda, sino que una vez que lo hacen, les resulta difícil expresar sus emociones. La situación es tan común que incluso hay un término técnico para esto: alexitimia masculina normativa"

Curiosamente, fue en los grupos de terapia para soldados que regresaban de zonas de conflicto donde algunas herramientas para combatir la masculinidad tóxica empezaron a ponerse en práctica. Cuando un soldado llora en una sesión, los demás no se burlan de él, sino que sienten empatía, se abrazan, incluso le ofrecen su mano. El reportero de guerra Sebastian Junger pasó años investigando la psicología de los estadounidenses que pasan por el ejército para su libro Tribu. Halló, entre otras cosas, que las experiencias extremas compartidas generaban un espacio libre y de respeto mutuo en cuanto al intercambio del dolor. En otras palabras: a los tipos más duros que regresaban de la guerra, se les permite ser vulnerables.

En su tratado antropológico, Junger ahonda en los motivos por los cuales muchos soldados echan de menos la guerra, del mismo modo que muchos indios americanos añoran la vida en pequeños grupos, o los deportistas sus años como jugadores de deportes de equipo. Los motivos que más pesan no son la actividad física ni la adrenalina, sino el sentido de pertenencia y la comprensión mutua, compartir momentos difíciles y el contacto físico socialmente aceptado entre semejantes. En definitiva, muchas de las mejores características de una gran amistad.

La vida no es sino una guerra sin cuartel, un partido en constante match point. Al rediseñar la amistad masculina, al permitirse compartir con otros su dolor y vulnerabilidad, los hombres se darán un respiro a ellos mismos, y también a los demás.

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